La Memoria

  • Alberto Delgado

Recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado) que un cuento de Borges empezaba así: “Recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado)”. Funes, el memorioso, se llama. Era un cuento angustiante, acerca de un tipo que recordaba. Que recordaba todo. Que no tenía acceso al olvido, ni a la abstracción ni generalidades. Su vida era una serie de detalles, recordados minuciosamente.

Funes se la pasaba muy mal. En alguna parte del cuento, Funes dice: “Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo”. Y entonces Borges trata, con esa tendencia tan suya a exagerar, la forma en que el desdichado recordaba: “Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad”.

Un número especial de la revista Nat Geo, dedicado a la memoria, documenta el caso de una mujer de California que recuerda casi todos los días de su vida desde que tenía 11 años, y el de otro señor de 85 años, que no puede recordar nada, y está perdido en el tiempo, en un presente eterno, entre un pasado que no puede recordar y un futuro que no puede contemplar. Cada que me imaginaba la vida de este último, no podía dormir. Dice mi hermana que yo recuerdo puras babosadas. La mayoría del tiempo encuentro frases de telenovelas, escenas de películas, datos inútiles que salen a veces en las series de televisión, fragmentos de libros, de revistas, recuerdo tuits, discusiones estúpidas. Recuerdo claramente cuando la niña de la secundaria que me gustaba me dijo que le hubiera dicho un día antes que fuera su novia, porque hacía un ratito le habían preguntado y ya era novia de otro niño; recuerdo a mi papá explicándome las fases lunares, con una lámpara y una pelota de beisbol; a Catalina Creel y a los perros del “Maleficio”; el viaje con mis papás a Córdoba donde iban escuchando un disco de Julio Jaramillo, la forma de festejar saltando del “Venado” McGee, de los Cardenales de San Luis.  Funes diría que mi memoria es un “vaciadero de basuras”. Y olvidar, para mí, es todo un reto.

Y es que el olvidar, no el recordar, es la esencia de lo que nos hace humanos, diría Borges. Curiosamente, vivimos combatiendo el olvido. Cada vez con menos éxito, al parecer. Compramos libretas, discos duros, papeles con pegamento para recordarnos cosas, hacemos fotos, memorias de 32 o más Gb para almacenar recuerdos; compramos teléfonos “inteligentes” para que guarden todo lo que hacemos. Y aun así olvidamos. Supongo que porque cada vez nuestro cerebro carga menos con esa responsabilidad, y se la otorgamos a otras plataformas “más confiables”, con menos tendencia a fallar. Y fallamos. “Pensar es olvidar”, dice Borges. El olvido nos quita dolores, penas, traumas, vacíos.

En una parte del reportaje de la revista que mencioné líneas arriba, la señora que recuerda todos los días de su vida, dice que no se perdona muchas cosas. Que la memoria es como es para protegernos, y en su caso no la ha protegido de mucho, pues sigue sin poder perdonarse. La mayoría de la gente piensa que lo que tiene es un don, pero ella lo considera más bien una carga.

Pero en lo colectivo la única forma que tenemos de protegernos es, precisamente, recordando. Recordar para saber, para aprender, para organizarnos, para no repetir lo que hacemos mal, que es mucho. 

Le voy a pedir que recuerde qué estaba haciendo un día como hoy, pero de hace dos años. ¿Puede? Vamos, vaya a Facebook. ¿Ya? Le voy a decir qué estaba haciendo yo. Fue un día de trabajo normal, me estaba burlando en redes sociales de que Javier Duarte tuviera, por cada 10 seguidores, siete “imaginarios”; una amiga me invitó un licor de maracuyá, y creo que mi banda se reunió a ensayar. Ni sospechaba lo que estaba pasando en Ayotzinapa. Después supimos de todo el horror. Hoy sé que hay veces que no hay forma de protegerse olvidando.

Las familias de los 43 normalistas de Ayotzinapa no pueden olvidar el dolor. No puedo siquiera imaginar la angustia de no saber dónde está un hijo o un ser querido. Y ellos han vivido con eso dos años.  La “verdad histórica” que está llena de mentiras tampoco debe olvidarse. Y no podemos dejar que se nos olvide la falta de voluntad de las autoridades, la tardanza, la complicidad, la pantomima, el engaño. Que no se nos olvide el horror, porque es a partir del recuerdo del sufrimiento que nace la compasión, que tanta falta nos hace.  No olvide, por favor no olvide. Aún no nos dicen qué pasó, quiénes son los responsables,  ni dónde están esos chicos. Aún nos faltan 43.

Lo bueno de: la memoria

Lo bueno de tener buena memoria es que uno tiene a la mano referencias de cosas viejas, como los libros, las películas, la música. Hoy, que dedicamos esta columna a la memoria, escuchemos un tema al respecto de la gente que queremos con nosotros.  Mi recomendación musical de este lunes es una gran rola de Pink Floyd, del disco “Wish You Where Here” de 1975.  Nos leemos el próximo lunes.

No crea, a mí no se me olvida que usted todavía no me sigue en tuiter. Hágalo, no le va a pasar nada: @albantro