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Río Blanco: el campamento que sicarios montaron en un cerro para desmembrar a sus víctimas
Río Blanco Ver.- En el parque del fraccionamiento Las Haciendas tres niños sueltan carcajadas mientras se deslizan por una resbaladilla. Esa área empastada, sinónimo de diversión para los más pequeños de la zona, también marca el inicio de un sendero por el que desfilaron innumerables personas que fueron aniquiladas en Río Blanco, Veracruz.
En este sitio se han reunido cinco familias de desaparecidos, quienes por décimo día consecutivo caminarán hasta las faldas de un cerro, donde, gracias a un mapa anónimo, dieron con un escondrijo que la delincuencia organizada empleó para asesinar a hombres y mujeres.
“Ya los encontramos pero se debe seguir yendo a ese lugar hasta que las almas descansen; allí hay mucho dolor”, comparte un hombre entrecano que se ha ofrecido para fabricar cruces de madera en memoria de tres personas que fueron halladas en fosas clandestinas.
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Sobre la forma en que las víctimas murieron, el integrante del colectivo Familiares de Desaparecidos Orizaba-Córdoba lo resume con una frase que le endurece la quijada y le arrebata algunas lágrimas: “los hacían que escarbaran su tumba y de ahí los destazaban como le hacen a los puercos, con el machete”.
Para llegar hasta el lugar de los descubrimientos, el grupo primero debe cruzar el fraccionamiento Las Haciendas, uno de los sectores a las afueras del municipio rioblanquense que recientemente se pobló, en la zona de Las Altas Montañas.
Detrás de casi 300 viviendas de interés social y del área de juegos en su parte trasera, se asoma un sendero empedrado que conduce hasta la montaña; a lo largo de 1 kilómetro los únicos pobladores que por ahí caminan son leñadores y campesinos que cuidan a sus vacas mientras se alimentan con zacate.
“Por aquí pasaban carros con gente mala y luego subían a más personas a aquel cerro; de ahí no sabemos nada. ¿Pa’ qué meterse en problemas?”, comparte un vecino antes de seguir su camino a paso redoblado.
Quien guía al grupo es la líder del colectivo, Araceli Salcedo Jiménez; sin dar por menores, se detiene una vez de frente al cerro y relata que -de acuerdo con anónimos- las víctimas eran obligados a escalar un tramo de 350 metros para luego ser ejecutados.
La teoría de la madre de Rubí Salcedo Jiménez, desaparecida en Orizaba desde 2012 es respaldada por un oficial de la Policía Federal encargado de resguardar al contingente. “Por muy drogados (los delincuentes) no van a cargar los cuerpos de sus víctimas. Esos no se cansan ni para cavar las tumbas", explica el uniformado.
El grupo comienza a ascender la montaña y después de 200 metros el destino final lo anuncia un olor nauseabundo que se impregna en el cabello y en cada una de las prendas de quienes por ahí caminan. Los perros que merodean el lugar danzan alrededor de los visitantes, incitados por el sentido que mejor desarrollan, el olfato.
“¡Llegamos!, aquí exterminaron a mucha gente”
Las cinco familias han llegado hasta una especie de patio a mitad de cerro. La gente se persigna frente a dos cavidades de 1 metro de profundidad, donde fueron arrojados los restos de dos hombres y una mujer. “Un lugar de exterminio”, introduce Araceli Salcedo.
Los integrantes de la agrupación de desaparecidos explican que los puntos o fosas, fueron ubicadas gracias a un mapa con las coordenadas exactas del lugar a mitad de montña; el resto fue trabajo de un binomio canino que señaló dos lugares positivos.
Primero las familias encontraron, bajo la sombra de un árbol frondoso, los restos cercenados de una joven “regordeta” y "sin aparentes tatuajes" cuyo cráneo presentaba el llamado tiro de gracia.
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Un día después, a escasos 10 metros del primer hallazgo, las madres ubicaron una segunda excavación, esta unos 20 centímetros más profundos que la primera, donde fueron repartidos los restos de dos hombres. “Las piernas estaban por un lado y las cabezas por otro”, recuerda un policía encubierto.
Salcedo Jiménez, comparte que en el interior de las dos fosas fueron encontrados junto a los cadáveres un machete, un cuchillo y una navaja, herramientas con las que presumen fueron desprendidos los cuerpos por sus agresores.
“Cuando a alguien lo van a desmembrar no le van a decir que antes lo van a anestesiar, ¿verdad?”, pregunta la líder del colectivo a las autoridades que han subido al cerro para dar fe del trabajo voluntario de mujeres y hombres urgidos de noticias sobre los suyos.
¿Cuánto dolor hubo en ese sitio?, un elemento ministerial aclara que es difícil determinarlo. “Estos cuerpos ya presentaban escasos tejidos; hay ocasiones, cuando son más recientes, que en los rostros de los finados se les aprecia que aprietan la quijada antes de ser ejecutados. A veces pareciera que murieron sonriendo, pero no, son gestos de mucha preocupación”, explica el oficial sin descuidar su perímetro.
El anónimo que entregó las coordenadas de las fosas también explicó a las madres que las víctimas eran obligadas a cavar sus tumbas para luego morir con un balazo en la frente o desmembrados con herramientas punzocortantes. “Los destazaban como le hacen a los puercos, con el machete”, describe el más viejo de los familiares.
¿Qué sigue ahora?, se les cuestiona a las víctimas indirectas y ellos responden con una nueva confesión, “La seña que nos dio el anónimo indicaba que aquí encontraríamos a una persona, pero no fue así, ya llevamos tres. El lugar es inmenso como pueden ver…”, predicen.
Una vez recitadas las plegarias para los finados a pie de las fosas, los familiares unísonos replican la frase que los une como colectivo: “porque la lucha por un hijo no termina y una madre nunca olvida”, y el grito de esperanza resuena en medio de un campamento dedicado a la muerte.
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