El ruido y un sexenio

  • Alberto Delgado
¿A quién le podría molestar un poquito de blues?

Hace una semana, mi columna favorita de este medio (la de Alma Espinosa, se la recomiendo) tocó el tema de la contaminación auditiva de una forma poco ortodoxa, casi exigiéndonos que guardemos silencio, porque “no la dejamos escribir” (¡uy, qué delicada!). Días más tarde, los candidatos a la alcaldía de Xalapa se reunieron con los integrantes de la fundación “Vivir sin ruido”, para hacerles ver, básicamente, que el tema de la contaminación sonora es un gran ausente en sus agendas.

El fin de semana, desperté gracias a los alaridos de los cantantes de un coro cristiano que ensayan en su templo, cerca de casa. La verdad no tocan tan mal, pero Dios no les otorgó el don de la afinación (eso no se hace, Dios). Aunque pensándolo bien, tal vez sea el mismísimo Satán quien los hace cantar, para molestar a Dios y de paso a los vecinos, torturándonos a todos sin posibilidad de escapatoria. Entonces me acordé de Alma y su “¡Cállense, no me dejan escribir!”. Una de las preguntas más interesantes que planteaba Alma en su columna era “¿cuántas veces mi ruido ha impedido a alguien más pensar, concentrarse y escribir?”, y es interesante porque parte de la autocrítica. Y en ese mismo ánimo autocrítico, voy a confesar, amable lector, mi aportación al ruido citadino. Que conste que comparto esa responsabilidad con cinco personas más, para que no se me culpe de todo: tenemos una banda de rock.

Nuestra contribución al ruido incontrolable de la ciudad nació como todo lo que contamina auditivamente a la ciudad, sin querer. Una noche, con una cerveza en la mano, le dije a Óscar Martínez (que aún no sabía que sería el guitarrista de la banda y que también tenía una cerveza en la mano) “deberíamos hacer una banda de rock”. Una semana después, Óscar ya había hecho un censo entre los reporteros para saber quién tocaba algún instrumento, y empezar a tocar. Dos semanas más tarde, ya teníamos guitarras y amplis, y ya estábamos en casa de Óscar ensayando “Samba pa ti” la única rola que nos sabíamos. Lo curioso del caso es que la banda no está formada por músicos, sino por reporteros. ¿Por qué? Porque el trabajo empezaba a sufrir los estragos de la violencia, y cada vez era más difícil de hacer, así que lo tomamos como una suerte de “terapia ocupacional”.  Por jugar, en segundo lugar, y además, porque representaba un reto para demostrarnos que servimos para otra cosa, además de lo que hacemos diariamente como trabajo.

Dado el abrumador número de mandilones que hay entre los que forman la banda, el nombre de la misma fue casi una consecuencia. Decidimos nombrarla “Aquí No Mando Yo, atendiendo a la sugerencia por parte de la novia de algún guitarrista de la agrupación.  En una columna, un compañero dijo que a él le sonaba el nombre como esa apuesta zapatista de “mandar obedeciendo”, y además esto se apoyaba en el atrevimiento que tuvo el Xavo, nuestro bajista, de poner en nuestro logo a Emiliano Zapata (algún día nos van a exiliar por eso, estoy seguro). Nunca pensamos que tocaríamos para un público en algún lugar. Creímos que, por mucho, nos iban a invitar a las fiestas de los reporteros para amenizar, pero cuenta la leyenda que un 26 de mayo tuvimos nuestra primera tocada oficial. A ésta, se sumaron mi Duenda y un amigo suyo, estudiante de derecho y formarían parte de la banda un muy buen rato. Dice mi amigo Luis Ayala que tocamos “Feo, pero Fuerte” y desde entonces esa frase se volvería nuestro lema.

Hablando de los ensayos, los vecinos de “La Progreso” y Flavia (La esposa de Óscar) hicieron frente común para desalojarnos de su casa. Después los vecinos de la ahora esposa de Xavo hicieron lo propio. Luego los habitantes de “Las Margaritas” nos persiguieron con antorchas e implementos agrícolas para que dejáramos de hacer ruido en su apacible colonia. No nos quedó otra que mudarnos a mi casa, donde lo más que han hecho los que viven cerca es atentar contra la instalación eléctrica de la casa, pero de ahí no ha pasado (Te amo, colonia Veracruz). Además, sinceramente, tratamos de hacer el menor ruido posible para no causarles molestias, porque además, ¿a quién le podría molestar un poquito de blues?

No quisiera enterarme de que fue Satán el que nos ha impulsado a contribuir con nuestro ruido para contaminar auditivamente toda la ciudad por seis años. Quiero pensar que fue el amor a la música, la amistad, nuestra conexión con el ridículo, el jugar a ser músicos, lo divertido que ha sido. Aquí es donde se agradece a los que hacen el ruido en la banda (Óscar, Xavo, Fa, Aurelio, Mano) y a los que han pasado por la banda, a todos los extrañamos.  Alguna vez un amigo en una entrevista nos preguntó que qué planes teníamos para la banda. Recuerdo que le dije que el único plan que tenemos es que cuando seamos unos sexagenarios, podamos ir a la casa de alguno de nosotros a tocar un buen blues. Así, amable lector, ha trascurrido la historia de un sexenio. La pregunta ahora es si nos reelegimos o hasta aquí dejamos nuestra gestión. Mientras lo decide el público, porque obviamente aquí no mando yo, le dejo mi recomendación musical. La primera rola que nos aprendimos, sólo que en su mejor versión, con el Maestro Carlos Santana. Súbale a la música, nos leemos el lunes. 

Sígame en tuiter, sólo un sexenio más: @albantro