Por Estela Casados González
Hace unos días abordé un taxi en la Ciudad de México. Un vehículo que, como todos los del servicio de transporte público de esa ciudad, se identifica por los colores guinda y dorado, y porque porta en sus costados estampas del Ángel de la Independencia. Era conducido por un joven. Pronto nos rebasó un vehículo que también traía el letrero luminoso en el que se leía “taxi”. Llamó mi atención porque sus colores eran blanco y rosa. A lo lejos vi que en el medallón trasero portaba una calcomanía de la cara de Kitty.
Pregunté al chofer por qué el color de aquel taxi era diferente. “Es que Mancera quiere que mostremos que en la ciudad hay equidad de género”, respondió. “Pero los compañeros están muy molestos. Hace cuatro años el gobierno del Distrito nos pidió que pintáramos las unidades de Iron Man (haciendo alusión a los colores de su vehículo, idénticos a los de la armadura del súper héroe). ¿Sabe cuánto gastaron los dueños de los taxis? Tan solo los angelitos (de la Independencia) costaban cien pesos. Fue un negociazo. Y ahora quieren que los pinten de Kitties (haciendo alusión a los colores característicos de la famosa felina), o de ‘puñales’, como dicen algunos compañeros. Lo único que están logrando es que los choferes odien eso de la equidad. Mancera no entiende que la equidad no se logra pintando taxis, sino sensibilizándonos sobre el respeto que merecen las mujeres”.
Gratamente sorprendida por su comentario, seguimos platicando hasta que llegamos a la Calzada de Las Bombas, en donde me bajaría. Nos despedimos.
Esa charla estuvo girando en mi cabeza por días. El chavo dio en el clavo a uno de los asuntos más espinosos de la institucionalización de la perspectiva de género: la implementación de acciones que en los hechos no concientizan ni logran cambios en las instituciones ni en la ciudadanía. En aquello que termina convirtiéndose en simulación.
El pasado mes de marzo en Veracruz, y en el resto de país, sobresalieron numerosos eventos que buscaban sensibilizar a la población sobre los derechos de las mujeres y las niñas. Simultáneamente las instancias gubernamentales que tienen el mandato de transversalizar la perspectiva de género no cuentan con los recursos suficientes para hacer su trabajo o, de plano, se les interrumpe el flujo de recursos que permitirían realizar su labor.
El respeto a los derechos humanos de las mujeres se consigue a través de estrategias conjuntas. Es decir, acciones mediáticas e ilustrativas que permiten visibilizar el asunto, pero también a través de un proceso sostenido y profesionalmente planeado para lograr un impacto profundo y de largo alcance en la población y en las nuevas generaciones.
Hay presupuesto federal y estatal etiquetado para echar a andar dichas acciones, pero no es respetado ni otorgado puntualmente a las instancias correspondientes… si es que éste llega a otorgarse.
Nuevamente, la vida y los derechos de las mujeres no están siendo respetados ni valorados. Las instancias gubernamentales no están cumpliendo y eso que llaman perspectiva de género se convierte en un fastidioso rubro que hay que cumplir superficialmente y punto.
Lejos de ser un “asunto de mujeres”, es urgente que la población en general respalde la exigencia que hemos hecho desde diferentes espacios para que se respeten los presupuestos que permitirán mejorar la calidad de vida de las mujeres y niñas. Los proyectos y acciones para la equidad de género en muchos casos se encuentran detenidos o a medio hacer, debido a la falta de los recursos que permitan trabajar a las y los profesionales contratados.
Si bien es cierto que la igualdad entre hombres y mujeres en un asunto para trabajar a largo plazo, sino empezamos ahora, difícilmente alcanzaremos ese horizonte. Sin ciudadanas no hay democracia. Sin igualdad viviremos en un estado fallido. Nos conformaremos únicamente en debatir si queremos ser Kitty o Iron Man.