Ser mujer en la Sierra de Zongolica: Mamantzin Justa

  • Miguel Ángel Sosme Campos
Cuando su esposo murió, abuelita Justa puso fin a estas costumbres...

Aunque las nubes de pronto lo cubren, el sol de Xibtla se abre paso en lo alto; escucho a doña Carmen y a su suegra, mamantzin Justa conversar en náhuatl. Son las 7 de la mañana y el día ha comenzado para estas mujeres de la Sierra de Zongolica.

A la abuelita Justa le ocupan sus borregos, por lo que antes de desayunar los visita para saber cómo han amanecido. Cada borrego es para ella una flor que debe cuidarse y quererse, por eso los llama xochimeh (flores). Mamantzin (abuelita) ya sacó a todos del corral y parecen contentos, caminan unos atrás de otros con singular gracia.

Desde mi silla puedo ver el paisaje boscoso que caracteriza a Xibtla. Contemplo la neblina, a la gente que transita con sus burros cargados de leña. El paisaje de Xibtla resulta seductor; esos guajolotes, borregos y pollos andando de aquí para allá, me remiten de inmediato a las escenas costumbristas del siglo XIX. La naturaleza ha sido benévola con esta tierra, la ha dotado con dos manantiales que abastecen de agua a toda la comunidad; también le ha dado árboles maderables, animales de caza, plantas y flores de vistoso color. Aquí la tierra es fértil, por eso se siembran duraznos, perones, manzanos, chiles, tomates, maíz, frijol, calabazas, cilantro, flores y ciruelos. Los pinos de ocote, también son comunes en esta región dedicada a la explotación forestal, donde los pobladores siembran vastas hectáreas de especies maderables que luego emplean en la producción de muebles y otros derivados.

Aquí en Xibtla siempre ha hecho frío, por eso, anteriormente, las mujeres acostumbraban usar una falda de lana que medía tres metros y que teñían con añil, una blusa de manta tejida con varios colores, así como un rebozo sin flecos, también de lana. Los hombres portaban unos jorongos con diversos diseños geométricos de singular belleza, mismos que hacían las mujeres para protegerlos del frío. Todo se realizaba en el telar de cintura.

Doña Justa es una experta en el manejo del telar, pero hace mucho que no teje. Ahora trabaja más el barro. Sus hijos calculan que tiene 87 años, es imposible conocer su edad con precisión porque carece de acta de nacimiento y demás “papeles”. Aunque mamantzin es una persona mayor, su figura legal es inexistente para el Estado mexicano, cosa que a ella la tiene sin cuidado. Trabaja, y trabaja, trabaja duro. Los doctores le han dicho que ya no debe salir tan temprano porque el fresco de la mañana es perjudicial para sus pulmones, y que tampoco debe cargar leña porque se puede lastimar la espalda; también le prohibieron acarrear agua con su tzimpil de barro. El día que mamantzin obedezca las indicaciones de la medicina alópata seguramente morirá, porque ella no imagina una vida en cama.

Mamantzin todavía va al manantial para lavar ropa y para acarrear agua. Todavía sale a visitar a sus hermanos y a sus compadres, no deja de caminar ni de trabajar. Aproximadamente contaba con veinte años cuando tuvo a su primer hijo, no recuerda la edad exacta; sólo tuvo dos.

Ella hace todo lo que una mujer de su contexto haría. Tortillea, teje, siembra, trabaja el barro, pastorea, desgrana maíz, desvaina frijol, cocina, limpia, cuida su jardín; y como a toda mujer de su medio, no le fue permitido asistir a la escuela, por eso no sabe leer ni escribir. La abuelita Justa tenía muchas ganas de aprender y se escapaba de su casa para ir a la primaria. Se escapó muchas veces, tantas que perdió la cuenta, pero siempre sus papás la regresaron a su casa. Estaba mal visto que una mujer conociera las letras y la Castilla.

Según comenta, ella fue pedida en matrimonio por un muchacho a quien no conocía. Once veces fueron los padres del pretendiente a visitarla y a la duodécima se la llevaron, esa vez tuvo mucho miedo porque no sabía lo que le podía pasar en una casa desconocida, pero pronto se contentó cuando le entregaron un collar de piedritas rojas. Era un collar muy bonito, de esos que ya no se ven. También le regalaron un ajuar de boda que incluía algunas prendas textiles y aretes. A su familia le dieron varias canastas de pan y comida, también hubo mucho alcohol.

Después de eso, mamantzin tuvo que dejar el hogar paterno para mudarse con extraños. La suerte no estuvo de su lado. En su nueva casa conoció a sus suegros y a su cuñada, quien nunca la quiso. Siempre la trató mal, le gritaba y le pegaba, le decía cosas feas. Abuelita Justa aguantó los insultos por mucho tiempo, pero un día se hartó y decidió escaparse, como antes se escapaba para ir a la escuela.

Esa vez, mamantzin huyó a su antigua casa creyendo que sería bien recibida por su familia, pero en lugar de eso, su madre y su padre la obligaron a regresar. Así era la costumbre. Cuando una mujer era entregada, ya no podía volver. Tenía que quedarse con su marido y sus suegros porque se decía que ya la habían pagado. Ahora las cosas son diferentes para mamantzin y sus hijas. Cuando su esposo murió ella puso fin a esas costumbres, sus hijas sí fueron a la escuela, aunque sea la primaria todas estudiaron. También todas ellas eligieron a sus esposos. Nadie las pidió. Todas hablan español y también el náhuatl, todas aman su cultura aunque rechazan las prácticas que las excluyen. Son rebeldes, como se los inculcó mamantzin.  

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Miguel Ángel Sosme Campos

Miguel Ángel Sosme Campos es licenciado en Antropología Social por la Universidad Veracruzana y maestro en Ciencias Sociales por la misma institución. Es autor del libro “Tejedoras de esperanza. Empoderamiento en los grupos artesanales de la Sierra de Zongolica” (El COLMICH), y coautor de artículos y libros sobre arte textil indígena y estudios de género, los cuales han sido publicados por el CONACULTA, INAH, UAM y la Universidad Veracruzana.

Ha obtenido los siguientes reconocimientos: Premio Nacional Luis González y González (El Colegio de Michoacán, recibido en el año 2014), Premio INAH Fray Bernardino de Sahagún (Instituto Nacional de Antropología e Historia, obtenido en 2014), Premio Arte Ciencia Luz (Universidad Veracruzana, año 2014) y Premio de Tesis en Género “Sor Juana Inés de la Cruz” (Instituto Nacional de las Mujeres, 2014).

Desde marzo de 2015 a la fecha, colabora en el proyecto Etnografía de los Pueblos Indígenas de México, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).