A diferencia de los rayos, que nunca caen dos veces en el mismo lugar, la mayoría de los políticos, nunca conformes con el daño que han causado, se esfuerzan por perpetuarse en el poder, por repetir en la nómina y, en el peor de los casos: por dejar, como si hiciera falta, verdaderos fardos sobre la espalda de la sociedad: su legado.
Guillermo Zúñiga Martínez fue, más que un funcionario público de larga y polémica carrera, un hombre que encarnaba y defendía muchas de las marcas más distintivas del PRI. Y con esto, todo estaría dicho sobre él.
Como el PRI, siempre estuvo envuelto en truculentos negocios, elecciones amañadas, malversación de fondos: se le acusó de desviar 5 mil cheques de maestros, cuyo destino hasta ahora sigue siendo una incógnita. Fue premiado, como suele hacerlo el PRI, con nuevos cargos, el último de ellos: la rectoría de la UPAV.
Uno de los proyectos más infortunados del profesor Zúñiga consistió en impulsar la carrera de su hijo Américo, un hombre sin cualidades para la política, refractario a la cultura, ignorante de la historia, e impermeable a la crítica. Es decir, cortado a la medida para la política local.
El profesor lo ayudó en sus inicios consiguiendo para él puestos para los que no era necesaria ninguna habilidad (en realidad se trataba de construir para su vástago un número suficiente de líneas en el currículo): Presidente Adjunto del Consejo para el Diálogo con los Sectores Productivos en el Estado de Veracruz, Vocal de la Conferencia Mexicana de Secretarios del Trabajo, Vocal del Comité Técnico del Fideicomiso Público de Administración del Impuesto sobre la Nómina, Consejero Político Nacional y Estatal del PRI, Coordinador de Organizaciones Juveniles y Sociales del INJUVER. Ya “fogueado” con tan impresionante palmarés, el profesor logró para su pequeño la nominación para un puesto de elección popular: Diputado en 2110. En 2013, el retoño del patriarca compitió y ganó la alcaldía de Xalapa.
Hijo agradecido, el actual presidente municipal busca perpetuar la memoria de quien le dio todo y, fiel a su ya característica falta de inventiva, lo único que se le ocurrió fue representar una mascarada en la que participan, en el papel de levanta dedos: los ediles en su totalidad y la UPAV y otras “instituciones y ciudadanos” (no mencionan quienes son) en el papel de patiños.
Instalarán para homenaje de su papá y para agravio del buen gusto y la ciudad, un monumento al profesor Zúñiga en la avenida Ruiz Cortines, bajo el irónico argumento de que “puso en práctica el principio básico de la educación que es predicar con el ejemplo y dejó un legado a la comunidad xalapeña”. Más allá del mucho o poco valor estético que pueda tener dicho monumento, más allá de los cuestionables méritos y del cuestionable método y momento elegidos para honrarlo, a mí me salta la siguiente pregunta: ¿si Américo es parte de ese “legado” merece en verdad un monumento?.