Videgaray contra Venezuela

  • Joel Hernández Santiago
Pero ya se sabe que aunque el tiempo es estático, los hombres cambiamos, y las formas, y los estilos

Luis Videgaray sudaba, y no por el calor de Cancún, que a fin de cuentas estaban en un auditorio con clima regulado; le sudaban las manos; se le notaba nervioso. No era para menos. Su tarea era la de conseguir que durante la 47 Cumbre de la Organización de los Estados Americanos, en Cancún, del 19 al 21 de junio, por lo menos 23 países de la región votaran por hacer un extrañamiento al gobierno de Venezuela. Pero tan sólo consiguió 20 votos. Fue un fracaso de Videgaray. No de México.

Ya desde el 31 de mayo venían calentándose los motores. El Canciller mexicano, en Washington, exclamó: “Las alteraciones a la democracia, la polarización, la violencia, los heridos y los muertos obligan a la OEA a actuar con urgencia mediante nuevas gestiones diplomáticas…”

Un día después la Canciller venezolana, Delcy Rodríguez, respondió: ‘¡No tiene vergüenza el Canciller mexicano! [Videgaray]. Es un desvergonzado que no voltea a ver la realidad de su país y con un presidente mexicano [Peña Nieto] con índices de aceptación menores al 11%!’

Pero los dimes y diretes entre ambos estallaron durante la Cumbre de la OEA en Cancún, en la que Luis Videgaray se mostró más atento a la confrontación en contra del gobierno venezolano que en atender distintos problemas que aquejan a la región latinoamericana…

Durante muchos años México mantuvo una línea de política exterior basada en la famosa Doctrina Estrada: “El principio de no intervención y derecho de autodeterminación de los pueblos”. Esto es: no meter la cuchara en donde no nos llaman y respetar las decisiones de cada cual.

Así desde 1930. Su nombre deriva de Genaro Estrada, Secretario de Relaciones Exteriores durante la presidencia de Pascual Ortiz Rubio, y quien la redactó y publicó mediante un comunicado el 27 de septiembre de ese año. Ahí se manifiesta en contra de que los países decidan si un gobierno extranjero es legítimo o ilegítimo, especialmente si éste proviene de movimientos revolucionarios.

Durante todos estos años, México era referencia para los países de América Latina. Fue visto con respeto y a México acudían los países de la región que tenían conflictos, para encontrarse en tierra neutra y amiga, para dirimir las controversias. México era consultado y resultaba un intermediario en favor de Latinoamérica frente a las potencias, particularmente frente a Estados Unidos.  Bien.

Pero ya se sabe que aunque el tiempo es estático, los hombres cambiamos, y las formas, y los estilos, las razones y las nuevas perspectivas.

La globalización, tan apreciada y despreciada, al mismo tiempo, es un hecho. Y en esto la política exterior de los países también tiene que transformarse. La de México en ello.

Los países como México –emergentes, que se dice- deben participar en la vida del mundo, para aportar elementos de convivencia, para la solución de controversias mediante el diálogo y no las armas y la violencia; no las intervenciones; está en su obligación ser parte de ese mundo e intentar que los países que lo componen vivan en armonía y en paz… y todo eso que se inscribe en positivo, para la convivencia internacional.

Pero resulta que de un tiempo a esta parte, el gobierno mexicano, a través de su inexperto canciller –dicho por él mismo-, Luis Videgaray, se ha convertido en punza de lanza en contra del gobierno de Nicolás Maduro, con el pretexto de sus desmanes de gobierno.

Venezuela vive una crisis de gobierno que deriva en lo económico y, naturalmente en lo social. En unos cuantos meses este conflicto ha remontado mientras el presidente Nicolás Maduro se empeña en mantenerse en el poder mediante reglas dictatoriales. La oposición venezolana le confronta y exige democracia frente a un régimen que construye los andamios para perpetuarse en el poder. Todo esto es cierto.

Pero el gobierno de México actúa como gran censor y defensor de la democracia como si no tuviera cola que le pisen.  Exige democracia allá, cuando acá mismo esa democracia sigue sin consolidarse y con instituciones contaminadas por un sistema de partidos enfermo de ambición.

Habla de garantías sociales cuando en México se cuenta con más de 50 millones de pobres y 15 millones de ellos en la miseria absoluta; la inseguridad ha costado tan sólo en este año algo así como 12 mil vidas. El argumento es que se confrontan pandillas de narco violentos; que el crimen organizado se cobra cuentas y que hay daños colaterales: todo sí, sin que el gobierno pueda parar esa espiral trágica.

La incertidumbre de Ayotzinapa es motivo de críticas internacionales y no fue menos en el caso de la confrontación de Videgaray con la ex Canciller Venezolana, Delcy Rodríguez.

En todo caso resulta extremadamente sospechoso ese empeño del gobierno mexicano por descalificar y exigir cuentas al gobierno de Venezuela de un tiempo a esta parte.

Es muy extraño tanto interés en el país sudamericano y sobre todo apesta a que el gobierno mexicano está sirviendo de esquirol de Estados Unidos que tiene intereses petroleros en Venezuela y que no quiere dar la cara para solucionar un problema que es más su problema que de México. Y esto sí, en efecto, es una desvergüenza e indignidad.

Y si el gobierno mexicano está utilizando la política exterior para exponer al país, todo, en conflictos internacionales, entonces conviene exigir cuentas y recato en beneficio de la seguridad nacional mexicana; una seguridad nacional mexicana que el gobierno de este país debe cuidar, y no la de los Estados Unidos, sobre todo en tiempos de Trump. 

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Joel Hernández Santiago

Es periodista y editor. Ha sido editorialista en UnomásUno, La Jornada, El Financiero y más. Fue coordinador de opinión de El Financiero y director de Opinión de El Universal. Fue editor en la UNESCO y de Le Monde diplomatique. Ha coordinado obras como: "Planes en la nación mexicana", con El Colegio de México y "Pensar a David Ibarra", el más reciente.