En la construcción del discurso del odio
- Mujeres Que Saben Latín
Por Estela Casados González
“Si no sabes, pregunta. No te quedes con la duda. La ignorancia es un monstruo que provoca miedo y problemas”, decía en clase mi profesora de educación preescolar. 40 años después ese consejo es la columna vertebral de mi vida privada y profesional. Recuerdo a mi profesora, una mujer alta, la única persona a la que había visto portar lentes. Me gusta pensar que observo y comprendo la vida con los lentes que ella me prestó.
Hoy como nunca me hace mucho sentido eso de que la falta de apertura ante lo desconocido o ante aquello que luce diferente en nuestra cotidianidad, solo servirá de combustible a nuestros miedos, prejuicios e intolerancia. En verdad, es más cómodo vivir así, regodeándonos en nuestras certezas. Dicen que la ignorancia es atrevida, agregaría que es celosa de otras realidades, de nuevos horizontes.
Preguntar, conocer y descubrir constituyen una aventura que reta continuamente los conceptos de normalidad y anormalidad, de lo bueno y lo malo, de lo correcto e incorrecto. No hay mayor desconsuelo que descubrir que se ha vivido en la equivocación o en la apreciación errónea sobre un tema, un sentimiento, sobre “cierto tipo” de personas o un sector de la población.
Es más fácil y cómodo no cuestionar nuestros prejuicios, vivir en la comodidad y la grandeza que provoca la descalificación hacia la diferencia. Negar el don de humanidad a quien calificamos con desdén medieval, con misoginia y fobia.
A lo largo de la historia de la humanidad, el repudio a lo diferente ha sido capitalizado por líderes políticos y religiosos. No vayamos muy lejos. En el primer semestre de 2016, en el estado de Veracruz se han registrado 26 crímenes de odio, es decir, asesinatos de personas pertenecientes a la comunidad de la diversidad sexual. El móvil siempre es el mismo: la aversión a su identidad y preferencia sexual.
Estos datos, recabados por la asociación civil Soy Humano, y compartidos por su presidenta Jazziel Bustamante, también ponen en evidencia que desde 2012 han perdido la vida 115 personas, debido a la homofobia y transfobia imperantes en la entidad.
Nuevamente, Veracruz destaca por un motivo por demás lamentable: primer lugar nacional en crímenes de odio, según datos de esa asociación.
Para quienes aquí vivimos y trabajamos de manera honesta, no es un secreto que Veracruz padece la peor de sus épocas en materia de seguridad y derechos humanos. Cuando pensamos que ya no puede ir peor, el horror, la delincuencia y, en los últimos tiempos, el conservadurismo de derecha, nos enseñan un nuevo matiz. La población ha padecido en carne propia las innovaciones del miedo y el dolor.
En los últimos días hemos presenciado dos fenómenos que llaman poderosamente la atención y que no hay que dejar pasar inadvertidos:
El debilitamiento del Estado laico a través de la reforma al artículo cuarto de la Constitución local. Su impulso y promoción los tuvo a través de la iglesia católica, fue avalado por el Ejecutivo estatal y puesto en marcha por la LXIII Legislatura del Congreso estatal, la cual pasará a la historia como la más servil y dependiente de la voluntad y los estados de ánimo del poder Ejecutivo.
Vemos a jerarcas religiosos de primer orden departiendo con el Secretario de Gobierno y el Presidente Municipal del Puerto de Veracruz, en medio de votaciones de cabildo que a puerta cerrada y bajo la presión de la Arquidiócesis de Xalapa, abren un panorama que posibilita la persecución de veracruzanas, así sea por un aborto espontáneo. La perspectiva de la iglesia ahora es ley.
En recientes concentraciones religiosas con jóvenes y misioneros, escuchamos con horror cómo se opina sobre los derechos de las mujeres y se cuestiona la humanidad de quienes tienen una preferencia sexual y amorosa por personas de su mismo sexo, que sataniza a quienes construyen su identidad genérica a partir de su parecer y deseo.
En un claro combate a los derechos humanos de las personas, se fomenta un clima por demás hostil hacia la comunidad de la diversidad sexual. Ahí están las cifras de crímenes de odio. ¿Cómo leer de manera diferente lo que sucede a la luz de este contexto?
Más que irresponsable, es cínico pensar que el fundamentalismo religioso disfrazado de un llamado a rechazar todo aquello que no sea “natural”, no enrarece el ambiente de por sí violento que se vive hoy en día.
Como ciudadanas y ciudadanos no debemos permitir que la perspectiva de un sector, se convierta en ley para el perjuicio de los demás; sobre todo cuando parte de un fundamentalismo religioso que no reconoce los avances jurídicos bajo el carismático pero falso disfraz del respeto a la vida y la familia.
De acuerdo a cifras oficiales y de la sociedad civil, del año 2000 a 2016, 1209 veracruzanas han sido asesinadas y no hay iglesia que se pronuncie para cambiar este panorama, como tampoco lo han hecho por los crímenes de odio.
¿Volveremos a los tiempos medievales en que se cuestionaba si las mujeres teníamos alma? Tal vez, en pleno siglo XXI se quiera establecer como ley que quien ama a alguien de su mismo sexo es criminal o quien se construye como una persona diferente a su genitalidad vivirá en la ilegalidad.
No se trata de criminalizar a nadie. No se trata de dar trato preferente a nadie. Se trata de vivir en una democracia y no en un Estado fundamentalista.