Para ser totalmente honesto con usted, amable lector, tengo que hacerle una confesión: es la madrugada del lunes y aún no sé lo que voy a escribir en este espacio. No es que esta semana no haya ocurrido nada, es que ocurrieron demasiadas cosas y todas con cierto grado de importancia, y no me gustaría ser reduccionista y dejar de contarle algo que le sea de interés.
Luego, recuerdo que este espacio está consagrado a contarle lo que me venga en gana, y que claro que puedo ser reduccionista. No sólo eso, sino que puedo incluso no contarle a usted nada, pues yo ni lo conozco. Así que voy a hablarle de mi último jueves. Resulta que el jueves desperté razonablemente temprano, y como casi todo mundo, lo primero que hice al despertar fue revisar mi teléfono. Había una conversación de un grupo de Whatsapp, y en ella, una chica compartió una foto en la que informaba del fallecimiento del Diputado Fidel Robles, seguida de la leyenda: “buenos días a todos”
Francamente me sobresalté: cubro la fuente legislativa desde su inicio y me parece que el Diputado Fidel Robles era de lo poco rescatable que había en la actual Legislatura. Lamenté muchísimo enterarme de su enfermedad, y después, de su muerte. Pero debo reconocer el talento de la chica que nos envió la foto para dar malas noticias.
El arte de dar malas noticias ha sido tratado con profundidad por muchos autores serios, desde Ibargüengoitia hasta nuestro entrañable escritor xalapeño Hernán Dumas “Dumita”, así que no hablaré de eso. En cambio, le hablaré de cómo recibir las malas noticias, habilidad que también tiene su arte.
Primero debe de tomar en cuenta que las malas noticias raramente vienen solas: ¿no le ha pasado que cuando su pareja dice: “tenemos que hablar” usted, casualmente, no tiene dinero o su auto está fallando algo así? Bueno, eso pasa por el carácter social de las malas noticias: son amigas entre ellas, y lo que las hace amigas, es que son enemigas de usted.
Así, ni bien me reponía de la noticia del diputado cuando en mi muro de Facebook me enteré de la muerte de un compañero de la Facultad, y en otra conversación de Whatsapp la chica que me gusta escribió: “me gusta Baldo. Soñé con él” (¿Baldo? ¿Es neta? ¿Baldomero?) y todo esto fue antes de las nueve de la mañana y ni me había bajado de la cama.
Una de las mejores estrategias para contrarrestar el efecto de las malas noticias es hacer algo que en realidad tiene mucho de maldad: pensar en alguien a quien le vaya peor que a usted. Imagínese usted que yo, casi abatido por las malas nuevas, de pronto veo una noticia que me llegó como un auténtico remanso: 46 rectores de diferentes universidades de todo el país le exigen a Javier Duarte que le pague a la Universidad Veracruzana. Entonces me imaginé al joven aprendiz de gobernador en su cama leyendo lo mismo. Sería equivalente a que Elektra, Coppel y todas las señoras de “la tanda” pusieran un comunicado en el periódico para que yo les pague.
Lo cierto es que si algo hay que aprenderle al gobernador de nuestro hermoso Veracruz, es que sí sabe tratar las malas noticias: que si ya explotó algo por el sur: ahí va Duarte junto al Presidente, con una sonrisa, contando chistes. Que si las cosas se ponen terribles en el norte: ahí va Duarte con su eterna expresión de “gordito buena onda”
Usted dirá, como esos mal intencionados que abundan: ¿de qué se ríe? ¿Cómo puede ir por ahí contando chistes y con esa sonrisa idiota? Yo digo que estoy muy seguro de que este señor se levanta todos los días con peores noticias que usted y que yo, y decide ponerles su mejor cara. Usted llámelo cinismo, yo sólo digo que sí le sabe al arte de recibir malas noticias.
Lo bueno de: Lo bueno de las malas noticias es que no son para siempre. Que seguramente usted encontrará algo con qué sentirse mejor, y si no lo encuentra, aquí, en este espacio le ayudamos un poco, con algo que parece una contradicción: el blues de las buenas noticias. Deje de pensar un poco en las malas noticias y disfrute este buen blues texano:
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