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Los rostros de Las Patronas, a 20 años de su fundación

Leonila, la mayor de Las Patronas asegura que seguirá en este servicio “hasta que Dios me preste vida".

“Si me acabo yo, quedan mis hijas”: Leonila Vázquez

Leonila Vázquez Alvizar, de 77 años de edad. Es fundadora del grupo Las Patronas.

 “Yo me siento contenta, me siento gustosa se llegar a los 20 años -sin quererlo y sin saber que se iba a celebrar de esta forma-.

“Aquí está el padre Solalinde, Fray Tomás, Fray Raúl. Me siento muy contenta. Ellos han sido personas que nos echan la mano y nos quieren”.

Leonila, la mayor de Las Patronas asegura que seguirá en este servicio “hasta que Dios me preste vida –yo ya tengo mi edad- pero si me acabo yo, quedan mis hijas”.

Para ella, la migración es un tema que “nunca va acabar, y como ya saben que uno aquí, los ayuda, van a seguir pasando”.

“Ellos salen de sus casas porque quieren una vida mejor, pero en el camino hay muchas cosas que los perjudican: les pegan, les roban, a veces hasta los matan.

"No se necesita tanto para cambiar la realidad": Norma Romero

Norma Romero, integrante de el grupo Las Patronas, dice que para ella, los 20 años de servicio a los migrantes en tránsito por México “han significado, aprendizaje, enseñanza. Han sido muchos años de lucha, de esfuerzo, de conocer y de entender que estos años me han servido para ser una mujer más fuerte, más entregada al servicio, más comprometida. A veces me pregunto ¿qué más me falta por ver?

En su evaluación sobre el tiempo que ha pasado atendiendo a migrantes, Norma menciona que mientras para ella y su equipo de voluntarias, dos décadas al servicio a los migrantes, han significado “un mayor compromiso con la causa”. Para las autoridades, es como si el tiempo no hubieran pasado.

 “Nos hace falta mucha conciencia en las personas, en los policías, en los trabajadores del Instituto Nacional de Migración (INM), en la sociedad civil, porque siguen siendo muy insensibles al dolor de las personas”.

Romero asegura que “nosotros como mujeres de lucha creemos que sí podemos cambiar (esa realidad) y que no se necesita tanto. Para hacer un cambio en el país, no se necesita mucho. Solo se requiere tener conciencia, y hacer que la conciencia actúe allá afuera, para que otros se den cuenta que se puede cambiar”, dice.

“Nosotros les damos comida, y ellos, nos dan bendiciones”: Julia Ramírez

Julia Ramírez Rojas, 40 años de edad. Tiene 16 años de formar parte de Las Patronas.

“Un domingo el tren se paró, y  traía migrantes. Entre de ellos, había un chavito de 16 años, que entró a mi casa, y me dijo: “madre, madre, regálame un taco”. Tenía tres días sin comer. Yo le respondí que sí. Freí unos huevos, calenté los frijoles, y le hice unos tacos. Me lo agradeció, y se fue.

“Mientras se iba, yo lo seguía de reojo. Y me di cuenta que, aún en el patio de mi casa, avanzaba, y regresaba. Yo me dije: ¿algo quiere?. Cuando al fin se animó, me dijo: madre, ¿le puedo pedir un favor? Quiero que me de la bendición, porque vengo de lejos, y nadie viaja conmigo?

Ramírez Rojas  dice que en ese momento se le estrujó el corazón: “me acordé de mi propio hijo y sentí feo. Lo persigné, le di su bendición, y  un abrazo. Después me quedé pensando: ¿Yo quien soy? Yo no soy nadie. Ni él me conoce ni yo a él”.

Aquél día, Julia buscó a Norma Romero y se integró a Las Patronas, “y mientras esté buena y sana estaré aquí, apoyándola”.

Para esta mujer de baja estatura, rolliza, de andar apurado, los migrantes que vienen de Nicaragua, Honduras, Salvador y pasan a el comedor de Las Patronas,  “salen de sus casas porque buscan un trabajo, en su país todo es caro, y no alcanza para mantener la familia”.

Tras varios años de voluntaria, afirma: “estoy a gusto. Sí supieran la sonrisa que nos regalan, la cara de alegría con que agarran el lonche, sabrían lo que significa. Nosotros les damos comida, y ellos, nos dan bendiciones”.

“Ser parte de Las Patronas ha cambiado mi manera de ser”: Guadalupe

Guadalupe González Herrera,  57 años de edad, comenzó a trabajar con Las Patronas.

“La experiencia más difícil que  me ha tocado presenciar es la de un joven llamado Jesús. Tenía 23 años, y se cayó del tren en Cuichapan. Mientras Norma Romero hacía el papeleo administrativo en el hospital, a mi le tocó subir a verlo, y hablar con él.

“Nadie nos prepara para esas emociones, y tenía mucho miedo de lo que iba a suceder. No sabía que palabras decirle, cuando despertara y descubriera que no tenía piernas. ¿Cómo iba  a saludarlo? ¿Cómo iba a decirle: hola como estás?”.

La sorpresa para Lorena, fue cuando el joven recobró la conciencia, le dijo: “por algo Dios me dejó aquí. Y yo voy a salir adelante”.

Guadalupe González se vio sorprendida por la actitud del joven. Y se dijo a sí misma  que “si ese muchacho no se rinde, yo no me voy a rendir”.

Para esta mujer, 20 año en Las Patronas,  “significan mucho para mi, ha cambiado mi manera de ser, de pensar. He conocido mucha gente, he aprendido muchas cosas. Aprendí que no todo es esperar a que el marido llegue. Las mujeres debemos hacer algo por nosotras mismas. Como mujeres también podemos hacer algo y valorarnos”.

Sobre el proceso migratorio, estima que “esto no va a parar, eso va a seguir. Aunque les tapen por un lado, les tapen por el otro,  ellos buscan la manera de pasar, de un lado o de otro, quizás se exponen a más peligros, pero ellos buscan la manera de seguir pasando.

Cada día está lleno de experiencias nuevas”: Lorena Aguilar

 “Cada día es diferente, cada día está lleno de nuevas experiencias, de muchas cosas que nos dejan enseñanzas”, dice Lorena Aguilar Hernández, de 30 años de edad, y quien tiene cinco años de forma parte de Las Patronas.

“Un domingo, vine aquí al comedor a visitarlas, y me tocó que pasara un tren. Pregunté si podía ayudarlas a entregar la comida, y me dijeron que sí, que agarrara las bolsas. Me advirtieron que tuviera cuidado con las piedras y que fuera cuidadosa al entregar las bolsas porque luego el tren viene muy duro”.

Lorena recuerda que aquél día, el tren venía cargado de gente, quizás 300 o 400 personas. “Y yo estaba ahí, estirando mi mano, mientras los que venían en el tren jalaban la bolsa”.

“Aunque venía mucha gente, se me quedó la imagen de un muchacho  de 17 o 18 años, calculo, yo le estire la mano con mi bolsas, y antes que las tomara, me dijo: gracias, con esa cara de cansancio pero de alegría por recibir esa bolsa”.

Ese día,  esta mujer se dio cuenta de que podía hacer algo por alguien más: “en lugar de estar en mi casa viendo tele, puedo venir aquí, y  ayudar. Le platiqué a norma mis intenciones, ella me explicó como trabajaban y me aceptó”.