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Para Esteban y Miguel no hay juguetes ni regalos en este Día del Niño

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Solo gastar las suelas de sus pequeños zapatos en un constante ir y venir por las calles del centro histórico.

Veracruz, Ver.- Cuando todos los adultos salen de trabajar, para Miguel y Esteban la jornada laboral apenas comienza. Todavía les faltan varias horas de caminar y caminar en búsqueda de quién compre unas pulseras o permita bolearle los zapatos, con lo que se ganarán unos cuantos pesos.

Los niños de 11 y 12 años cambiaron la escuela por las ventas en pleno Zócalo de la ciudad de Veracruz, las mochilas y los útiles escolares por el cajón de boleada y las pulseritas tejidas y las correcciones de los maestros por los regaños de los inspectores de comercio, quienes los corren de la zona por no tener permiso de venta.

Para ellos no hay Día del Niño ni celebraciones. Sus días son iguales. A muchos kilómetros de distancia de su natal San Cristóbal de las Casas, su día transcurre entre un departamento en el centro de la ciudad que comparten con varias familias que llegan para vender y a partir de las 4 de la tarde y hasta media noche, los principales lugares turísticos, donde buscan apoyar con el sustento del hogar.

Su historia se replica cuando menos con una decena entre niños y niñas que por la tarde y noches recorren el Zócalo de la ciudad vendiendo, ante la indiferencia de las autoridades.

Aunque de actividades diferentes, los dos niños tienen mucho en común, un español nada fluido, el temor de hablar con extraños y vivir solo el presente sin tener ningún plan o esperanza en el futuro.

Esteban "a secas", sin apellidos, es bolero desde hace un año según cuenta, cuando un amigo de San Cristóbal le enseñó el oficio. Estudió hasta sexto de primaria y ya no piensa en volver a la escuela. Su vida es la boleada con un pequeño cajón que le costó 500 pesos.

El niño narra a medias su vida mientras otras dos niñas, vendedoras de pulseras, con quien comparte departamento, se acercan a las risas para después los tres seguir con su trabajo ante la mirada de los adultos que los vigilan y que también venden en la zona.

La historia de Miguel no es muy diferente, a sus 11 años apenas alcanzó a cursar hasta quinto de primaria para después acompañar a su mamá a Veracruz.

Con una sonrisa tímida dice tener apenas una semana vendiendo las pulseritas que su mamá teje, pero después cuenta que hace mucho no visita su ciudad de origen y ya no piensa volver a la escuela.

Junto a él y un yogurt que tímidamente pidió mientras contaba su historia y la de su mamá que vende blusas en el Zócalo, llegan otros dos pequeños que en sus manos traen también las pulseras que se dedican a vender.

Para Esteban y Miguel no hay juguetes ni regalos. Únicamente gastar las suelas de sus pequeños zapatos en un constante ir y venir por las calles del centro histórico. No hay infancia, no hay juegos, solo conseguir unas cuantas monedas para ayudar a sus familias con la comida del día a día, como un adulto más.

(AVC/Ana Alicia Osorio)