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Jalcomulco, un año en resistencia contra presa hidroeléctrica

Este 20 de enero centinelas del río La Antigua cumplieron un año en el campamento establecido en Tamarindo.

Jalcomulco, Ver.- Habitantes de Jalcomulco y pueblos unidos en la defensa del río La Antigua cumplieron un año establecidos en el campamento Tamarindo, que impidió el establecimiento de una presa hidroeléctrica.

Crecí con el río a mis pies, Roxana

Roxana Cirilo Suárez tiene 28 años de edad unos ojos almendrados y una piel dorada por el sol. En tiempo de calor, cuando era niña, le encantaba ir hasta el puente colgante y saltar hacia el río Jalcomulco y pegarse un chapuzón. Considera que más que una historia con el río Jalcomulco, el río es parte de ella.

“Es algo que se vuelve parte de ti, nacimos aquí, crecimos aquí, nuestra infancia fue a la orilla del río. Es algo que Dios nos dio. La casa de mis padres, donde yo crecí, está a un lado del puente, para mi era tenerlo al pie, solo bajaba… y a nadar un rato”.

Cuando Roxana se enteró de que un proyecto hidroeléctrico amenazaba el caudal del río que es parte de ella, no lo pensó mucho y se unió al grupo de ejidatarios, prestadores de servicios y habitantes, que se opusieron al proyecto.

El 20 de enero del 2014 llegó junto con unos 500 campesinos a la zona conocida como el Tamarindo y echaron de lugar a los trabajadores de una empresa subsidiaria de Odebretch que habían llegado con retroexcavadoras para comenzar los trabajos de construcción de la presa.

Para evitar que la empresa los sorprendiera cualquier madrugada, el pueblo decidió integrar una acampada permanente en el predio. Instalaron tiendas de campaña y comenzaron a quedarse día y noche para vigilar que ningún extraño realizara trabajos indebidos.

Aunque tenían la determinación de impedir los trabajos de construcción e una presa hidroeléctrica, el movimiento no estaban del todo organizado. Los inconformes con el proyecto iban todos los días, algunos dobleteaban diligencias y otros se quedaban sin hacer nada. Y a la vez, estaban descuidando su trabajo o fuente de ingresos.

“Era muy desgastante que todo el pueblo estuviera aquí, así que como a los 20 días del primer plantón, platicamos del tema: pusimos roles, distribuimos tareas, para que no fuera tan desgastante y para que mucha gente se incorporara a nosotros”.

La estrategia dio resultados. Cada semana eran más los voluntarios que se sumaban a las tareas de la acampada, y poco a poco, el peso de la resistencia social se hizo más ligero.

En la cocina, donde se inscribió Roxana, en un principio sólo eran seis equipos de seis mujeres; pero en la actualidad hay más de 22 equipos. Y en promedio, a cada una le toca venir cada 20 días a realizar su faena.

Un día en la cocina del campamento Centinelas del Río Jalcomulco comienza a las siete de la mañana, con la preparación del desayuno. A media mañana se baja al pueblo a comprar los insumos para la hora de la comida, y los trabajos terminan con la cena, a las 8 de la noche.

El campamento se ha mantenido de diferentes maneras: gracias a los víveres que les trae la gente del pueblo, por las colectas que realizan entre los integrantes del movimiento  y por el voteo que realizan los fines de semana en la carretera.

Roxana Cirilo considera que este año de resistencia ha valido la pena porque se ha parado el proyecto de construcción de la hidroeléctrica. Y no le importa pasar “el tiempo que sea necesario” para conservar el afluente.

“El río ha sido parte de nosotros, los niños corren, juegan, nadan, a la orilla del río, Solo Dios no lo puede quitar, pero no la mano del hombre. Es un afecto muy bonito el que sentimos y no nos imaginamos a Jalcomulco sin el río o el tener que decirle a mis hijas: “aquí pasaba un río… y mirar ahora solo piedras”.

“No me tiembla la boca para decir lo que pienso: José Isaís

José Isaías Contreras Soriano, de 56 años, aprendió de su padre, el arte de  construir trampas para pescar camarones en el río Jalcomulco: “A una botella de se le amarran nueve bejucos, y una vez hecho el tejido, se saca la botella, y queda la boca de la trampa”.

Ejidatario desde el 1985 años, que cultiva cacahuate, café, mango, y otras semillas, José Isaías, es otro integrante del campamento establecido en el predio Tamarindo, para impedir que la empresa Odebretch construyera una presa-hidroeléctrica en el río Jalcomulco.

Lo primero que él pensó cuando le platicaron sobre el proyecto que amenaza el afluente y que identifica como un elemento sustancial de su vida y la de su pueblo, fue en cómo impactaría la vida de sus nietos.

“Le comenté a mi esposa, y le dije: vamos a echarle ganas a esto (la resistencia social), por nuestros niños, que vienen apenas para arriba. De esperar aquí - ya ve que las presas no son segura-, un golpe de agua, mejor me voy allá (al campamento) y si viene el gobierno a quitarnos, no va a quedar otra más que entrarle”.

Contreras Soriano solo estudio hasta el cuarto año de primaria, con poca preparación académica frente a otras personas, muchos años se sintió inseguro de hablar, de expresar sus pensamientos. A año de pertenecer al campamento, esa inseguridad ha quedado atrás.

Entre otras razones, porque en el último año, ha estudiado como nunca en la infancia, tiempo en que la precariedad económica lo detuvo.

“Hemos tenido talleres, convivencia de otros estados,  y ahora, ya no nos tiembla la boca: lo que vemos, lo decimos; lo que sentimos, lo hablamos. Ya no tenemos miedo por la poca preparación que tenemos. En el tiempo que hemos caminado, hemos aprehendido a defendernos”.

Dentro de la acampada, José Isaías pertenece al grupo de hombres que hace la guardia nocturna los viernes en la noche. “Yo traigo mi cobija, un nailon y me tiendo abajo. A un lado  mi lámpara y mi machete para trozar leña o matar una culebra”.

José Isaías reflexiona así, sobre las dimensiones de la presa-hidroeléctrica que Odebretch proyectó en la zona: “Son 700 metros de largo por 100 metros de altura… Te imaginas que peso no va a tener eso, y nosotros allá bien confiados durmiendo, no vamos a esperar más que la muerte. Nos traga, como si fuera un Tsunami.

“No, no tenemos que dejarnos porque todo el negocio que van hacer va a ser para ellos (los empresarios), y  para nosotros nuestro campo, nuestro cultivo, nuestra naturaleza va a morir”.

Durante la celebración que festeja un año de la acampada en el predio Tamarindos, asegura: “hay cansancio a veces, pero aquí estamos, echándole ganas. Noche y día, cada ocho días, me toca venir a velar”.

“Para mi el agua es sagrada”, Apolina Milán

Apolinar Milán Vázquez no es guía turístico ni pescador. Se define como un campesino que vive de mis tierras y de un negocio de Micheladas, establecido a un costado del río Jalcomulco, las famosas, “Micheladas Milán”..

Para él, el amor por el río Jalcomulco nació desde que tuvo la oportunidad de ver la luz del mundo: “mis papás me enseñaron a tomar agua, a bañarme, a sembrar una planta y regarle agua, por eso para mi el agua es sagrada”.

Milán Vázquez reconoce que además del agua para consumo humano, el río se es también de una fuente de trabajo, “ Yo  veo como una bendición la llegada de turistas que vienen a pasear al río, los fines de semana, porque son la fuente de entrada (de recursos) de mi negocio”.

Pero no hace un lado su principal interés: “nuestros nietos, nuestros hijos, tenemos que darles un lugar seguro, y por eso debemos evitar la construcción de una presa; porque al construirse, todos salimos afectados”.

Milán Vázquez asegura que nunca se imaginó que iba a estar en un campamento de resistencia contra una empresa trasnacional, “aquellas platicas de nuestros antepasados, de que iban a construir una presa aquí, nunca pensamos que eran verdad, hasta que vimos que las máquinas habían empezado a trabajar , y tuvimos que venir a sacarlas a la brava”.

Este hombre de edad adulta, con algunas canas en la cabellera, asegura que lo mejor de haber establecido el campamento, después de frenar el proyecto de  construcción de la presa-hidroeléctrica, es la fraternidad que se ha tejido entre los habitantes de Jalcomulco.

“Con algunos de los que integran mi grupo yo ni siquiera me llevaba,  a unos no los conocía; y ahora todos nos conocemos, todos nos cuidamos, nos respetamos, echamos relajo, también bromeamos. Nos hemos familiarizado mucho. Y, hemos logrado algo porque ya tenemos un año, y estamos más fuertes, más preparados”.

“Yo siempre sentí que tenía que hacer algo por el río”: Gaby

Gabriela Maciel Espinoza llegó a Jalcomulco hace 15 años, e inmediatamente se enamoró de los paisajes que formaba el río al pie de las casas del pueblo, el verde del valle y las oscuras montañas, al fondo.

“Cuando llegué me enamoré del río, yo venía de la montaña, mi elemento es la montaña porque nací en el Estado de México, rodeada  de bosques preciosos, pero cuando llego aquí y ví el río a pie de casa, no puede hacer otra cosa más que enamorar me del río”.

Maciel Espinoza cuenta que desde que se estableció en el pueblo ella tenía el presentimiento de que tenía que hacer algo grande por el río Jalcomulco. “Y estuve haciendo muchas cosas: competencias, aprender a remar, convivir con la familia, ir a pescar.. hasta que comenzó esta lucha, y  después de diez años de vivir en Jalcomulco, me di cuenta que era eso tan grande que debía hacer por el río.

“La misión era esta: defender al río, porque el río no puede hablar pero el río con todo lo que nos da, nos hace sus voceros”.

Gabriela Maciel Espinoza es una de las más férreas defensoras del río Jalcomulco que integra el movimiento Pueblos Unidos para la defensa de Ríos Libres. Ella se ha encargado de investigar las afectaciones que generan las presas, el impacto que traería a la región la construcción de una presa-hidroeléctrica.

También se le ha visto organizando ruedas de prensa, presentando posicionamientos frente a la opinión pública, realizando diversas diligencias durante la acampada en Tamarindo.

“Me ha tocado hacer de todo, pero esa es mi misión. Lo he tenido que combinar con la vida en familia, atender una casa, salir temprano y regresar hasta la noche. Ha sido un cambio de vida, pero nos ha hecho mejores, y lo que el río me ha dado no tiene precio”.

-¿Cuál es tu recompensa?, se le pregunta.

 “Cuando uno viene de Coatepec o Xalapa, y pasa por Tuzamapa, comienza a descender por esas curvas que son pronunciadas, de repente se abre el llano y se ve todo ese valle libre, el río libre. Eso es lo único que queremos, que nuestro río siga libre porque eso significa que la vida de las personas sigue libre. Ese es mi premio”.