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"Buscaré a mi hija hasta que Dios me dé el último aliento"

Xóchitl Celeste Castañeda Hernández desapareció el 5 de febrero, minutos después de llevar a una de sus hijas al jardín de niños.

Xalapa, Ver. La última vez que Esperanza Hernández Hernández cenó con su hija Celeste Castañeda Hernández, de entonces 25 años de edad, fue el 4 de febrero de 2013.

Esa noche, cuando Celeste se despidió para irse a su casa con sus tres hijas, Esperanza le dio la bendición sin advertir, que al día siguiente, iniciaría un calvario que no da tregua.

Xóchitl Celeste Castañeda Hernández desapareció el 5 de febrero, minutos después de llevar a una de sus hijas al jardín de niños.

“Conozco a mi hija. Nunca abandonaría a mis nietas”, dice Esperanza algo apesadumbrada, cuando por primera vez expone públicamente el caso de desaparición de su hija.

Esperanza esta sentada en una mesa de Café Lindo, en la capital del estado, y en sus manos sostiene una fotografía de su hija. En la imagen, Celeste aparece con una ligera sonrisa, su cabello rizado es el complemento de unos ojos oscuros y unos labios pronunciados.

"Si es trata no se preocupe, no la están maltratando": autoridades

Cuando Esperanza ofrece detalles del tratamiento que el Ministerio Público han dado a la desaparición de Celeste, en realidad expone un rosario de mala praxis.

De inicio, el caso estuvo detenido por mucho tiempo en la agencia primera del Ministerio Público. Para lograr avances, Esperanza tuvo que sumarse al Colectivo por la Paz, y desde ahí presionar a las autoridades.

Pero no sólo eso, también, en más de una ocasión, ha debido realizar diligencias oficiales por ella misma. Una vez se encargó de llevar los oficios del ministerio público a los cuarteles militares.

Y como si eso fuera poco, con mucho temple ha sobrellevado los comentarios inoportunos que hacen las secretarias en las dependencias oficiales.

Una vez, por ejemplo, cuando fue a preguntar sobre avances en la investigación, una secretaria le dijo que el agente ministerial “no tiene tiempo para tonterías”.

En otra ocasión, cuando pidió que se investigaran si el caso de desaparición de Celeste tenía que ver con la trata de personas, un oficial, le dijo: “si es así  no se preocupe, no la están maltratando, júrelo que no la están maltratando. Deben ofrecer buena mercancía”.

El  Gobierno Federal ha informado que Veracruz es el estado donde más personas desaparecen. Las cifras oficiales especifican que en promedio, una de cada cuatro personas no localizadas en el país, ocurrieron en territorio veracruzano.

Pero más aún, revela que los casos pueden estar vinculados con el crimen organizado. 

La tristeza por la desaparición de Celeste mató a mi esposo

Esperanza dice que perder a su hija es perder una parte de su vida: “se le va a uno la vida porque uno se desgasta mental y económicamente. Es un desgaste por todos lados”.

Manuel Castañeda Rodríguez, esposo de Esperanza y madre de Celeste no soportó la desaparición de su hija. En abril del este año, en medio de una profunda tristeza por no saber nada el paradero de Celeste, falleció de un infarto. “Hace un año me faltaba ella. Ahora me faltan los dos. (Él) nunca se repuso. Antes de morir me encargó cuidar a mis nietas y buscar a su flaca”.

La desaparición de Celeste no sólo parece haber contribuido a la muerte de su padre, también ha trastocado el ánimo de sus hijas.

La hija mayor de Celeste, de 11 años, intentó aventarse de un balcón en la escuela a la que asiste cuando la desesperación por no saber de su madre alcanzó su máximo punto.

“Otra de sus hijas, de ocho años, se la pasa en puro llorar. Y la más chiquita no para de preguntar por su mamá”, dice Esperanza.

“Preferiría una tumba antes que la incertidumbre de no saber donde está”.

El proceso de reconocimiento de cuerpos es una de las tareas más difíciles para quienes buscan desaparecidos. El drama se repite en el caso de Esperanza.

“Eso es muy feo, he caído hasta en el hospital. Le muestran a uno la carpeta de cuerpos irreconocibles. Es muy desgastante. Uno sale mareada, mal”.

Afuera del café donde se platica con Esperanza, muchos transeúntes apuran detalles para las acostumbradas reuniones familiares de diciembre. Alejada de esa realidad, la mujer hace una de las afirmaciones más difíciles que una madre podría hacer.

“Yo entendería que mi hija hubiese muerto porque mueren niños, muere gente de todas las edades. Lo aceptaría. Preferiría mil veces una tumba que la incertidumbre de no saber donde está”.

Parece que es por esa misma idea, que antes de irse del café en donde confía su  caso, que la mujer de 50 años de edad, de cabello negro y ojos grandes, también hace una de las aseveraciones, que mejor describe su espíritu de lucha ante la desaparición de su hija.

“Yo me aferro a que mi hija esté viva”; y “voy a buscar a mi hija hasta que Dios me dé el último aliento”.