- Sociedad
Tríptico de Guatemala
Tres mujeres de Chichicastenango, el pueblo donde fue encontrado el Popol Vuh, han salido de casa en la Caravana de Madres Migrantes “Emeteria Martínez” junto a otras 40 mujeres para buscar a sus familiares. Estas son sus historias.
Juan E. Flores Mateos/e-consulta.- Tomasa Pacajoj habló con su marido Pedro Morales González vía telefónica por última vez el jueves 26 de Abril de 2007. Él estaba en el Hotel Camargo, en una ciudad de la frontera de México con Estados Unidos que no recuerda. Pedro estaba bien y a un par de días de alcanzar suelo americano.
Tomasa lo vió partir con una mochila al hombro desde el dintel de la puerta de su casa el 9 de Marzo de 2007, mientras abraza a su hijo Tomás de seis meses, en Chichicastenango, departamento de Quiché, en Guatemala.
Chichicastenango es un pueblo que lo cruzan 25 ríos y es famoso por ser el lugar donde fue encontrado el Popol Vuh. Está ubicado al sur del departamento de El Quiché donde pertenece y a unos 145 km de la ciudad de Guatemala.
Desde ahí Tomasa Pacajoj partió con 40 mujeres en una caravana para buscar a su marido Pedro, de quien cuenta:
“Iba para Estados Unidos, ya no supe nada más, intenté llamarle al coyote Chaín, a quien contactamos a través de un familiar de nombre Francisco que había viajado antes, pero éste, Francisco ya se regresó porque no pudo cruzar” cuenta Tomasa arrastrando un poco la lengua.
Su esposo Pedro salió a sus 37 años porque la siembra de manzana ya no le estaba dejando como antes. En casa dejó los 40 quetzales al día que ganaba por jornada, su televisión donde veía el Chavo del Ocho y el fútbol que le emocionaba cuando un balón penetraba alguna portería y tocaba la red.
“Él no era vicioso, era un señor tímido, trabajador, sembraba manzana y cuando mucho ganaba 50 quetzales, cuando no veía la tele, descansaba, y había días en que llegaba a casa y no quería saber de nada.”
Tomasa no sólo pagó 500 dólares a un tal “Chaín” para que su esposo pudiera cruzar, tres meses después de la primera inversión, ella depositó otros mil que una voz desconocida le pidió.
“Me llamaron y me dijeron ‘señora, su marido ya llegó aquí, deposite’ pero no me pasaron a él en la llamada, entonces el coyote cuando me habló me dijo ‘pinche cabrón que sos pila, quiere más’, y luego descubrimos que ese dinero que depositamos ya había sido retirado hace tiempo”.
A Tomasa le siguieron marcando para pedirle dinero. Incluso después que había desaparecido le pidieron algunos dólares. El coyote Chaín desapareció, cambió de celular y nunca le volvió a contestar las llamadas.
Martina sólo habla Quiché
Junto a Tomasa vienen otras dos mujeres de “Chichi”, como le llaman de cariño a su pueblo que en su mayoría está habitado por la etnia quiché. Entre ellas está Doña Martina, que sólo habla esta lengua maya y es la primera vez que se sube para buscar a su hijo Carlos González.
Pero esto no es problema, porque su amiga Tomasa se solidariza y es quien le traduce para que ella pueda comunicarse. Para Martina no hay frontera política ni de lenguaje para querer encontrar a Carlos.
Carlos González era un conductor de camiones que salió de su casa para buscar un trabajo mejor pagado en los Estados Unidos el 16 de septiembre de 2011. La última vez que llamó a casa fue doce días después, el 28 de Octubre desde la ciudad de Matamoros, Tamaulipas.
“En casa dejó a sus dos niños, en ese entonces Angelina tenía dos años y su hijo José Carlos tenía un mes de nacido”.
Carlos era un buen jugador de fútbol, cuando dejaba de trabajar, echaba la cáscara en un campo verde enorme a las afueras de su barrio. De su desaparición, cuenta:
“Nos pidieron dinero, ‘sin nada de dinero él no puede salir de aquí’ así nos dijeron y pues hasta la fecha no sabemos nada de él.”
La historia de Mateo
Mateo Sánchez tenía 24 años cuando se fue de Chichi. El solía vender ropa y decidió irse a Estados Unidos porque ya no vendía mucho. El salió el 8 de Julio de 2011 y la última vez que me llamó a su esposa fue el 29 de Julio.
‘Ya no tengo dinero’, les dijo en idioma español pero como que se escuchaba nervioso, luego cuando habló en dialecto, los que estaban con él como que se enojaron al igual que el coyote. Ahí la familia perdió comunicación con él.
La esposa cuenta que una muchacha averiguó pudo averiguar que en aquella ocasión, Mateo le llamaba desde Reynosa, Tamaulipas.
De entre los recuerdos, la mujer de Mateo dice que cuando él no llegaba a casa a comer, jugaba maquinitas y fútbol, le encanta el fútbol, se emocionaba mucho cuando jugaba.
Ellos tienen una hija que ahora tiene 4 años, y pregunta mucho por su papá. Yo me dedico a tejer y en dos meses me saco a lo mucho 600 quetzales, esto es por día unos 20..
Con lo que gana, la esposa de Mateo alimenta a su hija con pastelito, jugo y agua, pero no es suficiente. Y cuando no tiene, entonces come pura hierba y a su hija le da la comida buena porque no hay de otra.
La esposa de Mateo dice que en Guatemala no tienen apoyo del gobierno. “Ojalá que pronto el gobierno de ustedes acabara con todo esto que hay en los trenes, que lo detuviera, yo quiero encontrar a mi marido”.