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"Solo Dios puede quitarnos el río Jalcomulco": Pobladores

“El río ha sido parte de nosotros, los niños nadan, corren, juegan a la orilla del río", expresaron.

Jalcomulco, Ver. Roxana Cirilo Suárez tiene 28 años de edad, unos ojos almendrados y una piel de bronce. En tiempo de calor -cuando era niña- le encantaba ir al puente colgante y dejarse caer a las aguas del río Jalcomulco, para refrescarse.

“El río ha sido parte de nosotros, los niños nadan, corren, juegan a la orilla del río. Solo Dios no lo puede quitar, pero no la mano del hombre. Es un afecto muy bonito el que sentimos y no me imagino a Jalcomulco sin el río o el tener que decirle a mis hijas: “aquí pasaba un río… y mirar ahora solo piedras”.

Cuando Roxana se enteró de que un proyecto hidroeléctrico amenazaba el caudal del río, no lo pensó mucho y se unió al grupo de ejidatarios, prestadores de servicios y habitantes, que se opusieron al proyecto, bajo el nombre Pueblos unidos de la cuenca La Antigua por los ríos libres.

Estuvo ahí el 20 de enero del 2014, cuando 500 campesinos echaron de lugar a los trabajadores de una empresa local -subsidiaria de Odebretch-, que llegaron con retroexcavadoras para iniciar los trabajos de construcción de la presa.

Y en cuanto el pueblo decidió integrar una acampada permanente a un costado del río, ella fue una de las primeras en apoyar  la instalación de tiendas de campaña, para vigilar día y noche que ningún extraño realizara trabajos indebidos.

En marzo del 2013, el Congreso local autorizó la construcción de una presa sobre el río La Antigua, para abastecer la zona metropolitana de la capital del estado. Así como la construcción de una central hidroeléctrica para aprovechar la presa.

El proyecto, promovido por la constructora brasileña Odebrecht -involucrada en la en un esquema de corrupción y soborno de la estatal Petrobás- contemplaba para inicios del 2014, comenzar los trabajos de exploración en la zona, y para mediados de ese mismo año, tener las obras en pleno desarrollo.

Sin embargo, el desalojo de maquinaria por parte de comuneros, la instalación de un campamento en la ribera del río, así como varias impugnaciones tramitadas ante la Semarnat  y la Conagua, mantienen detenido el avance del proyecto.

Roxana Cirilo relata que la determinación de impedir la construcción de una presa-hidroeléctrica, en un principio no estaba del todo organizada. Los inconformes con el proyecto iban todos los días a la acampada, y mientras unos dobleteaban diligencias, otros se quedaban sin hacer nada. A la vez, descuidaban su trabajo o fuente de ingresos.

“Era muy desgastante que todo el pueblo estuviera aquí, así que como a los 20 días del primer plantón, platicamos: pusimos roles, distribuimos tareas, para que no fuera tan desgastante y para que otra gente se uniera”.

La estrategia dio resultados. En la cocina, donde se inscribió Roxana, en un principio sólo eran seis equipos de seis mujeres. En la actualidad, hay más de 22 equipos, y a cada una le toca venir cada 20 días a realizar su faena.

Un día en la cocina del campamento Centinelas del Río Jalcomulco comienza a las siete de la mañana, con la preparación del desayuno. A media mañana se baja” al pueblo a comprar los insumos para la hora de la comida, y los trabajos terminan con la cena, a las 8 de la noche.

El campamento se ha mantenido de diferentes maneras: gracias a los víveres que les trae la gente del pueblo, por las colectas que realizan entre los integrantes del movimiento, y por el boteo que realizan los fines de semana en la carretera.

Roxana Cirilo considera que este año de resistencia ha valido la pena, se han parado el proyecto de construcción de la hidroeléctrica. Y no le importa pasar “el tiempo necesario” hasta que se cancele de forma definitiva.

Hemos aprehendido a defendernos: José Isaís

José Isaías Contreras Soriano, de 56 años, aprendió de su padre, el arte de construir trampas para pescar camarones: “A una botella se le amarran nueve bejucos, y una vez hecho el tejido, se saca la botella, y queda la boca de la trampa”.

Contreras Soriano, ejidatario desde 1985 años, que se dedica al cultivo cacahuate, café y mango, es otro integrante del campamento establecido a un costado del río, en el tramo conocido como El Tamarindo. Él se integró a esta lucha, preocupado por el futuro de sus nietos.

 “Le comenté a mi esposa, y le dije: vamos a echarle ganas a esto (la resistencia social), por nuestros niños, que vienen apenas para arriba. De esperar aquí, un golpe de agua, mejor me voy allá (al campamento). Y si viene el gobierno a quitarnos, no va a quedar de otra más que entrarle”.

José Isaías solo estudio hasta el cuarto año de primaria. Con poca preparación académica frente a otras personas, muchos años se sintió inseguro de hablar, de expresar sus pensamientos en público. A año de pertenecer al campamento, la inseguridad desapareció. Entre otras razones, porque en el último año, ha estudiado como nunca en la infancia:

“Hemos tenido talleres, pláticas, convivencia con otras luchas, con gente de otros estados, y ahora, ya no nos tiembla la boca: lo que vemos, lo decimos; lo que sentimos, lo hablamos.  Ya no tenemos miedo por la poca preparación que tenemos. En el tiempo que hemos caminado, hemos aprehendido a defendernos”.

En la acampada, José Isaías pertenece al grupo de hombres que hace la guardia nocturna los viernes en la noche. “Yo traigo mi cobija, un nailon y me tiendo abajo. A un lado  mi lámpara y mi machete para trozar leña o matar una culebra”.

Durante la celebración que festeja un año de la acampada en el predio Tamarindos, asegura: “hay cansancio a veces, pero aquí estamos, echándole ganas. Noche y día, cada ocho días, me toca venir a velar”.

Sobre el proyecto, reflexiona: “son 700 metros de largo por 100 metros de altura… Te imaginas que peso no va a tener eso, y nosotros allá bien confiados durmiendo, no vamos a esperar más que la muerte nos trague, como si fuera un Tsunami.

“No, no tenemos que dejarnos porque todo el negocio que van hacer va a ser para ellos (los empresarios), y  para nosotros nuestro campo, nuestro cultivo, nuestra naturaleza va a morir”.

Yo siempre sentí que tenía que hacer algo por el río: Gaby Maciel

Hace 15 años, Gabriela Maciel Espinoza llegó a Jalcomulco  e inmediatamente se enamoró de los paisajes que forman el río al pie de las casas del pueblo, el verde del valle, en medio, y las oscuras montañas, al fondo.

“Yo venía de la montaña porque nací en el Estado de México, rodeada  de bosques preciosos, pero cuando llego aquí y vi el río a pie de casa no puede hacer otra cosa más que enamorarme”.

Maciel Espinoza cuenta que desde que se estableció en el pueblo ella tenía el presentimiento de que tenía que hacer algo grande por el río Jalcomulco. “Y estuve haciendo muchas cosas: competencias, aprender a remar, convivir con la familia, ir a pescar… hasta que comenzó esta lucha, y  después de diez años de vivir en Jalcomulco, me di cuenta que era eso lo que debía hacer por el río.

“La misión era esta: defender al río, porque el río no puede hablar pero el río con todo lo que nos da, nos hace sus voceros”.

Gabriela Maciel Espinoza es una de las más férreas defensoras del río Jalcomulco que integra el movimiento Pueblos unidos de la cuenca La Antigua para la defensa de ríos libres. Ella se ha encargado de investigar las afectaciones que generan las presas, organizar ruedas de prensa, presentar posicionamientos frente a la opinión pública, y participar en las reuniones con la Semarnat y la Conagua.

 “Me ha tocado hacer de todo, pero esa es mi misión. Lo he tenido que combinar con la vida en familia, atender una casa, salir temprano y regresar hasta la noche. Ha sido un cambio de vida, pero nos ha hecho mejores, y lo que el río me ha dado no tiene precio”.

“¿Cuál es mi recompensa? Cuando uno viene de Coatepec o Xalapa, y pasa por Tuzamapa, y comienza a descender por esas curvas que son pronunciadas, y de repente se abre el llano y se ve todo ese valle libre, el río libre. Eso es lo único que quiero, que nuestro río siga libre porque eso significa que la vida de las personas siguen libres. Ese es mi premio”.

Hidroelectrica Jalcomulco, un proyecto cuestionado

En cuanto se conoció el proyecto, surgieron voces que lo criticaron, como la de Hipólito Rodríguez Herrero, integrante del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Golfo, quien realiza estudios sobre desarrollo sustentable, medio ambiente y sociedad, cuestionó la iniciativa desde el punto de vista económico, ambiental y social.

“Van a captar agua de una zona que se encuentra a 500 metros sobre el nivel del mar para llevarla a un lugar a mil 500 metros sobre el nivel del mar, de Jalcomulco –donde está el río La Antigua– a Jalapa. Bombear agua de un lugar tan bajo a uno tan alto implica un costo energético sumamente alto”.

En entrevista, comentó: “van a quitarle agua a una cuenca que la necesita para sus actividades y sus procesos naturales, y ese costo ambiental es también un costo social, porque van a despojar a la gente que vive en las márgenes de ese río de un recurso necesario para sus actividades económicas, agropecuarias y turísticas.

¿Por qué no se abocan a resolver las fugas de agua en la ciudad? Saben que en la red se pierde 40 por ciento del suministro por falta de mantenimiento y reparación. ¿Por qué no aplicar un programa de captación de lluvia, que podría almacenarse y aprovecharse en tiempo de sequía?, agregó.

Odebretch es una constructora brasileña involucrada en un esquema de corrupción y soborno de la estatal Petrobás, en Brasil y casos de contaminación en Venezuela.

Esta empresa tiene presencia en diez países de América y el Caribe donde ha desarrollado obras de construcción, ingeniería civil y exploración petrolera. En México participa en la construcción de la fase II del gaseoducto Los Ramos con Techint y Arendal, por un monto de mil 200 millones de dólares; y a través de Braskem-Idesa construye el proyecto petroquímico privado Etileno XXI, en Verzcruz, por 3 mil 200 millones de dólares.