40 años sin chiflar
- Alberto Delgado
Querido lector:
Antes de abrumarlo con mis dramas personales, quiero hablarle un poco de dramas más grandes. Un día como hoy, de hace un año, mientras mi banda de rock estaba ensayando unos detalles para una tocada en la que celebraríamos la fiesta anual de los “Perros Amarillos” nuestros teléfonos empezaron a volverse locos confirmando la terrible noticia de un amigo, Rubén, a quien le habían arrebatado cobardemente la vida la noche anterior, y con ella nos arrebataron muchas más cosas. La muerte de un joven siempre es una tragedia. La muerte de un amigo, con todo ese talento, con toda esa calidad de persona, es una pesadilla. Sirvan estas líneas para sumarme a todas las voces que exigimos justicia, si algo de justicia queda en medio de esta locura que llamamos Veracruz.
Volviendo a los dramas personales, le cuento que llevo sobre mis espaldas la terrible carga de no saber chiflar. No es cosa menor. Usted no tiene idea de las cosas que se quedan sin resolver porque uno no sabe chiflar. No sabe los camiones y taxis que he perdido, los accidentes que no he podido evitar, las distancias que pude dejar de caminar si tan sólo supiera chiflar con cierto nivel de dignidad. No soy el único, lo sé, justo por eso estoy haciendo uso de este espacio que increíblemente me siguen abriendo, para hablar por los que no podemos producir chiflidos.
Buscando en la red, hay hasta tutoriales de Youtube para aprender a chiflar. Incluso uno que se anuncia como “El método definitivo para silbar con fuerza en 4 sencillos pasos”. Lo único que conseguí fue llenarme de saliva los dedos y este terrible sentimiento de decepción al no haber logrado emitir ningún chiflido. Incluso, me encontré con un tutorial que prometía enseñar “¿Cómo aprender a silbar sin dedos y dedos de los pies?” (así dice, lo juro). La verdad nunca se me habría ocurrido implicar los dedos de los pies para producir silbidos, así que ni caso le hice. ¿Quién piensa en chiflar usando los dedos de los pies? ¿Por qué no se acabó el mundo?
Lo terrible no es el silencio en distancias razonables al que estamos condenados los que no sabemos chiflar. Lo terrible es la decepción que causa en los demás que uno no sepa hacerlo; hace unos años, iba con una chica a tomar un camión: el vehículo empieza a avanzar antes de que pudiéramos abordarlo; con cara de angustia, me dice: “Ya se va ¡chíflale!” y yo incapaz de hacerlo. El camión se fue y ella me miró como si mi virilidad se hubiera desvanecido para siempre. Como si todo lo que hace hombre a un hombre dependiera de su capacidad para chiflar. Como si por no saber emitir esos sonidos no pudiera ser cabeza de familia, llevar a casa el sustento, funcionar en el mundo. Después de eso, cada vez que pasábamos una situación que requería de un poderoso chiflido (lo increíble era el número de situaciones que requerían chiflidos) ella me veía, luego miraba al suelo con tristeza y decía: “ah. Que no sabes chiflar”
La verdad la entiendo un poco. Imagínese, querido lector, la escena de “Tener o no tener”, y a Lauren Bacall con toda su belleza diciéndole a Humprey Bogart: “No tienes que hacer nada, ni tienes que decir nada. Nada en absoluto. O… quizá sólo silbar. Sabes silbar, ¿verdad, Steve?” Y que el tal Steve le diga, con su perfecto acento xalapeño: “No, m’ija, yo ni sé chiflar”. Tal vez por eso un tal Ron Padgett (que no seguí leyendo porque da tremenda flojera) en sus “Instrucciones para ser perfecto” incluye la de “Aprende a chiflar fuerte”.
Si usted es de esa minoría a la que pertenecemos los que no sabemos chiflar, no se angustie. No pasa nada. Siempre queda como opción dar un buen grito, o hacer señas, o usar el teléfono para comunicarse con la gente hablando. No está solo. Yo he vivido cuatro décadas sin saber chiflar, y fuera de las angustias que le he contado, he logrado tener una vida casi normal, funcionando en un mundo de chifladores implacables, a los que, de vez en cuando, he tenido que pedir que chiflen por mí.
Lo bueno de: No saber chiflar
Bueno, le voy a hacer una confesión. Mi discapacidad de chiflar es parcial. Puedo silbar. A menudo lo hago, silbo canciones completas con entonación y todo. Tengo una mascota con la que me comunico con algo parecido a un chiflido, y ella lo entiende, así que ya es bastante. Lo que no puedo es producir uno de esos chiflidos que dejan sordas a las vacas en el campo, de esos que sirven para manifestar prisa, o para burlarse de la gente o para llamar a los taxistas o a los políticos. No está tan mal, silbar canciones es siempre divertido, y para celebrar mis 40 años sin chiflar, le traigo la recomendación de esta semana: Se trata de una canción de Monty Python, que se llama “Always look on the bright side of life” de 1991, incluida en la película “Monty Python’s Life of Brian”. Ande, trate de silbar conmigo y disfrute del video, que es una joya.
Usted chifle y chifle y si no me sigue en tuiter, hágalo, ande: @albantro