Tatuajes

  • Alberto Delgado
Tengo un pequeño inconveniente: soy casi alérgico al dolor físico.

Los tatuajes son tan antiguos como los seres humanos en el mundo. Hay evidencias arqueológicas que ubican herramientas para hacer tatuajes desde hace 60 000 años, y los restos humanos con tatuajes más antiguos que se conocen, se calcula que tienen casi 6000. Personalmente, siempre me han gustado los tatuajes y me entusiasma mucho la idea de tener uno. Además, el hecho de que se hayan puesto de moda últimamente y haya muchas personas en la ciudad que lo hagan con gran calidad, facilita mucho la cuestión. Todo parece indicar que es el mejor momento para hacerme un tatuaje, sólo tengo un pequeño inconveniente: soy casi alérgico al dolor físico.

Usted no me va a creer, amable lector. He recorrido ya casi todos los lugares donde hacen tatuajes, he visto mil veces las galerías de Instagram de todos los tatuadores de la ciudad, he analizado innumerables imágenes de los tatuajes que podría hacerme, incluso he hablado con tatuadores y con gente que se ha hecho tatuajes recientemente, lo único que tengo que hacer es animarme… y no.

La verdad, es que ya imaginé la escena: Voy al estudio del tatuador (o tatuadora, aún no lo sé) lo saludo, hace un par de chistes para relajarme, cómodamente me siento en su sillón, mientras la amiga que se ofreció “amablemente” a hacerme fotos del proceso empieza a intentar ridiculizarme; el tatuador me pregunta si es mi primer tatuaje, etc., mientras prepara su maquinita para inyectar tinta; previamente hablamos del diseño y esas cosas, de las que sigue hablando mientras limpia el área en donde va a trabajar; anuncia que ya empezará, se inclina para empezar su trabajo, hace una rayita, yo brinco del dolor, le digo que muchas gracias, me largo de ahí con una raya en el pecho, el orgullo más herido que mi piel y la decepción de mi amiga que no para de reírse de mí y de hacer fotos de una vulgar rayita (más bien son dos puntitos) que me quedará para toda la vida, mientras empieza a subir a las redes sociales fotos de mi “tatuaje” que me duele menos que la autoestima.

En segundo lugar, aún me cuesta mucho trabajo definir qué diablos quiero tatuarme. Es decir, tengo varias opciones pero aún ninguna que sea definitoria de algo o que sea súper importante o crucial o no sé, algo así. Y ya me imagino tatuándome a Po, el de Kung-Fu Panda y arrepintiéndome cuando tenga como 50 años, y entonces sufrir aún más dolor para borrarme mis ridiculeces de la crisis de los 40.

La búsqueda del tatuaje perfecto es un dilema muy serio. Aunque muchas personas que tienen tatuajes me dicen que esto no es cierto, porque uno empieza a tatuarse algo y luego se hace otro tatuaje y otro. En promedio, quienes se hacen un tatuaje se hacen otros tres, lo cual también me da un poco de temor. Me encuentro a mi amigo Ehécatl mientras escribo esta, su columna de los lunes,  y me aclara algunas cosas: que el asunto del primer tatuaje no es tan definitorio (él trae puesto un tatuaje enorme de la Santa Muerte, ¿por qué no?) y es un hecho que hay dolor de por medio, aunque no tanto como me estoy imaginando, sobre todo si elijo un lugar que no duela tanto para hacerme un primer tatuaje. Al final en su recomendación mencionó a Juan Escutia, hecho que no sirvió para tranquilizarme, porque recuerdo que a Juan Escutia no le fue muy bien que digamos.

Recuerdo también que cuando mi Duenda (mi hermana) se hizo su tatuaje, hubo un drama familiar y por poco los Elfos la desheredan, hasta que se acordaron que de todos modos su herencia no es una cosa así de esas que duele harto perder, y se calmaron. Ahora ni caso le hacen a su tatuaje, ni la Duenda le hace caso a la herencia de los Elfos. Sólo la Elfa se acuerda a veces, y cuando lo hace, se voltea a verme con ojos de pistola y me dice: “ni se te ocurra a ti andarte haciendo esas cosas horribles”. Y no se me había ocurrido, no tanto pues, hasta hace unos días.

Pues bien, querido lector. He recopilado algunas opiniones y no se ponen de acuerdo: hay quienes dicen, como mi Duenda, que la experiencia no es gran cosa. Que uno piensa que su tatuaje es único en el mundo y que uno es quien más razones tiene para tatuarse y resulta que la agenda del tatuador está tan llena que si acaso tienes un par de minutos para hablar con él, ya es mucho. Otros, como la Loca de los Lagos o mi jueza implacable del Instagram, prefieren no hacerse algo tan permanente; otras personas, como mi amiga Adri, piensan que lo más importante es el significado de tu diseño; la verdad es que en tanto que es una decisión personalísima, lo tengo que pensar muy seriamente. Lo que sí le puedo prometer desde ahora, es que, de animarme a aguantar el dolor del tatuaje, no me voy a tatuar a Po, el de Kung-Fu Panda.

Lo bueno de: los tatuajes

No lo quiero engañar, querido lector. No sé si voy a poder superar mi temor al dolor físico para hacerme un tatuaje. Pero sinceramente he tenido la intención desde hace ya varios años (lo cual usaré como argumento para negar por todos los medios que sea un producto de la crisis de los cuarenta) y tal vez lo intente en poco tiempo. Ya lo veremos.

Mientras tanto, le voy a dejar mi recomendación musical de la semana: es una canción muy ridícula, ejecutada magistralmente por el Van Halen, rockeros que se niegan a morir. Disfrute el tremendo solo del Maestrazo Eddie Van Halen, uno de esos pocos dioses de la guitarra. Nos leemos el lunes:

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