Mis muertos

  • Alberto Delgado

Mis muertos son imprudentes. Nunca han querido permanecer en algún panteón (no los culpo, la verdad) ni tienen fecha para visitar. Ellos no tienen hora y vienen cuando quieren, de la forma en que se les da la gana. Por eso nunca voy a los panteones ni se me ocurre “visitarlos”. Ellos solitos se aparecen y llenan con sus presencias muchos de mis días.

Mis muertos son tan insolentes, que en vez de ir a dar al camposanto, como los muertos normales, decidieron ser compañía, y se volvieron parte de la historia de la que estoy hecho, parte del idioma que hablo, de las cosas que sé del mundo, lo que veo, lo que leo, lo que como, lo que vivo diariamente.

Creo que mis muertos nunca han estado muertos. Hablan, sugieren, y a veces hasta dictan. Uno no puede ignorarlos o evitarlos, se aparecen de pronto entre la gente (entre mi gente) y entran haciendo escándalo. ¿No le ha pasado, amable lector, que de pronto se sorprende cuando dice una expresión que diría, por ejemplo, la abuela? ¿No se ha preguntado, por ejemplo, qué haría o qué diría el abuelo en tal o cual situación? ¿No tiene un chiste en su familia que se haya contado generación tras generación y siempre siga haciendo reír? ¿No es eso un guiño, un saludo de ese alguien que, sin estar, está? Cuando a mí me pasa, no me queda de otra que sonreír con los abuelos, y saludarlos.

Lo que los de antes de nosotros nos dejan, se vuelve nosotros. Lo dice mejor Pitol cuando escribe que uno es la “suma de todas sus restas”. Y en el transcurso de los años, personalmente he restado cosas que he sumado muy bien, como la dureza al hablar de mi abuelo materno “Don Fabián”, que daba miedo, pero siempre terminaba sus discursos con un abrazo y un regalo; los ataques de risa de la hermana de la Elfa, mi “Tía Chata”, que hacían que luego el ataque fuera mío y me doliera la barriga de tanto carcajearme; la sonrisa fácil y las manos en mi cara por parte de mi abuela paterna, que además cocinaba como los dioses; el misterio de la música que me heredó Don Juan Delgado, el papá del Elfo, de quien cuenta la leyenda que casi no sabía leer, pero bien que leía sus partituras y tocaba como diez instrumentos; el amor, la persistencia y la complicidad de Rosario Castillejos, mi abuela materna, que además me ha dejado ese vicio de ir al cine; la inteligencia, el cariño y el ajedrez que juego con mi hermano Laureano Santos; las interminables ganas de molestar del “Compadre” Diego Zurita; la sonrisa “a prueba de balas” de Pancho, el vecino de mi “Tío Coca Cola”; las calles compartidas y las fotografías de Rubén Espinosa; el gesto duro y las bromas de Víctor Báez, entre otros muchos que ahora andan por donde yo voy.

En todo caso, he pensado que los muertos de verdad, los dolorosos, son las posibilidades canceladas, esas versiones de nosotros mismos que por nuestros errores o decisiones no podremos ser; los “varios porvenires” de los que hablaba uno de mis muertos favoritos, un tal Jorge Luis Borges. Por ejemplo, digamos que tal vez usted alguna vez se imaginó siendo un músico profesional, y en el camino decidió, o se vio en la necesidad de no serlo. Ese músico profesional no está vivo. Pero usted sí lo está. Nunca sabremos si esos “posibles” debían “vivir”, así que dejémoslos descansar. Tenemos lo que somos ahora y lo que podemos construir para otros tantos porvenires. Los otros muertos, los que han vivido con nosotros, nos acompañan a cualquiera de estos varios porvenires a enriquecerlos, a llenarlos con lo que nos regalaron en la parte del camino que compartieron con nosotros.

En esta época no vienen mis muertos. De hecho, nunca se han ido, y si se fueron, se fueron a todas partes. Viven donde yo vivo, y a donde yo voy, se les celebra cada vez que aparecen. Mis muertos, con su constancia, con su imprudencia, con su insolencia y su vitalidad, no hacen otra cosa que mejorar mi historia, que es la sustancia de la que estoy hecho.

Lo bueno de: el día de muertos

Todo es bueno el día de muertos, la comida, los colores, los altares, el chocolate, el viento que se apodera de la ciudad, así que celebre a los suyos y pásela muy bien. Mi recomendación musical de hoy es una rola de otro de mis muertos favoritos: Jimi Hendrix. Little Wing es una gran rola y esta versión también lo es. Uno de los violinistas más talentosos del mundo le rinde tributo al gran Jimi Hendrix y en 1999 sale a la luz uno de los discos más raros y más interesantes que haya escuchado. Disfrute. Nos leemos el lunes.

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