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Sudor, cansancio, impotencia... La batalla de los 12 Topos
Natalia Barraza / REFORMA
Cd. de México (22 septiembre 2017).- Sudor, cansancio, impotencia... pero sobre todo esperanza era el reflejo del rostro del topo César Alberto Narváez.
Un sabor amargo lo invadía al partir del derrumbe ubicado en Petén y Emiliano Zapata: no los habían dejado entrar a trabajar.
La madrugada del viernes, fueron al punto de reunión de la Brigada Internacional de Rescate Tlatelolco Azteca en Ciudad de México. Lo sabían, la labor no había concluido.
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Al llegar al comedor ubicado frente a la Plaza de la Alameda, el cual puso a disposición del equipo de rescatistas el grupo Scientology, el silencio reinaba, Héctor "El Chino" Méndez, contaba sus acostumbradas historias en voz baja.
El cansancio del cuerpo era evidente, pero la adrenalina no los dejaba dormir desde el pasado 19 de septiembre.
"Me cagué del susto. Lo sentí peor que el del 85", cuenta "El Chino"; a sus muchachos y a él este terremoto los agarró en la comida de conmemoración por aquel sismo que marcó la vida de los habitantes de la Capital mexicana.
Pegar el ojo, imposible. Son las 4 de la mañana y los llaman para hacer una revisión del derrumbe de la fábrica de costureras en Chimalpopoca y Simón Bolívar.
La oscuridad los protege. Son topos, no tienen miedo, sólo esperanza y una energía interminable para ayudar. Vienen de todos lados de la república. Posponen trabajo, dejan a su familia, la cual comprende que no pueden quedarse quietos y ver cómo su prójimo sufre.
Pocos puestos han abierto, pero la gente que reconoce ese overol naranja lleno de esperanza les aplaude y da bendiciones.
Los 12 topos se encaminan a Metro Balderas, los acompaña "Shira", una pastor belga de dos años que vive su primer desastre como perro rescatista. Ocupa un lugar en el vagón y se comporta como lo que es: una heroína humilde que no necesita elogios pues sabe cuál es su labor: salvar vidas.
A trabajar, entran y organizan. Son bien recibidos, los civiles confían en ellos. Hombro con hombro con cientos de voluntarios retiran escombros, mueven vigas, suben, escarban... buscan vida. Las horas vuelan y los alcanza el día. No encontraron sobrevivientes.
Ahora vienen las prolongadas entrevistas banqueteras que sólo "El Chino" puede dar a los medios. El resto de los topos confía en su líder y espera.
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Llegan binomios caninos de Chile, Portugal y España encabezados por el sobrino de "El Chino", quien vino gracias a la donación del boleto de avión desde Polonia.
Ya pasa de mediodía, el calor sofoca, pero los relevos vienen con energía y ganas de trabajar. Nada.
"Para qué coños quieren los perros si no los van a dejar trabajar", dice un rescatista español. Si marcaron o no vida es imposible de saber, la maquinaria había entrado, el ruido ya no permitía seguir.
Se acaban las interminables entrevistas de "El Chino", quien paciente y sabio atiende a todo el que se le acerque.
En camionetas de redilas, apretados, Los topos van al punto que los llamaron: la primaria Enrique Rébsamen, al otro lado de la Ciudad.
Hay risas, chistes pesados... no se rinden.
"Me vas a romper la rodilla, cabrón". "Ya se agarraron cariño", se escuchan las carcajadas.
La gente los detiene desde sus vehículos para ofrecerles coderas, rodilleras, cuerdas, porras... todo sirve.
Llegan al punto: frustración, espera. Los topos descansan un poco en un comedor hechizo a la espera de poder entrar y ayudar nuevamente en esa escuela. Charlie, un topo veterano ve las noticias por primera vez en días mientras come sopa caliente.
"El amor surge en la tragedia. El que no tiene nada no puede dar nada", dice este voluntario, quien estudiaba teatro cuando decidió unirse al equipo de rescate en 1985.
Entra "El Chino". Todo es expectación, quieren trabajar, pero no los dejan. Sale y llama a su equipo: ahí ya no tienen permitido entrar. Que el Ejército y la Marina hagan su trabajo.
Siguiente parada: la Narvarte. A revisar edificios. Al parecer todo está en orden, ya hay brigadas de ingenieros y peritos revisando los edificios.
El cansancio se nota en los ojos de todos. No han parado. La gente en las calles les agradece y les pide que no se detengan en sus esfuerzos. La ciudadanía se ha volcado para ayudar y ya no pueden ayudar más. ¿Salvaron a cuántos? No lo saben, no llevan un registro. Son cuerpos agotados que desbordan energía por su prójimo.
Ahora, a cenar, bañarse y ver en qué pueblos de provincia los necesitan. Ellos van a seguir. Como siempre, con ese corazón enorme que no ve límites.
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