- Cultura
Opinión: Cumpleaños, de Joselo Rangel
26 de Mayo de 2017
Una de las preguntas más recurrentes que me hacen los periodistas es si imaginaba que Café Tacvba llegaría hasta este lugar en el que nos encontramos actualmente. Parece una pregunta “de cajón”, casi para salir del paso, pero por el tono en que la hacen y la cara que ponen al preguntar, me doy cuenta que es genuina. Realmente les interesa saber qué pienso, qué siento. Como si a ellos mismos les sorprendiera que aún sigamos existiendo. La misma pregunta me la hacen en la calle, ¿se imaginaban esto?
No, les respondo. No me lo imaginaba.
Mañana Café Tacvba cumple 28 años. Un 27 de mayo, pero de 1989, es la fecha en la que nos presentamos por primera vez frente a un público que pagó por vernos. Antes de eso habíamos tocado, pero decidimos darle la fecha de nacimiento oficial a esa ocasión que tocamos en el Hijo del Cuervo, en Coyoacán.
Pero hoy me viene a la memoria otra tocada, antes de aquella fecha memorable que mañana celebraremos: la primera vez que le mostramos a nuestros amigos lo que estábamos haciendo todas las tardes, ensayar y crear canciones para un grupo que ya se llamaba Café Tacvba.
Sucedió en casa de mis papás cuando salieron de viaje. Mi hermano Quique y yo organizamos una fiesta sin que ellos se enteraran. Ya saben de cuáles fiestas. Todos llegaron con chelas, Bacardí (¿por qué será que las cubas se han convertido en la bebida alcohólica favorita de la juventud?) y tequila. Estábamos escuchando música a todo volumen cuando se nos ocurrió una idea. No estaba planeado, pero de repente se nos antojó tocar. Los instrumentos estaban ahí, pues ensayábamos en lo que era nuestro cuarto. Mi hermano y yo dormíamos en literas, él arriba y yo abajo. Como no teníamos baterista, cabíamos ahí sin ningún problema. El restirador (estudiábamos diseño, no hay que olvidarlo) nos servía para poner la caja de ritmos, el teclado y el melodión que en ese entonces tocaba Betito Silva.
Todos estábamos un poco borrachos cuando nos dio valor mostrar lo que nadie más había escuchado hasta ese momento. La única persona que nos había oído era la entonces novia de Rubén, Adriana Silva, pero ella parecía formar parte del grupo porque cantaba unos coros en Prefabricada, una canción de ese entonces.
Así que tocamos en la sala de la casa de mis papás. Ahí estaban El Negro Hipólito, el El Micro Esparza Oteo y sus hermanas, El Sam y El Pájaro (que en paz descansen, ¡los extrañamos!), Los Cuates Romero, Chepepo y Meme, entre muchos más. No se me vayan a agüitar los que no ponga, porfa. Me acuerdo de la emoción que nos daba mostrar así nuestras canciones. Ya existían María, Las persianas, Chica banda, Las batallas. También unos cóvers: Tainted Love, de Soft Cell; Estuve enamorado, de Raphael, y La última carcajada de la cumbancha, de Agustín Lara.
Rubén cantaba sin micrófono. El tololoche de Quique sonaba solito también. Yo tocaba mi guitarra acústica sin amplificador y Betito el melodión. Lo único amplificado era la caja de ritmos, una Yamaha RX17 que Quique programaba con esmero.
Todos tenían que estar muy calladitos para escuchar y lo hicieron con respeto. Se les veía sonreír, tomando su chela o cuba. Yo no lo puedo jurar, pero no dudo que, entre rola y rola, me tomé varios tequilas pa’l nervio.
El Micro, que ya para entonces era un coleccionista, un experto en rock mexicano y del mundo entero, mencionó que todo le sonaba como a Jaime López, lo cual nos dio mucho orgullo. Puro experto estaba ese día, El Sam era un coleccionista de rock progresivo y Emmanuel del Real, Meme, que aunque lo conocíamos poco, sabíamos que había estudiado piano clásico y que su papá era músico. Después se uniría a nosotros para presentarnos en El Hijo del Cuervo.
Eso fue hace 28 años. ¿Quién iba a imaginar todo lo que hemos vivido?
¡Feliz cumpleaños, Café Tacvba!
Con información de Excélsior