La revolución y los pambazos
- Alberto Delgado
La historia de la humanidad es la historia del constante cambio. En todas las épocas, en todas los rincones de la tierra, la organización de las personas que viven en sociedad, ha pasado por períodos de crisis que llevan a un cambio, a veces (las más) violentos. Les hemos llamado revoluciones, y constituyen puntos de inflexión en la historia de las sociedades, y algunas, han cambiado incluso los puntos de vista de toda la humanidad.
En nuestro país, la última revolución que tuvimos fue la de 1910, misma que de tan manoseada terminó institucionalizada y ahora parece más bien una pieza de museo, sin que hayamos terminado de entenderla ni de llevarla a cabo. Los movimientos sociales en México tienen un ciclo muy claro, afirmaba en alguna ocasión el cantautor Oscar Chávez: “Nacen, crecen, y mueren”. Nunca se desarrollan, ni llegan realmente a algo, según el autor, y quienes están en el poder lo saben muy bien, por eso casi ni meten las manos para acabar con ellos.
Sin embargo, ha habido movimientos sociales en nuestro país que nos han enseñado cosas. La más importante, quizá, sea la de la necesidad de una revolución. La más triste, quizá, sea la de la muy probable imposibilidad de la misma. ¿Por qué es casi (si no totalmente) imposible llevar a cabo una revolución? Una explicación muy reduccionista sería que las casi míticas “clases medias” de nuestro país aún tienen comida en el refrigerador y novelas en la tele. Mientras eso siga pasando, nadie se va a levantar de su asiento para buscar que pase algo. Y nos conformaremos con ser revolucionarios de Facebook o Tuiter, indignándonos tres veces al día, y salvando gente mientras tecleamos: “Amén”.
Le cuento, amable lector, que hace un par de días encontré a quien puede ser nuestro próximo prócer revolucionario: resulta que estaba yo haciendo fotos en un foro educativo organizado por MORENA, y afuera del recinto donde se llevaba a cabo el foro, había una mesa con alimentos. Yo tomé un pambacito (de mole, bastante bueno, por cierto) y me disponía a darle una primera mordida, cuando se me acercó un señor que también estaba en el foro, él como asistente, y llevaba en su mano un plato con más de tres pambazos, un sándwich y varias cosas más, impecablemente acomodadas. Vio cómo me llevaba mi pambazo a la boca y con cara de enojado, me dijo: “hay que quitarle una pizcachita al gobierno de todo lo que nos chingan” y siguió caminando. Se acercó a otros de los que estábamos degustando los pambazos en cuestión y les decía lo mismo. Con convicción. Creyendo.
Así se gestó el movimiento Revolucionario de 2017", fue lo primero que pensé. No iba a decirle al señor que lo que estaba haciendo no le iba a “quitar” realmente nada a nadie, porque todos sabemos que los gastos que tienen los representantes de los tres niveles de gobierno los pagamos nosotros, de alguna manera. Tampoco hablemos del uso de la palabra “pizcachita” que según yo, es una palabra compuesta de “pizca” y “cachito”, lo cual da como resultado un pedazo más o menos grande, pero insignificante ante la dimensión de lo que según el señor en cuestión, nos “chingan” los políticos.
Pero no desanimemos al señor. No minimicemos una estrategia que ya quisiera Gene Sharp que se le hubiera ocurrido un domingo: debilitar los pilares del sistema “quitándole” los pambazos que los sostienen. Ahí se está gestando una revolución. Tal vez lo que nuestro incomprendido amigo quiere decir es que si todos los mexicanos nos organizamos (aprovechando que más del 50% de nuestra población tiene hambre) podemos acabar, de “pizcachita en pizcachita” con todos los pambazos, sándwiches y postres que tengan en sus bodegas los miembros de la clase gobernante. Pronto se darían cuenta que no tienen más tortas que ofrecer, y no les quedaría de otra que abandonar el poder, huyendo despavoridamente.
No, olvídelo, no es un buen plan. Y tenía la boca llena, si no, se lo explico al señor: Tal vez lo que habría que entender es que mientras sigamos pensando que el mundo es una cadena en la que todos le estamos “chingando” algo al otro, nunca habrá lugar para una revolución. Con o sin pambazos.
Pero no lo quiero dejar con un mal ánimo. No tenemos revolución, pero nos quedan los pambazos, y mientras degustamos uno, escuchemos al gran Neil Young. De su álbum “On the Beach, de 1974, “Revolution Blues”: disfrute, nos leemos el lunes.
Sígame en tuiter. No le voy a robar sus pambazos. Lo juro. @albantro.