“No podemos ni comer de tanta pestilencia”: vecinos en Las Choapas

Alberto Cardona / Diario Presencia

Un grave problema de aguas negras, que se mezcla con los residuos que genera una quesería de la calle Jinicuil, mantiene encolerizadas a decenas de familias de la colonia Carmen Romano y Aviación, quienes incluso varios de sus moradores están enfermos de la piel, pero lo peor es que la pestilencia ni siquiera les permite comer a gusto.

Debido a que la tubería de la red de drenaje es demasiado angosta, desde que se pavimentó la calle Rafael Murillo Vidal, los vecinos sufren las consecuencias en su salud, y responsabilizan a una quesería por arrojar sus residuos a la misma red. Sin embargo, el propietario de ese negocio, Marco Carrillo Coll, alega que el problema es la negligencia del ayuntamiento.

A escasos metros de un parquecito y cerca de la escuela “Jesús García”, Gudelia Sánchez González, habitante de la calle Rafael Murillo Vidal, sonríe detrás de las rejas que protegen su pequeña tienda de abarrotes, mientras le despacha un paquete de galletas a un cliente. Se ríe del reportero que llega tapándose la nariz con la camisa, debido al insoportable olor en la vía.

El cliente se aleja caminando por el borde de la banqueta. La mujer sale de su casa, para externar el problema.
—¿Ya se acostumbraron al olor?

—Con un año viviendo con el problema ya no es costumbre. Esto es cotidiano y eso que ahorita no huele mucho. Regrese a las 3 de la tarde, a la hora en que tiran el suero. Ya verá como con el calor esto se vuelve insoportable. Deje que se evapore un poco y va a sentir la verdadera pestilencia”, replicó mientras observa su calle llena de agua sucia.

En la calle se observan pequeños gusanos blancos entre el agua estancada. La mujer añade con lamento: “Cuándo me iba a imaginar que iba a vivir entre gusanos. Vine a vivir aquí porque antes rentaba en otra colonia, pero salí de Guatemala para llegar a Guatepeor. Así no se puede vivir. Ya de verdad estoy desesperada pero, ¡qué le voy a hacer! Con esta pestilencia no se puede comer, no se puede ni dormir a gusto, todo el día oliendo la condenada pestilencia del suero”.

—¿De dónde viene todo este desecho?
—De una quesería propiedad del señor Marco Carrillo”, mientras observa a lo lejos la corriente de agua, que por gravedad, llega hasta el frente de su vivienda. 

“La quesería está lejos de aquí, casi llegando al lienzo charro, pero el drenaje de la calle Jinicuil se conecta con éste. El problema es que casi siempre se obstruye la tubería y cuando vienen a desazolvarlo sacan bolsas de nylon llenas de quesillo, hasta costales y claro eso es lo que tapa la tubería”, agrega la comerciante.

Es difícil no mojarse con la apestosa agua. Gudelia avanza en dirección a la casa del presidente de la colonia. En ese instante pasa una camioneta y mueve las aguas estancadas. Al hacerlo el olor aumenta. Dan ganas de vomitar debido a lo asqueroso y repugnante que resulta el olor.

Gudelia se ríe de nueva cuenta. “Es lo que estamos viviendo a diario. Ojalá las autoridades vinieran aquí y estuvieran un día entero a ver si iban a soportar el olor. Pero otro cuento fuera si un político viviera aquí. Le aseguro que al día siguiente vienen y reparan el drenaje”.

Mientras moja sus pies con el suero de leche revuelto con aguas negras, el olor que emana de esta parece no causarle asco alguno y vuelve a reír.

—¿No le da asco?
—Pues sí —responde— pero qué le voy hacer. Ni modo que vuele. Tiene suerte de poder pasar ahorita sin mojarse tanto. El problema es que cuando llueve el agua no fluye, cuando viene uno a ver ya está el agua apestosa adentro de la casa. Si no pregúntele al presidente de la colonia. El agua les entró hasta el corredor de la casa. Les contaminó el pozo, no solo a él, también a varios vecinos.

Metros adelante, un niño descalzo “jurga” el hueco del drenaje con una varilla. Mientras lo hace, el agua que emana del hoyo moja sus pies. El niño se ríe nervioso y deja de hurgar el agujero. “Ya lo destapé un poco. Dile al presidente que venga a componernos la calle. En serio, dile que apesta mucho”.

—¿Cómo te llamas?
Tímidamente responde:
—Alfredo Solís López.
Otros niños se acercan a él y sonríen inocentes al problema social que los afecta. 
Finalmente la comerciante se despide y dice: “En esa casa color rosa vive el presidente. No puedo dejar sola la tienda mucho tiempo. Ya lo encaminé. De aquí no se pierde”.

Desde adentro de la casa del presidente de la colonia, se encuentra Rosalba Meza Santos. Su esposo no está.
“Yo le puedo decir lo que está pasando. Este problema tiene más de un año desde que se pavimentó la calle. Créame que estamos arrepentidos de que la calle se haya pavimentado, porque mire el cochinero de obra que hicieron. La calle mal nivelada, el agua no fluye, el drenaje está mal construido. Conectaron la tubería de la calle Jinicuil y desde allá nos afecta el señor de la quesería”, indica.

¿Se echan la bolita?
La resignación se observa en el rostro de la mujer. Es tiempo de marcharse. La quesería está ubicada lejos del problema. Hay un portón color negro. El olor a suero es notable, pero en cantidades menores. En el interior se observan algunos contenedores con suero, ¿Y el dueño? Uno de los empleados le avisa. Marco Carrillo acude. Con una seña discreta ordena cerrar el portón.

“Mira, aquí el problema no es mío, ni de los vecinos. El problema ya tiene su tiempo pero no es culpa mía. Es culpa del gobierno que construyó varias calles de mala calidad y eso todos lo sabemos. Yo ayer acabo de romper aquí un pedazo de banqueta para destapar el drenaje, pero hasta eso no quise romper más porque no vayan a decir que ando rompiendo calles. Precisamente hace rato acabo de hablar con Salvador Sosa Tenorio, precisamente para arreglar ese problema”.

—¿Le dará solución?
—Eso quisiera. Por eso les estoy pidiendo permiso para romper porque quiero meter mi línea de drenaje precisamente para evitar más problemas con los vecinos. Yo no quiero problemas. Nadie quiere problemas. El año pasado vinieron y me cerraron la quesería con palas y machetes. Yo no quiero problemas, pero quiero que Obras Publicas me otorgue el permiso para hacerlo y dar fin a este problema”.

Así mismo, indicó: “Yo aquí pagué por un permiso de construcción y no pague cien pesos. Pagué más de 20 mil porque los señores de Salubridad pararon la obra tres veces, y me cobraron por infinidad de permisos para dejarme poder operar, y como te explico, el problema es de la tubería en el drenaje. Metieron una tubería angosta de cuatro pulgadas y mire las consecuencias. Aquí la culpa la tiene el gobierno al planear mal la red de drenaje, pero por lo tanto yo voy a meter mi línea especial porque si no lo hago yo, nadie más lo va a venir a hacer”.