“Cosa de hombres”: Migración y masculinidad en la Sierra de Zongolica

  • Miguel Ángel Sosme Campos
"Siempre hemos pensado que cruzar para el norte es como una etapa que todo hombre tiene que vivir".

Primera parte

La Sierra de Zongolica es un importante polo geográfico y cultural de la etnia náhuatl, localizado en el centro suroeste del estado de Veracruz, en la región conocida como las Altas montañas. La altitud y condiciones medioambientales, aunadas a las características socioculturales de la población, permiten clasificar la serranía en dos zonas diferenciables, una cálida y otra fría. La primera se localiza en la región de tierra baja, usualmente fértil, apta para una diversidad de cultivos comerciales y de autoconsumo. Es reconocida por los rendimientos de sus suelos y el dinamismo económico mantenido desde el periodo colonial gracias al comercio de la caña y el café. Por su parte, la Tlasesekya (tierra fría) se ubica en las regiones altas, a más de 2,000 metros sobre el nivel del mar, en un entorno agreste y climáticamente adverso. A diferencia de la zona cálida, aquí las cosechas son limitadas, casi siempre amenazadas por las heladas y los torrentes en los tiempos de lluvia.

Ante estas adversidades, la migración de los varones indígenas hacia las zonas cálidas ha sido constante, siendo puntualmente documentada desde el siglo XIX. En este sentido, es de destacar la relación que guarda la masculinidad con los procesos migratorios, pues localmente éstos se han entendido como propios y exclusivos de los hombres.

En el contexto tradicional indígena, la masculinidad es valorada, asociándose a roles providenciales y públicos. Desde el nacimiento, los varones de la pasada centuria eran recibidos con beneplácito, y según dan cuenta las etnografías de mediados del siglo XX, las parteras “cobraban” más cuando las mujeres daban a luz a un niño que cuando parían a una niña. En el último caso, los padres no siempre estaban dispuestos a saldar la cantidad solicitada por la comadrona.  

El papel proveedor de los varones, así como su vínculo con la migración, motivaba que los progenitores enviaran a los niños a las escuelas con el fin de que aprendiesen español y fuesen capaces de leer y escribir la lengua nacional. La adquisición de estas habilidades facilitarían su desenvolvimiento en las tierras bajas. Por el contrario, las niñas fueron privadas de la educación básica, pues se creía que su papel doméstico volvía innecesario que aprendiesen a leer y escribir: “Las mujeres sólo servían para estar en la casa”.  

Actualmente la migración continúa siendo un asunto masculino en el que se imbrican diversas representaciones asociadas a la virilidad y la hombría. En efecto, entre los varones más jóvenes, migrar constituye una especie de rito de paso que marca el tránsito de la adolescencia a la adultez. Se trata de un anhelo nacido en la infancia y cuyo éxito derivará en el reconocimiento de un hombre digno del respeto de los demás:

“Desde chamacos sabemos que algún día vamos a tener que salir a otra tierra. Como nosotros, somos 5 varones, los cinco nos fuimos a Estados Unidos. Sólo uno se quedó por allá. Se casó con una chicana y él tiene ya la ciudadanía. El resto nos regresamos. Siempre hemos pensado que cruzar para el norte es como una etapa que todo hombre tiene que vivir, pero siempre pensando en regresar, porque el chiste es que vayas, que salgas para poder hacer algo por tu familia y tu comunidad y luego sigas con tu vida aquí. No se trata de que te vayas, sino de que trabajes y regreses para estar con los tuyos y apoyarlos (Nicolás, 27 años, Tlaquilpa)”.

Asimismo, es común que en las cantinas, después de la ingesta de alcohol y en estado de ebriedad, los varones presuman a otros en español, los viajes a las urbes y las adquisiciones realizadas en el norte, entre las que destacan artículos electrónicos y diferentes experiencias que los reivindican como hombres valientes. Se exalta, por ejemplo, la realización de trabajos pesados así como el cruce peligroso, pero finalmente exitoso, en la frontera. Además de algunos placeres y aventuras amorosas con mujeres de otras regiones de México o incluso, de Estados Unidos.

Enfrentarse con un mundo completamente desconocido y adverso en el que han logrado trabajar, obtener recursos, casas, autos y negocios, los legitima como “verdaderos hombres”. A lo largo y ancho de la Sierra de Zongolica, a propósito, una de las regiones con mayores índices de intensidad migratoria en Veracruz, se les puede ver manejando con orgullo grandes “trocas” con los cristales hacia abajo, escuchando música norteña a todo volumen o llamando por un celular, como esperando que el pueblo los note.

No faltan los autos con calcomanías de las banderas norteamericanas, ni las placas de Wisconsin colgadas a la entrada de los hogares. Tampoco las fotos de los días en el extranjero. Y son precisamente todas las representaciones asociadas a la masculinidad las que llevan incluso a los varones adultos de más edad, a emprender el éxodo:

A los hombres siempre se les ha enseñado a que tienen que mantener a la familia. Pero pues aquí la situación está tan difícil que los hombres ganan bien poquito y no pueden. A veces las mujeres la tenemos menos difícil, porque una como sea se va a lavar ropa ajena, muele maíz, lava trastes y gana unos cien pesos, a veces menos, pero si no limpia casas, vende tamales. Hay algunas señoras que ganan hasta más. Eso a los hombres no les gusta, dicen qué cómo va a ser que las viejas ganen más y traigan dinero a la casa. Como que es una presión para ellos, se desesperan y mejor dicen: ¡De que me mantenga mi vieja, yo mejor me voy! Y así se van para el norte (Doña Rufina, 48 años, Quetzaltótotl, municipio de Tlaquilpa)

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Miguel Ángel Sosme Campos

Miguel Ángel Sosme Campos es licenciado en Antropología Social por la Universidad Veracruzana y maestro en Ciencias Sociales por la misma institución. Es autor del libro “Tejedoras de esperanza. Empoderamiento en los grupos artesanales de la Sierra de Zongolica” (El COLMICH), y coautor de artículos y libros sobre arte textil indígena y estudios de género, los cuales han sido publicados por el CONACULTA, INAH, UAM y la Universidad Veracruzana.

Ha obtenido los siguientes reconocimientos: Premio Nacional Luis González y González (El Colegio de Michoacán, recibido en el año 2014), Premio INAH Fray Bernardino de Sahagún (Instituto Nacional de Antropología e Historia, obtenido en 2014), Premio Arte Ciencia Luz (Universidad Veracruzana, año 2014) y Premio de Tesis en Género “Sor Juana Inés de la Cruz” (Instituto Nacional de las Mujeres, 2014).

Desde marzo de 2015 a la fecha, colabora en el proyecto Etnografía de los Pueblos Indígenas de México, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).