Se acabó
- Manolo Victorio
El pistoletazo que recibió José Alfredo Cabrera Barrientos, candidato abanderado por la coalición PRI-PAN-PRD: Fuerza y Corazón por Coyuca, a la alcaldía de Coyuca de Benítez, Guerrero, a 30 centímetros de su nuca, en un ataque abierto, cobarde, nos remitió al pasado.
Se revivió en el colectivo la escena donde Mario Aburto Martínez, presumiblemente —a 30 años de distancia, todo es confuso aún— disparó dos balazos, uno en la sien y el otro en el abdomen a Luis Donaldo Colosio, en la polvareda de Lomas Taurinas, un 23 de marzo de 1994.
El revolver Taurus .38 que llegó a las manos de Aburto procedente del ilegal trasiego de armas de Estados Unidos, se volvió un icono del magnicidio más famoso en la historia moderna de este país donde la barbarie solo cambió de marca de arma, en este último caso, una escuadra Glock 17 que puede percutir hasta 19 tiros, y que, según los especialistas, no se encasquilla.
La fría numeralia de los candidatos asesinados en este proceso electoral, el más violento de la historia, que nos deja un testeo amargo en la boca a unas horas de la jornada electoral, también es voluble, inestable, manoseada.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador dijo esta semana en voz de Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana que no son tantos los candidatos asesinados; apenas 22, cifra a la que habrá que sumársele la ejecución en pleno mitin de candidato coyuquense José Alfredo Cabrera Barrientos.
A contrapelo de los conservadores, emisarios del pasado que no se han ido en seis años del espectro de la violencia que recorre este país, Arturo Espinosa Silis, director de Laboratorio Electoral, registra más de 270 incidentes de violencia en el proceso electoral, de esta cifra se desprenden 36 asesinatos de candidatos, precandidatos o aspirantes a candidaturas (sin contabilizar del crimen de Coyuca) y 82 asesinatos de gente vinculada al proceso electoral, incluidos familiares de candidatos, precandidatos o aspirantes que han sido víctimas del proceso electoral, esta cifra incrementa todos los días, se desconoce la metodología del gobierno actual.
Qué más da que sean 23 o 37 los abanderados asesinados con la exacerbación descarada de la alevosía, premeditación y ventaja, como vimos en la persona de un joven sicario que se metió en shorts a un mitin para descargar todo el peine de su Glock en la humanidad de José Alfredo Cabrera Barrientos, ajusticiado espontáneamente ahí mismo, en la cancha de básquetbol de Coyuca de Benítez y cuyo cuerpo yacía a unos pasos de su víctima.
Esa es la imagen del México violento que habitamos, un párrafo símil, sin retoques ni estridencia literaria de la ficción de “La Virgen de los sicarios” del colombiano Fernando Vallejo.
La impronta que nos dejan a unas horas del soliloquio de la casilla, donde, en la soledad de la mampara debemos cruzar la candidatura de nuestra elección, cinco en el caso de Veracruz, es que el poder fáctico de la delincuencia organizada se impone sobre el poder constitucional del gobierno democráticamente electo.
Lo que deshebramos los ciudadanos a unas horas de embuchar las boletas en las urnas es que la frontera entre la decencia, honorabilidad, buenas costumbres y probidad que debieran ser las banderas de candidatos y candidatas, quedaron borradas ante la desequilibrada lógica de la delincuencia que usa los ropajes de la política para lograr sus fines: el poder político que cubra los ilícitos en el trasiego de influencias, drogas, personas, combustibles, pastilla de fentanilo, extorsión, cobro de piso y demás expresiones encaminadas a la acumulación de poder y dinero.
Ya no hay distinción entre la política y la delincuencia a ojos del elector.
Todo está revuelto, este período de silencio de tres días, donde se cesaron los 52 millones de spots televisivos y radiofónicos, donde las lonas de los candidatos y candidatas sirven para techar los gallineros o los portillos abiertos en las casas de lámina en las barriadas pobres, solo servirá para decidir si vale la pena ir a votar o quedarse en casa, ante la revoltura de la vida política.
Atrás, como discursos de párvulos en kermés escolar, quedaron las expresiones coloquiales en las campañas, donde la política es una oportunidad para cambiar el nivel de vida, como lo dijo Alicia del Castillo, candidata de Morena a la presidencia municipal de San Ciro de Acosta, San Luis Potosí, quien en el arranque de su campaña dijo que: “necesito ser presidenta municipal porque quiero arreglar mi casa, quiero arreglar mi calle. Necesito dejarla lista porque no va a haber otra oportunidad”.
Cuentos de niños ante una violencia que no admite adversarios, donde el puntero es bajado al calor del plomo, donde el poder se adquiere a la mala, en un México donde no hemos aprendido a competir con dignidad ni a respetar a quienes tienen más simpatías de la gente en una disputa por una alcaldía, una curul, una gobernatura o a la primera magistratura del país.
La obligación, sin embargo, es el optimismo, la esperanza y la fe, que son elementos infaltables a la hora de opinar, es darle la recomendación de ir a votar este domingo, es el papel que nos toca interpretar en esta democracia mostrenca que aún no se amansa a pesar de los abrazos.
Es lo que hay.
Atrás quedaron las campañas donde el territorio se ganó a base de amenazas, denuestos, crímenes atroces, frases huecas, promesas quiméricas, discursos que nos prometen un mejor mañana; ahora toca ir a votar, aún presas del miedo, la incertidumbre y la incertidumbre.
Se acabó el proceso proselitista, viene ahora la reflexión.
A desenrollar el dilema de un país enconado, dividido, clasificado, cosificado y etiquetado en dos bandos, como si fuésemos soldados en una guerra de secesión que divide a los buenos y a los malos.
Nada de eso.
Hay que votar.
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Periodista, conductor de radio, maestro universitario, reportero.