Las películas de terror

  • Alberto Delgado
Creo que ver una película de terror es un riesgo que no siempre vale la pena...

Aprovechando que un buen número de personas se encuentran ya instaladas en lo que ellos denominan “vacaciones”, esa época del año que nosotros los reporteros no conocemos, pero nos han platicado de su existencia, voy a atreverme a hacerle una recomendación,  por si le sobra tiempo libre. Una de las cosas más gratificantes que podemos hacer en ese tiempo libre es sentarnos a ver una película. Sólo o acompañado, esta temporada es la mejor para hacerlo: afuera, en la calle, muy probablemente esté lloviendo de aquí a marzo, y además hace frío, por lo que “una película” es, casi siempre, una buena respuesta para la clásica pregunta ¿Qué hacemos hoy? Y puede que todo sea sana diversión hasta que a alguien se le ocurre que la película sea de terror. Sinceramente, no sé qué clase de mecanismos operan en la mente de las personas a las que se nos ocurren estas ideas. Me ha pasado varias veces, y me sigue pasando, y casi todas las que he abierto mi gran boca para decir “¿y si vemos una de terror?” ha sido una idea malísima. Ayer fue la más reciente.

Fui con una amiga muy querida a su casa a ver películas y en esa parte del cerebro donde se le ocurren a uno las estupideces, se escondía una idea pequeñita, casi imperceptible, que me decía: “que sea de terror, que sea de terror” y entonces dije: “tengo ganas de ver la peli del payaso ese que da miedo” y ahí fue donde otra voz interior me dijo: “no, loco, no” pero la verdad la oí a lo lejos. Fuimos por la tal película y todo hubiera estado bien, de no ser porque en la filmografía hollywoodense hay no una, sino varias películas de payasos que dan miedo, desde la celebérrima “It” hasta la basura que vi ayer, que se llama “El Payaso Maldito” y es basura: malos diálogos (el peor: un tipo con cara de loco y hablando a puro grito le dice a un niño de unos seis años: “¡tenemos que decapitar a tu papá!” en una de las escenas más inútiles e ineficaces del cine mundial), una historia terrible (un tipo se encuentra un traje de payaso que no se puede quitar porque el traje esconde a un demonio que lo único que quiere es matar unos chamacos), y en general una producción lamentable, que no asusta a nadie.

Creo que ver una película de terror es un riesgo que no siempre vale la pena: efectivamente  puedes encontrarte con una joya del cine (El Exorcista, Eso, La Masacre de Texas) o películas muy malas, como la que le mencioné hace unas líneas. Como sea, amable lector, si usted se anima a correr ese riesgo, lo mejor que le puede pasar es que la película sea mala. Así, si ve la película acompañado, digamos, por una chica,  puede hacerse el valiente sin tanto esfuerzo, incluso hasta llegar a convencerse usted mismo de que lo es. El problema es cuando la película es buena, porque en ese caso,  el sufrimiento le va a durar aún más tiempo del que dure la película, y puede que no pueda volver a dormir en un par de días o se ande imaginando apariciones por todos lados, o ande por la vida saltando por cualquier ruidito que ocurra en donde sea, teniendo como resultado que la tal chica crea (no sin razón) que usted es un cobarde. Me han contado.

La última vez que me pasó algo así, fue en el estreno de la reedición de “El Exorcista”. Lo recuerdo perfectamente. Desde que amaneció estuve fregando a la chica que era entonces mi novia, tratando de convencerla que fuéramos al estreno, en el cine, dado que nunca habíamos podido ver esa película en una sala de cine, y era nuestra oportunidad. Ella se negaba de todas las formas posibles, hasta que mi persistencia (una herencia familiar) la terminó hartando, y aceptó. Compré los boletos para la función de las 23:00 horas, sin saber todavía que había cometido uno de los peores errores logísticos desde que tengo memoria. Pues ya, vimos la película, la más terrorífica que he visto, sin duda, clavado en mi butaca y con esa risita nerviosa del que muere de miedo cuando la película acabó. La acompañé a su casa, que estaba a dos pasos de Plaza Museo.  Ella iba muy impactada por lo que acabábamos de ver, y yo igual; me empezó a dar su opinión de la película, que básicamente era aún más aterradora. Yo seguía su discurso muy atentamente, hasta que recordé que aún faltaban varias cuadras para llegar a mi casa, por lo que tendría que caminar solito, de madrugada entre la neblina. Eran ya casi las dos de la mañana, y yo caminando, volteando a todos lados por si se aparecía algún demonio o la mismísima Regan con todo y cama y vómito verde. Iba asustadísimo.

 Cerca de la esquina de mi casa, ya sentía que lo había logrado, sin toparme con ningún evento sobrenatural o diabólico.  Y tan concentrado iba yo en eso que no me di cuenta que exactamente doblando la esquina, pero en sentido contrario, venía caminando un burro (sí, amable lector, un asno, un borrico andaba suelto a mitad de la madrugada por humanidades) y lo único que alcancé a ver antes de gritar horrorizado y pegar un brinco que me hizo caer a la calle, era su enorme cara viéndome de frente, como si fuera una aparición demoniaca que viniera de las profundidades del averno para martirizar mi alma.  Está de más decirle que el burro también se espantó, y empezó a correr huyendo de mí. Y que dejé de estar espantado por lo ridículo de la escena. Mientras me levantaba, pude ver la cara de risa del velador de la cuadra, que desde ese momento no dejó de reírse de mí cada vez que me lo encontraba. Afortunadamente, dejé de vivir por ahí hace un buen rato y no tengo que soportar a ese viejillo previniéndome sobre posibles ataques por parte “del burro”.

Pues bien, hágame caso. A menos que sí disfrute de ese tipo de películas, no se haga el valiente. No sea que termine como el burro, que se asustó por una película que ni siquiera alcanzó a ver.

Mi recomendación musical es una belleza que proviene de ese mismo filme, El Exorcista. El tema se llama “Tubular Bells” del gran Mike Olfield. Es una belleza, por favor disfrute. Nos leemos el lunes: https://www.youtube.com/watch?v=FN6jIvKiYOs

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