- Universidades
Revolución Mexicana, proceso inconcluso
A 105 años del estallido de la Revolución Mexicana, poco puede celebrarse en un país donde los trabajadores cada vez están más desprotegidos con un contrato laboral más flexible, una educación y un campo que poco a poco son sometidos a las reglas del mercado neoliberal. Aunque México no es el mismo que a principios del siglo XX, las necesidades en términos generales son las mismas.
Luis Juventino García Ruiz, adscrito al Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales (IIH-S), sostuvo que al igual que hace más de 100 años, en la nación persisten las condiciones de inequidad, desigualdad, despojo, falta de acceso a oportunidades y una democracia irreal.
“Mientras prevalezcan estas condiciones siempre habrá reclamos que harán referencia a la Revolución Mexicana, aunque ya no en términos de un lenguaje político-demagógico que ayudó a sustentar la ideología del Estado mexicano durante el siglo XX.”
Resaltó que a lo largo de los años este acontecimiento histórico ha sido mitificado y, por lo mismo, se ha pensado que el detonante principal fue únicamente la desigualdad social que se vivía a finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
En realidad, precisó el también profesor de la Facultad de Historia, el estallido armado surgió por una combinación de factores sociales, económicos y políticos que se vivían en el México porfiriano.
Empobrecimiento y movilización política
El investigador explicó que los antecedentes de la Revolución Mexicana están en la etapa del Porfiriato, que abarca de 1876 a 1910, cuando inició el movimiento.
A principios del siglo XX el país registraba un crecimiento económico propiciado por el incremento en las exportaciones, gracias a que se vivía un ambiente de relativa calma; ya no había guerras civiles ni pronunciamientos militares que lo desestabilizaran.
“Había un ambiente propicio para los negocios, creció la red ferroviaria, se construyeron obras públicas de gran envergadura como el puerto de Veracruz, la red telegráfica, el drenaje de la Ciudad de México, entre muchas otras.”
Desde el punto de vista económico, acotó, se atravesaba por un amplio crecimiento que derivó en el desarrollo de varios ramos de la industria –principalmente el textil y metalúrgica– y en el inicio de las exploraciones petroleras, gran parte de ellas realizadas en la región de la Huasteca veracruzana.
Sin embargo, en el plano social se reflejaban contradicciones muy marcadas, pues el crecimiento económico deterioraba paulatinamente las condiciones sociales de las clases populares, e incluso de la clase media.
En estos años, describió, la clase media mexicana creció rápidamente, sobre todo en las grandes ciudades debido al aumento en los índices de educación, lo que permitió gente con mayor preparación que empezó a formar parte de la burocracia; al mismo tiempo aparecieron diversidad de profesiones: médicos, abogados, periodistas, profesores, entre otros.
Pero en el campo no sucedió lo mismo, mientras la industria y las exportaciones agrícolas de café, tabaco, azúcar, algodón y henequén crecían, las condiciones laborales y salariales de los campesinos empeoraban pues dejaron de operar los mecanismos de reciprocidad que habían existido y que de alguna forma protegían a esta población.
A esto se sumaban las comunidades campesinas indígenas que perdieron sus tierras por la aplicación de leyes privatizadoras, dijo García Ruiz.
Todo lo anterior generó tensiones sociales. Por un lado, estaban las clases medias que se dieron cuenta que no tenían espacios de representación, y creció la percepción de que había una élite política que se reproducía y acaparaba el poder.
“Cada vez era más constante la necesidad de que el régimen político debía abrirse ante la inminente ausencia de Porfirio Díaz, quien para comienzos del siglo XX era una persona de edad muy avanzada. Por otro lado, la gente con ideología liberal se dio cuenta de que la Constitución era una ficción, que se no cumplía, que no había realmente una legalidad en términos efectivos; por ello la gente empezó a alzar la voz para que las cosas cambiaran.”
Y fue en este ambiente sociopolítico y económico que en 1908 Díaz concedió una entrevista al periodista James Creelman, la cual fue publicada en la revista Pearson’s Magazine en marzo de ese mismo año, donde declaró que México estaba preparado para una transición democrática.
“En este contexto es que se aceleró la movilización política y la crítica periodística; se radicalizaron los círculos liberales y los ateneos empezaron a circular periódicos como Regeneración, se creó el Partido Liberal Mexicano.”
Además, “se agudizó más la crítica política y crecieron las movilizaciones sociales de protesta contra el gobierno de Porfirio Díaz, siendo representativos los acontecimientos de Cananea y Río Blanco”.
Si a todo esto se le suma la crisis económica de principios del siglo XX, se generaban más las condiciones para el estallido revolucionario que se dio en noviembre de 1910.
Recapituló que la combinación de factores políticos, sociales y económicos (la situación denigrante de las clases populares en el campo, el empobrecimiento en
las ciudades, una clase media que no se sentía representada y una movilización política pujante) dieron lugar al movimiento armado.
Caminos diferentes
Los caudillos revolucionarios y líderes políticos sí abanderaron las verdaderas causas del pueblo mexicano, ejemplo de ello es que tuvieron demandas concretas a favor de los campesinos, de los obreros y de la clase media, planteó Luis Juventino García.
Expuso que los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón pensaron que primero se debían crear las condiciones para una verdadera transición democrática, y posteriormente desarrollar las reformas sociales que se necesitaban para mejorar las condiciones sociales, políticas y económicas del país.
En cambio, Francisco Villa y Emiliano Zapata, principalmente este último, pugnaban por el reparto de las tierras que estaban en manos de los grandes hacendados que sólo explotaban a los campesinos.
“Zapata buscó que se hiciera justicia y se devolvieran las tierras a sus dueños originarios, y por eso se sumó a la lucha revolucionaria, siguiendo la promesa vertida por (Francisco I.) Madero en el Plan de San Luis acerca de que se revisarían los casos de aplicación tergiversada de la Ley Lerdo, mediante la cual se habían privatizado las tierras.”
Pese a que estaban comprometidos con atender y resolver los problemas que aquejaban a la mayor parte de los mexicanos, el investigador del IIH-S dijo que los líderes iban por caminos y causas diferentes, no hubo algo que los uniera, de ahí que exista la controversia de si hubo o no una Revolución Mexicana.
“Algunos plantearon crear condiciones políticas para un cambio, otros tenían ideas populares, como Villa y Zapata, quienes pensaron que primero había que mejorar las condiciones de los campesinos. Inclusive (José) Vasconcelos planteaba (que) primero (era necesario) hacer una transformación cultural de México.”
Antes y después de la Revolución
La pregunta constante y que ha generado polémica entre los estudiosos de la historia mexicana, es si realmente hubo una Revolución en México. A decir de García Ruiz, sí se dio un movimiento revolucionario.
“Se nota el rompimiento entre el México de finales del siglo XIX y el México de principios del siglo XX, la muestra clara de ello es la Constitución Política de 1917, que en la época fue de las más avanzadas en términos sociales.”
Detalló que en esta Constitución se reconocen garantías para la clase trabajadora, el derecho a la educación, permite a la población el acceso a la propiedad de una tierra vía ejido o pequeña propiedad, garantiza el Estado laico.
En el terreno agrario también hubo garantías, que empezaron con la Ley de Restitución de Tierras, del 6 de enero de 1915, hasta el Código Agrario de 1940, sin dejar de lado el artículo 27 constitucional.
“El problema vino después, al no dotarse de las herramientas, el conocimiento y la asesoría necesaria para hacer productivas las parcelas. En ese sentido, no mejoraron sustantivamente las condiciones de los campesinos.”
En el caso de los obreros, comentó que se consiguieron importantes logros como el establecimiento de una jornada laboral de ocho horas, derecho a huelga, derecho a la asociación en sindicatos, entre otras garantías de las que no gozaban durante el Porfiriato.
Proceso inconcluso
Aunque la Revolución trajo consigo la creación de la Constitución Política de 1917, la más innovadora y moderna en su época, lo cierto es que quedaron muchas deudas pendientes, “se debe pensar y actuar en torno a lo que se dejó de hacer”, consideró el investigador.
Puntualizó que la pregunta oportuna es: ¿qué dejó instituida la Revolución que se ha venido desmontando? Dijo que a partir de la aplicación de las políticas neoliberales, los problemas que no habían sido resueltos –como las desigualdades o la falta de un Estado democrático– se acentuaron más.
El historiador planteó que la Revolución Mexicana fue un proceso inconcluso, o al menos quedaron inconclusas las principales causas que abanderó. “Lo que se había logrado se ha comenzado a deconstruir, como la garantía de que el Estado aporte beneficios sociales”.
Actualmente, acotó, los derechos de los trabajadores han sufrido una ofensiva con la flexibilización de los contratos laborales.
En el caso de la educación, progresivamente marcha hacia una mercantilización, es decir, cada vez está más sometida a las reglas del mercado, y pese a las constantes reformas educativas (que han sido muchas) no se ha logrado abatir el rezago educativo.
Después de concluido el movimiento armado, el campesino empezó a ser movilizado para satisfacer intereses políticos y de grupos, a través de la conformación de corporaciones campesinas y poco a poco se fue desatendiendo lo realmente importante: no era suficiente con los subsidios, eran necesarias asesorías, conocimientos, herramientas o fertilizantes.
“Durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari se dio por terminado el reparto agrario, ya no hubo más tierras que dividir y se abrió la posibilidad de que los ejidos se convirtieran en propiedades privadas.
”El Estado se desatendió del campo y la población quedó a su suerte; aparecieron fenómenos como la migración, desempleo, empobrecimiento, inseguridad y otros.”
García Ruiz expuso que el movimiento planteó objetivos precisos en los planes políticos de los diferentes líderes; además, quedaron instituidos a nivel constitucional y fueron establecidos en los planes nacionales. Esto muestra que en ningún momento se renunció a la intención a darles cumplimiento, sin embargo fue desatendida su concreción.
“En cierta forma es un proceso inconcluso, porque legalmente estaban puestas las condiciones pero hubo intereses políticos o de grupo que no lo permitieron.”
Por ello, remarcó, es importante continuar el estudio de la Revolución Mexicana como un proceso de cambio social, político y económico, que da pie a reflexionar e incidir en políticas sociales. Esto con el fin de mejorar las condiciones que prevalecen hoy en día en el país.
“Es todavía poco lo que conocemos sobre la Revolución. A nivel de investigación histórica se ha quedado inconclusa, es necesario volver a ella para poder explicar nuestra sociedad contemporánea, así como sus problemas y soluciones”, concluyó.