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La casa del diablo, el lugar embrujado más famoso de Boca del Río
Boca del Río, Ver.- La casa del diablo tiene tres pisos laberínticos y un sótano. De todos los lugares donde pudo habitar "el maligno", habría elegido una casa abandonada a orillas del río Jamapa, frente a la plaza más lujosa de la zona. Caguamas vacías, grafitis, papel higiénico usado, veladoras y cenizas de lo que pudo ser un ritual se encuentra el interior de la obra negra del hotel-restaurante que nunca fue.
La conocen como la casa del estero y se oculta muy bien entre una gran ceiba que carcome los muros, a ratos el norte de octubre agita sus grandes ramas eclipsando la poca luz que entra por las ventanales, pensados originalmente para ser miradores espectaculares hacia mar abierto.
Nadie sabe quién es el dueño de la casa del diablo, Alejandro el hijo del velador dice "que fue un capitán y que ya está muerto". Su padre, un hombre de ochenta años llegó a vivir cerca en los 60´s antes de que se crearan todas las historias en torno al lugar ubicado en la Venecia Veracruzana.
Así se suele nombrar a los canales que conectan al mar y el río, ladeado por las lujosas residencias de gente "que ni vive ahí, solo vienen a vacacionar", dice Carlos, un pescador de Boca del Río, él suele recorrer la zona de madrugada para lanzar sus redes en el río cuando como hoy el viento azota la costa y no puede ir a mar abierto. Nunca ha visto ni oído nada.
Las historias sobre la casa son confusas, la mayoría son contadas por jóvenes curiosos que durante la noche o la madrugada se aventuraron a cruzar el río o rodear el estero para adentrarse en alguno de los sótanos llenos de murciélagos y su excremento.
Allí, contó la escritora veracruzana Fernanda Melchor en el libro Aquí no es Miami, "habitaba el mismísimo demonio".
Melchor narra como un grupo de amigos se interna en la casa y un espíritu posee el cuerpo de la joven Evelia, quién tras ser exorcizada, primero por una bruja y luego por un sacerdote, muere al salírsele el demonio del cuerpo.
La clausura de la obra, según otras versiones, fue luego de que el velador de entonces matara a su familia para después cometer suicidio en la casa, esto llenó de "espíritus en pena" el inmueble, ahora corroído por la humedad y la vegetación.
Atrás de esa imponente mansión en ruinas habita el hombre mayor, su choza es custodiada por dos perros mestizos que lanzan un par de ladridos a los extraños, al parecer están acostumbrados a las visitas. En un último aullido ahogado se internan en la vegetación y se van.
Alejandro cuenta que el lugar sigue siendo frecuentado por jóvenes que llegan cuando cae la noche, horas antes en el atardecer el hombre asegura que se escuchan "caer monedas", un sonido de metal sobre el concreto y la hojarasca.
Para ver al diablo debes entrar solo, recomienda el hombre de 47 años desde su lancha, aparcada al otro lado del río frente a la mansión. Las vibras malas "se dividen" si entran más de siete u ocho personas, pero si solo llegan dos o tres el ambiente se siente pesado, contó.
Su padre los deja pasar por una módica la cantidad equivalente a lo que cueste "un chesco", es decir, a consideración de los visitantes. No hay monto máximo, pero notarás en el rostro de los anfitriones cuando des el mínimo.
Los estragos de quienes se invitan solos a la casa son evidentes, tanto que dejan por escrito y fechado que "el diablo se las pela", en sus habitaciones vacían botellas de alcohol, refresco y bolsas de botanas.
En una pared iluminada del último piso hay un gráfico burdo de una calavera con cuernos, debajo de la representación una mancha negra de cenizas y veladoras rotas.
"Le llaman la casa del diablo porque los jóvenes vienen a hacer sus diabluras" dice escéptico, Carlos de 60 años quien pasea a curiosos en busca de la aventura, pero al subir a su lancha siempre les dice la verdad "ahí no espantan".
Lancheros de la zona llevan a jóvenes y a otros no tan jóvenes arrastrados por la nostalgia, pues en sus épocas de secundaria o bachillerato se fugaron al lúgubre sitio y buscan reavivar la adrenalina que les produjo estar allí.
Si espantan o no, si hacen rituales o si solo se embriagan, mantener viva la leyenda de la casa del diablo es una ventaja para pescadores, lancheros y todos los involucrados en trasladar al otro lado del río Jamapa a valientes y miedosos hasta la gran mansión, la mansión de satanás.