El 2016
- Alberto Delgado
¿No le pasa, amable lector, que por estos días siente que el año en realidad ya se acabó? A mí nunca me había pasado, pero con todo lo que hemos vivido en la ciudad, en el estado y en el mundo, pues ya quiero que se acabe 2016, de hecho, creo que el primero de diciembre ya empezaremos a vivir en 2017.
¿Viajes en el tiempo? No. La verdad, es que tengo un poco de urgencia porque este año se acabe. Sé que aún no es tiempo de recuentos, y sin duda el año tuvo varias cosas buenas que tal vez en otra ocasión nos demos oportunidad de comentar. Antes de empezar a hacer corajes, se me ocurre que no debo bajo ninguna circunstancia ignorar que este año nació mi sobrina y eso para mí fue la noticia de este año. Pero antes y después de eso, 2016 nos fue quitando personajes que aportaron muchísimo al mundo como lo conocemos.
El hombre detrás de los discos de Los Beatles, George Martin; el ex baterista de Megadeth, Nick Menza; el guitarrista de Elvis, Scotty Moore; el enorme talento de Prince o de Juan Gabriel; la capacidad de reinvención de David Bowie; la leyenda de Johan Cruyff o de Muhammad Alí; mi niñez viendo las películas de Bud Spencer o Mario Almada, la brillante mente de Umberto Eco o Darío Fo, entre otras muertes, marcaron el año que ya casi termina (y qué bueno que ya termina, porque al ritmo que va, no quiero saber a quién más se quiere llevar).
Dos ausencias me resultaron especialmente tristes: la de Leonard Cohen y la de Fidel Castro, y creo que las dos tienen en común un tema bien complejo: la juventud. Leonard Cohen es un poeta, uno de los mejores, sus letras son complejas y sus temas (religión, relaciones de pareja, amor) gozan de una eterna juventud. ¿Acaso la juventud no se trata de encontrar la verdad y el amor? Pues Leonard Cohen se gastó la vida en contarnos de lo que se trata esa búsqueda, pasando por escenarios catastróficos, deprimentes, pero siempre bellos. Cualquier joven que lea a Cohen va a entender. La música no será lo más popular del mundo, pero nunca es mala en Leonard Cohen. Se lo prometo.
Las redes sociales son maravillosas por muchas cosas, una de ellas es por la capacidad de la que nos dotan a todos de opinar sobre lo que no sabemos. La muerte de Fidel Castro nos dio varios ejemplos de ello. De pronto todos somos expertos en temas tan complejos como las dictaduras, la libertad, la política mundial. Yo acepto sin mucho problema no ser experto en nada de eso. Haciendo memoria, la primera vez que escuché de Cuba y Fidel fue cuando una amiga de la familia fue a Cuba, a un viaje turístico, y regresó impactada. “Tú crees, que los pobres cubanos no pueden comprarse un pantalón en la tienda, ¡es horrible!” decía. Yo era un escuincle que nunca había dimensionado lo que es comprarse unos pantalones en una tienda de ropa, pero ahora que lo pienso, tampoco puedo ir y comprar unos jeans cuando me dé la gana (a menos que a las tiendas les dé la gana que pueda pagarlos a 18 meses sin intereses). Y sí, si nos ponemos estrictos, es un poco horrible.
Todas mis referencias de Cuba y de Fidel están relacionadas con la juventud: la música de Silvio Rodríguez, de Irakere, la idea romántica de la revolución, algunas amistades de la facultad, la obra de fotógrafos cubanos, los poemas de José Martí o Nicolás Guillén, entre otras cosas. Y claro, tengo esa tendencia romántica a aceptar sin muchos problemas que preferiría vivir en un país con una formación académica como la cubana a estar en uno en el que “pueda” acceder a muchísimas comodidades, tantas como las que pueda pagar. Y cada vez que alguien me dice que eso no es del todo cierto, les hablo de mis amigos cubanos que son muy listos, en especial les recuerdo que tengo una amiga cubana que es una científica social tan brillante que hasta miedo da, y siempre los intimido diciendo que si yo estuviera frente a ella, no diría eso en voz alta.
Yo no voy a abonar más a la discusión acerca de si Fidel era un tirano o un héroe. Ni creo que mi opinión importe mucho, ni que tenga razón en nada de lo que diga. Sé que mis criterios serán reduccionistas, como todos los que se han esgrimido en las redes sociales. Lo único que diré, es que siento tristeza por su muerte, porque representa, para mí, la muerte de esa juventud que se dejaba llevar por las utopías. La utopía de los hombres libres, la de una comunidad, la de la dignidad. Y que jamás me voy a alegrar de la muerte de nadie, porque creo que en ese momento me empezaría a convertir en aquello que odio.
Lo bueno de 2016 es que ya se acabó...
...Bueno, nos falta un mes. Pero sé que no soy el único que cree que a partir del primero de diciembre de 2016 estaremos entrando al 2017. Será la primera vez que empiezo el año al ritmo de mi hermana la Duenda, que cumple años el 30 de noviembre.
Mi recomendación musical completará lo que le contaba. Leonard Cohen siendo genial, como siempre, buscando, como todo joven, la verdad. Y es impactante ver a ese viejo cantar con la energía de un chamaco, hasta sus últimos días. Disfrute. Nos leemos el lunes.
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