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El cerro se vino abajo y el gobierno no llegó: la huida del pueblo de Tziltzapoyo

  • Ángel Cortés Romero
En Zontecomatlán, Veracruz, medio centenar de familias indígenas huyó en la madrugada, cuando el cerro de Tziltzapoyo se vino abajo.

Fotos: Toni Cruz/Francisco de Luna

Zontecomatlán, Ver.— Roberto escuchó un estruendo que lo despertó a la 1:00 de la mañana. Fue un ruido parecido al que hace un avión, pero en realidad eran los gajos de un cerro cayendo a pocos metros de las casas de 50 familias de Tziltzapoyo, uno de los tres barrios de la comunidad indígena de El Cuayo La Esperanza, en Zontecomatlán

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Había llovido tres días y tres noches en la huasteca veracruzana, en un sitio recóndito de la zona norte del estado. Lo peor sucedió la madrugada del viernes 10 de octubre. El espanto ya no dejó dormir a Roberto, se quedó velando el sueño de su esposa Ema y de sus hijas. En plena madrugada, el campesino – un hombre fuerte de piel requemada que no se atreve a mirar a los ojos – salió de su vivienda para observar los montículos de tierra y roca alrededor de las casas.

“Tenemos miedo. Ya no dormimos con gusto”, suelta al aire una mujer temerosa de quedar sepultada si las próximas lluvias empujan la tierra.

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En Zontecomatlán, un municipio de poco más de 14 mil habitantes en donde el 56 por ciento de la población es indígena, están varias de las comunidades más afectadas por las lluvias del disturbio tropical 90E. Aunque el Gobierno del Estado de Veracruz solo reportó el cierre total de los caminos Zontecomatlán-Ilamatlán km 0+000 por el colapso de una estructura y Zontecomatlán-Huayacocotla km 0+100 por un derrumbe, pobladores de otras localidades compartieron en redes sociales los daños registrados por el desastre natural.

Simultáneamente, otros municipios de la región norte de Veracruz amanecieron ese día con inundaciones y deslaves que dejaron a cientos de familias damnificadas, carreteras y caminos incomunicados y a decenas de comunidades sin energía eléctrica y con poca señal para comunicarse por teléfono o internet. La atención y la ayuda se concentraron sobre todo en Poza Rica, Álamo Temapache y El Higo. A 10 días de la emergencia, apenas dos helicópteros del gobierno bajaron a El Cuayo La Esperanza para dejar víveres de los que ya no queda nada. 

“Amanecimos con el deslave tan espantoso, nunca lo habíamos visto, el 10 de octubre. Fue cuando estuvo lloviendo dos noches y días, un agua que nunca habíamos visto”, relata Rogelio Pérez Martínez, agente municipal de la comunidad. 

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Cincuenta familias integradas por alrededor de 260 personas indígenas abandonaron las viviendas que construyeron en el barrio Tziltzapoyo con el dinero que por años obtuvieron trabajando en el campo para las pocas familias adineradas de Zontecomatlán o del que vino de sus familiares que partieron de la comunidad hacia otras ciudades de Veracruz, del país y hasta del extranjero cuando se fueron de “mojados”. 

Los que pudieron se fueron a las viviendas de sus familiares en los otros dos barrios de la localidad, llevándose algunas de sus pertenencias. El resto se refugió en el salón de usos múltiples de la Escuela Primaria Bilingüe “Rafael Ramírez”, donde las niñas y niños aprenden tanto en español como en su lengua originaria, el náhuatl. Ahí duermen desde hace 10 días y pasan el tiempo esperando ayuda mientras los caminos se abren y la energía eléctrica es restablecida.

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Desde el tramo carretero de Iztacahuayo-El Naranjal-La Pahua, pueblos que pertenecen al municipio de Tlachichilco, hasta El Cuayo La Esperanza, hay 11 deslaves que cerraron los caminos durante más de una semana.

“Está tapada la carretera, no pueden pasar ni carros, está cerrado todo el camino, abrieron, pero na’ más para… ya no tenemos qué comer, porque está cerrado todo el camino ¿a dónde vamos a ir? Necesitamos cobijas, colchonetas, alimentos, agua”, habla Marcela Pérez, una de las más de 200 afectados.

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Las pocas personas que tienen un vehículo comienzan a bajar a los municipios vecinos por víveres a través de caminos empedrados, llenos de lodo y tierra reblandecida. Pero la mayoría no tiene dinero. Las lluvias y deslaves recrudecieron la pobreza en los municipios más alejados de la huasteca veracruzana y, al menos en la comunidad, arrasaron con las parcelas del maíz con el que se alimentaban.

“¿A dónde vamos a ir?”; Dominga huyó a las 5:00 am

A las 5:00 de la mañana del viernes 10 de octubre, Dominga Cortés Bautista huyó del barrio con miedo de que tierra y rocas la sepultaran en su vivienda. Media centena de familias hizo lo mismo y se fue, algunas a casas de sus parientes y otros a la escuela primaria.

Se desbordaron los arroyos y salimos corriendo de ahí, porque ya no podemos vivir. Los caminos, todos, están tapados ¿pues dónde vamos a ir? Entre los árboles y el agua, así nos venimos, y de noche, eran las 5:00 de la mañana. Salimos de ahí. Desde entonces no hemos ido a nuestras casas”, relata. 

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De la escuela hasta el barrio Tziltzapoyo hay 10 minutos de camino cuesta arriba. Desde abajo se observa el cerro desgajado y la tierra a punto de venirse encima de las casas. Para Rogelio Pérez Martínez, el agente municipal, el deslave del viernes 10 de octubre fue algo nunca visto.

“Yo como autoridad les tuve que avisar para que ya no estén en sus casas. Estando en sus casas niños y adultos mayores es un riesgo para mí como autoridad”, dice el funcionario, quien a la mañana dio la orden de desalojo.

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Solo dos helicópteros del Gobierno del Estado de Veracruz aterrizaron en El Cuayo La Esperanza para dejar algunos víveres desde aquel viernes. Ninguna autoridad, ni siquiera el presidente municipal, Adrián Feliciano Martínez, militante del partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), llegó a la zona del deslave. El pueblo pide su presencia y una evaluación para que sepan si el barrio aún es apto para vivir y si no, que los reubiquen.

“Ojalá que la gobernadora (Rocío Nahle García) nos venga a ver y nos dé una situación, porque no todo el tiempo vamos a estar aquí, porque es una escuela y los niños van a venir a estudiar, ¿dónde vamos a ir? Porque allá ya es un pueblo fantasma”, dice Dominga.

Las mujeres cocinan, pero el alimento se acaba

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La explanada de la Escuela Primaria Bilingüe “Rafael Ramírez” es una sala de espera. A los ancianos del barrio Tziltzapoyo los asfixia un calor de 30 grados centígrados mientras observan que un grupo de niños juega a encestar una pelota de basquetbol. El resto de los afectados forman una rueda alrededor de una planta de luz que una joven de Chicontepec llevó para que carguen sus celulares. A casi todos se les nota la preocupación porque en el pueblo ya casi no hay comida ni dinero. Tampoco hay luz. Los hombres lamentan entre ellos que las cosechas de maíz se perdieron. 

Una veintena de mujeres prepara la comida en un pequeño cuarto ubicado al costado del salón de usos múltiples de la primaria. Todas llevan vestidos, faldones y blusas bordadas con flores. Se comunican en náhuatl mientras preparan el nixtamal. Una mujer palmea la masa y otra vigila un comal al que le caben poco más de 20 tortillas. Al maíz lo echó a perder la lluvia y comprarlo ni siquiera les pasa por la cabeza. 

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Betsaida, una estudiante de 17 años que visita a sus padres desde la comunidad de San Sebastián, ubicada en Tantoyuca, comenta que el bulto de maíz cuesta más de 600 pesos, por lo que es más accesible comprar harina de Minsa o de Maseca.  Las mujeres también preparan caldo de sardina, huevos y casamiento, una combinación de arroz blanco con frijoles. 

Se nos está acabando el alimento y todo, porque los tres barrios estamos compartiendo. La gente está desesperada, quieren más alimento, más bebidas. Me da tristeza porque somos muchos”, menciona Daniel Bautista, quien también perdió sus parcelas de maíz tras las lluvias.  

 

@econsultaveracruz #SOS Deslaves en Zontecomatlán, #Veracruz, obligan a 50 familias indígenas a abandonar sus casas en Tziltzapoyo. Diez días después, los helicópteros del gobierno siguen sin llegar. #México #lluvias #ayuda Very Sad - Enchan

Al menos este domingo tuvieron un respiro: habitantes de San Sebastián arribaron con Betsaida como guía para entregarles despensas. 

Diez días después del deslave, los helicópteros del gobierno no han vuelto y las familias siguen esperando. En los mapas, El Cuayo La Esperanza apenas es un punto perdido en la sierra. Nadie sabe si volverán al barrio o si Tziltzapoyo quedará sepultado para siempre. Lo único cierto es que más de doscientas personas solo piden ser vistas antes de que la tierra vuelva a moverse. 

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