Somos adictos sin saberlo

  • Jafet R. Cortés

Desde que los Ladrones de Tiempo encontraron una mejor forma de lograr su cometido, las mesas familiares se convirtieron en largos y grises silencios.

Recuerdo con claridad el momento más aterrador de todos, aquel que marcó mi vida violentamente a los doce años. Me encontraba sentado en una mesa larga y grande en exceso; mi familia físicamente estaba ahí, aunque cada vez me quedaba más claro que algo les faltaba, y ese algo lo buscaban -con una vehemencia tremenda- a través de la pantalla de sus celulares.

Sin decir nada, un grito sordo revelaba la verdad. A parte del tecleo y los sonidos inconfundibles de las notificaciones, lo demás era un silencioso sepulcro que de golpe se había apoderado de todo, transformando la calidez del ambiente -dominante en reuniones pasadas -, en un gélido suplicio. Difícil tarea, tratar de salvar a alguien de sí mismo.

Todas las señales indican el camino a la verdad, una verdad dura pero no por ello menos cierta; una realidad que nos está consumiendo de múltiples formas, y es que somos adictos sin saberlo. El primer paso es reconocerlo.

Y no me refiero a aquellas adicciones que todo mundo ya conoce de cerca o de lejos –a los fármacos, la marihuana, el alcohol y tabaco, la cocaína, el cristal, el ejercicio, el trabajo, los videojuegos, el sexo- sino a esa dependencia que hemos generado –en mayor o menor medida- a las redes sociales y a la tecnología.

La palabra adicción se puede definir como un hábito de conductas peligrosas o de consumo de determinados productos de los que no podemos prescindir, ya sea por una dependencia psicológica o fisiológica. En este sentido nos podemos hacer adictos a cualquier conducta o producto, que en exceso se vuelve un riesgo latente para nuestra salud.

La conexión que tienen las redes sociales y la tecnología con las adicciones parte desde su diseño, que está enfocado en que las consumas, y si es posible, que ese consumo sea en el mayor tiempo posible.

La gente que diseña redes sociales y dispositivos, ha enfocado todas sus miras hacia la creación de estímulos positivos, que paulatinamente se conviertan en una necesidad. Así, cada sonido, imagen, video, animación, se vuelve un activador de nuestros sentidos, que nos estimula, generando la sensación de placer. Todo esto adquiere la forma de una red, que nos atrapa en terreno fangoso, hundiéndonos con nuestro propio peso.

Nosotros forjamos nuestras propias cadenas y las cadenas de los demás, creando contenido y generando estímulos positivos a través de las reacciones de la gente que nos sigue, en ese viaje en búsqueda de la aceptación.

Hagan una sencilla prueba. Dejen el celular algunas horas, no lo utilicen para nada y se darán cuenta que las aplicaciones y el mismo dispositivo móvil están diseñados para generar alertas específicas –innecesarias- que nos inviten a volver. Esos cantos de sirena que buscan nuestro retorno, nos llaman la atención cuando les descuidamos, con una vocecilla que nos susurra lo que parecería un regaño, que no nos deja vivir el mundo real.

Existe una tendencia a que todo se vuelva "Smart", y haya una conexión entre dispositivos –televisores, relojes, bocinas, automóviles, hasta refrigeradores- para bombardeados constantemente de notificaciones y estar siempre bajo el consumo digital, personalizarlo todo. Nos lo venden como una "necesidad", estar conectados, pero en realidad es una trampa que busca tenernos más presos de lo que estamos.

Cada vez el contenido en redes sociales se ha vuelto más corto, porque ese ritmo es el que tiene la sociedad actualmente –corriendo presurosa-, que misteriosamente cuenta cada vez con menos tiempo.

Buscamos que todo estímulo sea inmediato, y el mundo digital nos lo ha proporcionado a través de videos, imágenes y pequeños textos, que bebemos en desmedida. Abusando de la relatividad del tiempo, cinco minutos se convierten en dos horas de contenido consumido, paseando por el "reel". El misterio del tiempo robado, empieza a señalar culpables.

La tendencia a querer que todo sea inmediato nos ha llevado a generar poca tolerancia –desesperarnos pronto-; a no saber/querer resolver problemas que nos parezcan complicados; a no poder/saber escuchar activamente; a perder esa habilidad de reconocer cuando alguien necesita ayuda, tener empatía.

Lo anterior se ve materializado con mayor claridad en las nuevas generaciones, que aprendieron a convivir de mejor forma tras un monitor que de manera presencial, situación agravada por la pandemia que nos tocó vivir. No por ello se vuelve menos peligroso y evidente para toda la población, que evidentemente se encuentra sumida en ese consumo digital, que en exceso está causando tanto daño.

Huir de la vida real se ha convertido en una generalidad, porque ahí no podemos decidir con tanta facilidad qué consumimos y qué ignoramos por completo. En el mundo real sólo existe el entorno que tenemos en ese momento, y cambiar el entorno significaría salir del lugar donde nos encontremos -requiere cierto tiempo y acciones determinadas-; mientras que el mundo digital nos da un aparente control de todo, pudiendo cambiar el entorno en un instante si así lo deseamos.

Claro que se vuelve una adicción si a todos los lugares donde vamos necesitamos tener nuestro celular en la bolsa o en la mesa, revisar nuestras redes sociales; se vuelve una adicción si pensar en la posibilidad de su ausencia nos genera un micro infarto, que devuelve el alma al cuerpo cuando palmamos su presencia o volvemos a tener señal; se vuelve una adicción cuando su ausencia real, nos causa abstinencia e imploramos de manera interna o externa consultar una notificación más.

Como toda adicción, no es una causa en sí, sino una consecuencia a otras ausencias que tenemos en nuestra vida, ausencias que debemos localizar por nosotros mismos o con ayuda. Pero claro, el primer paso es reconocerlo, porque sin darnos cuenta, la vida se nos está yendo de las manos, mientras nosotros la observamos y compartimos desde un monitor.

Jafet R. Cortés 

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