Los consejos

  • Alberto Delgado

El que no oye consejos, no llega a viejo” dice la sabiduría popular. Y si a la sabiduría popular le decimos “sabiduría” es porque está basada en la experiencia, y es casi infalible. Sin embargo, también hay que decirlo, a la mayoría de nosotros no nos gusta escuchar consejos. O nos empiezan a gustar los consejos ya cuando estamos muy cerca de estar viejos.

Hay gente que no sabe dar consejos. Yo por ejemplo. A lo largo de los años, he desarrollado la capacidad de decirle a la gente lo que quiere escuchar, como las videntes o los lectores de cartas. Esto no es un asunto menor, hay que tener capacidad de observación, paciencia para escuchar historias que a uno no le importan y después soltar, con naturalidad y cara de preocupación un “pues hazlo, amigo, no te detengas. Tienes toda la capacidad para llevar a cabo tus proyectos”. No sin antes advertir todos los posibles escenarios por los cuales nuestro inocente sujeto va a fracasar, para que después, podamos decir sin mucho problema: “Pues te dije que esa era una posibilidad. Al menos lo intentaste”. No me lo tomen a mal. La verdad es que la mayoría del tiempo la gente ya sabe qué hacer, y sólo requiere que uno le dé tantito por su lado, para que vaya a estrellarse contra eso que llamamos realidad. Y cuando eso pasa, pues ahí estamos los amigos para decirles amablemente: “Te lo dije”.

Usted se preguntará a estas alturas, ¿Por qué diablos estamos hablando de esto? Bueno, amable lector. Ya pasaron los tiempos electorales y la agenda política ha bajado su actividad tanto que parece que los deditos gordos de nuestro Gobernador Virtual (el de Twitter, no el que es virtual porque aún no toma posesión, pero que ya anda como preparándose para su Primer Informe) parece que se han engarrotado y si no fuera por la Depresión Tropical (No la depresión post electoral del PRI veracruzano o de Héctor Yunes, sino la que se va a volver tormenta) no usaría su teléfono para tuitear nada, cosa que para él, es lo mismo que gobernar. Además, este espacio está consagrado para hablar de nada, y eso es lo que vamos a hacer. Porque lo quiero hacer partícipe de uno de los problemas existenciales más fuertes a los que me he enfrentado en los años recientes. Y espero que usted sí sepa dar consejos y no sea un charlatán como yo.

Todos los días camino por la Avenida Ébano (entrada de la popular y populosa Colonia Veracruz) para llegar a casa. A dos calles de la entrada de tal avenida, hay una barda grande pintada de blanco, y en ella, un grafitero que sufría un ataque de optimismo exacerbado tuvo a bien escribir: “No olvides sonreírle a la vida, porque la f” y ahí se detuvo. Y yo no sé a usted, amable lector, pero a mí me da un ataque de ansiedad todos los días cuando paso por ahí. ¿”Porque la f”? ¡¿En serio?! Y mire, ese nivel de suspenso no se lo deseo a nadie. Eso no se hace.

Voy a aceptar que eso de “sonreírle a la vida” no es lo mío ni sé cómo hacerlo. Porque la única forma en que usted me verá sonriendo solito por la calle es porque estoy escuchando a Les Luthiers en mis audífonos (si en unos días me ve con cara de menso sonriendo por la calle, es porque ya nació mi nueva sobrina, cosa que no tarda ni tres días) pero vamos, no es lo que normalmente hago. Así que tal vez no debería afectarme. Tal vez la “f” no esconda ninguna razón válida para que yo ande “sonriéndole a la vida” pero… ¿y si sí? ¿Y si el impulso de nuestro “grafitero optimista” nos iba a revelar el verdadero sentido de la sonrisa en nuestras vidas?

Puedo imaginar la escena: El grafitero, un optimista patológico, decidió en medio de la noche revelarnos el principal motivo para sonreírle a la vida. En eso, llegó la patrulla y tuvo que salir corriendo. Lo entiendo. Nadie quiere exponerse a ser golpeado por una bola de salvajes ni dormir en los separos de San José (me han contado que es feo). También pudo pasar que nuestro amigo llevaba una lata de pintura que ya había dado demasiados consejos, y no le alcanzó para terminar este último. Y simplemente lo dejó sin terminar. ¡¿Lo dejó sin terminar?! ¿Por qué diablos?

Pues bien. Lleva semanas el consejo inacabado y yo ya no puedo dormir. “No olvides sonreírle a la vida porque la f” ¿Qué diablos es la “f? ¿felicidad? ¿familia? ¿finalidad? He intentado en vano completar la frase. Y digo que es en vano porque como le conté antes, no se me da eso de “sonreírle a la vida”, así que nada me suena muy coherente. Le comparto un par de intentos:

“No olvides sonreírle a la vida porque la f(elicidad es bien chida)”

“No olvides sonreírle a la vida porque la f(ida fale f…)”

“No olvides sonreírle a la vida porque la f(amilia no te quiere con tu cara de palo)”… y el que me dijo una chica que me gusta para darme ánimos:

“No olvides sonreírle a la vida porque la f(ealdad es la onda)”

En fin, amable lector. Ojalá usted pueda orientarme y decirme lo que sigue de la maldita “f” o si conoce al vándalo que tuvo un ataque de optimismo en mi calle, póngale un jalón de orejas para que termine lo que empezó, y así yo pueda mandar su consejo al diablo y seguir sin sonreírle a la vida porque cómo hay gente que escribe babosadas (como esta columna, por ejemplo).

Lo bueno de: los consejos

Los consejos son buenos, la mayoría del tiempo, de verdad. Nos ayudan a no cometer tantos errores, un poco a “aprender en cabeza ajena”, pero no cualquiera puede dar buenos consejos. Afortunadamente, yo sí conozco gente que puede hacerlo de unas formas increíbles, y de entre toda esa gente, el mejor es mi padre. Es un experto. Tiene la cantidad de solemnidad necesaria, las palabras correctas, el “timing”, la intención, el corazón y sobre todo, casi siempre, la razón. Para mis hermanas, el resto de la familia y mucha gente de la comunidad en la que vive, mi padre es como un árbol, y nos cobija a todos. Desde aquí un abrazo para mi Elfo, mi Árbol. Por eso la recomendación musical de hoy es para él. Del gran genio de la guitarra mexicana, Julio Revueltas y su disco “El Alma” un discazo de 2006. Disfrute:

Le aconsejo seguirme en Tuiter: (No, la verdad no se lo aconsejo. Pero si quiere sígame) @albantro