No poder escribir mi columna...

  • Alberto Delgado

Estaba a punto de sentarme a escribir esta columna, con una “sesuda” reflexión acerca de la muerte, a propósito del lamentabilísimo fallecimiento de Juan Gabriel, y, mientras pensaba en cómo iniciar el texto en cuestión, mi vecino, que vende jabones y materiales de limpieza, encendió el sonido de la camioneta en la que vende sus menjurjes. Y todo se fue al diablo.

“Le traemos hasta su casa Pinol, Fabuloso, Suavitel, Armor All, shampoo para auto, glicerina, aromas y algo más” se oyó en toda la calle. Al principio, se me hizo hasta simpático, porque ese mensaje lo dice una de sus niñas y se oye chistoso. Claro que después de 300 veces de escuchar el tal mensaje, me daban ganas de darle un zape a la niña execrable esa. Lo que se me hace incomprensible es cómo a mis vecinos no les molesta. Y se oye por toda la cuadra, una y otra vez.

Esa ha sido una de las grandes dudas existenciales de mi vida. ¿Llega un momento en que, por ejemplo, los choferes del gas dejan de oír esa terrible versión de “Sergio el Bailador”? ¿No se despertarán con la rolita en la cabeza? ¿No andarán todo el día tarareando “17, 17, 17, es el nuevo número…”? ¿Nadie se ha tomado la molestia de estudiar los efectos que la exposición involuntaria y constante a “Sergio el Bailador” o “El Ricachá” puede ocasionarle a la personalidad de un sujeto? ¿Nadie se ha suicidado o matado a alguien escuchando el tema del gas? Recordé “Naranja Mecánica” y lo que le pasó a ese muchacho al escuchar tantas veces “La Novena” de Beethoven. Y sentí un poco de miedo de preguntarle a mi vecino que por qué no apagaba el ruido infernal que salía de su camioneta.

Y pues como, evidentemente, no puedo concentrarme para hacer nada, porque sigue sonando “Le traemos hasta su casa…” yo ya estoy un poco fuera  de mis casillas. Y enciendo la tele, resignado a volver a ver la historia de la vida de Juan Gabriel. Si usted, como yo, es una de esas personas que tienen tele abierta, sabrá que la televisión abierta es una amenaza para las personas. Excepto por las caricaturas, los contenidos de la televisión son algo espantoso. Pero me quedo un rato. Y siguen las transmisiones por la muerte del Divo. Y reciben la llamada de José José, que me recuerda al Gato Silvestre recién atropellado. No entiendo nada de lo que dice. De hecho, nadie en el foro entiende lo que dice, y las conductoras se limitan a decir “Gracias por su llamada, José José, sin duda todos recordamos a Juan Gabriel y es una pérdida muy sentida para usted” y José José vuelve a balbucear algo incomprensible.  Pienso que mi vecino estará viendo lo mismo, al tiempo en que seguramente estará desayunando o algo así, mientras todos nos enteramos que vende “Pinol, Suavitel, glicerina, aromas y algo más”.

Apago la tele. Me están dando ganas de comprar Suavitel y shampoo para perro. ¿Tendrá mi vecino shampoo para perro? Y si es así, ¿por qué no le dijo a su hija que lo incluyera en la lista y nos atormentara a todos los de la calle con eso? No hay dónde meterme en casa para escapar de ese ruido. Y si pongo música van a ser como como competencias, y el único afectado, seré yo. Con permiso, voy a desayunar escuchando a la hija del vecino venderme sus menjurjes.

Al menos ya desayuné, aunque estuve a punto de ponerle pinol a los frijoles. Entonces pensé en las veces que me he sentido culpable por ensayar con mi banda de rock hasta altas horas de la noche. No han sido muchas veces, la verdad, y tratamos de tocar bien y no tan alto, además no los sometemos al suplicio de escuchar lo mismo durante horas y horas. Nunca volveré a decirle al bajista de la banda que se calle porque molesta a los vecinos. Lo prometo.

Decido que ya estuvo bueno. Me pongo los zapatos, decidido a hacerme escuchar a pesar de la bocina que no me deja hacer nada. Me digo a mí mismo que puedo hacer frente a este problema de forma serena, amable, decirle a mi vecino que por favor, si fuera tan amable, podría considerar, si tiene a bien, la posibilidad de callar ese maldito ruido infernal que me ha hecho considerarlo mi enemigo. Entonces toco a su puerta. No tiene timbre. Evidentemente, por la espantosa voz de su hija en la bocina, no puede escucharme.  Regreso a casa, derrotado, pensando que no hay solución al conflicto.

Como cinco minutos después, tocan a mi puerta. Yo a estas alturas estaba sintiendo que la voz de la horripilante niña esa salía de mi cabeza, que no existía en realidad, que era producto de mi imaginación. Me asomo a la ventana. Es el vecino. Aprieto los puños y voy, decidido a acabar con esto de una buena vez. Recordé un golpe que me enseñó mi amigo Checo, pero me repito a mí mismo que no hay por qué llegar a esos extremos, además que hay que considerar la enorme posibilidad de que falle al intentar golpearlo y él termine golpeándome a mí, por la pinta de pandillero que tiene el tipo. Bajo a abrir la puerta y el vecino, todo sonriente:

-Vecino, buenos días.

- Alcancé a balbucear algo que él interpretó como un saludo. Bah.

-¿Se acuerda que el otro día preguntó si tengo shampoo para perro? Mire, me acaba de llegar este y se lo traje para que lo pruebe en la Groupie. Se lo regalo, ya si le gusta, voy a estarlo vendiendo. Que tenga buenos días.

Y yo no supe qué decir, la verdad. Creo que sólo atine a decir “Gracias”.

Lo bueno de: Mi desconcentración

A estas alturas, ya se habrá dado cuenta, amable lector, que su columna de los lunes no llegó a nada. Ni siquiera nos dieron los ánimos para hablar del enorme legado de Juan Gabriel, quien escribió más de 1800 canciones, cifra que es de verdad apabullante. Pero nunca es tarde para buscar algo bueno: Navegando en la red (bueno, más bien fue una recomendación de mi hermana) encontré una verdadera joya. Una de nuestras bandas locales más importantes, los Aguas Aguas, interpretan “No me vuelvo a enamorar”, de Juan Gabriel, para un disco en homenaje al gran Divo de Juárez. Es una belleza. Póngase cómodo y disfrute esta rola. Nos leemos el lunes:

Como dijera Juanga: ¿Qué daño puedo hacer yo si me sigue en tuiter? (¿O no era así?): @albantro