Por: Harmida Rubio Gutiérrez
Era un día de otoño en Roma, la Fontana di Trevi estaba repleta de gente, turistas por todos lados adelantándose unos a otros para tomarse fotos. El sol de las doce del día hizo que buscara en el extremo de la fuente un pequeño bebedero, en el que se arremolinaba la gente para tomar agua y seguir su apresurado itinerario. Después de tomar agua me senté como muchas otras personas en el borde de la fuente, y me puse a contemplar el espectáculo frente a mí (los tumultos me parecen, cuando los veo con distancia, como una música caótica al principio que va tomando armonía después de un rato). En ese momento, mi piel se erizó. En medio de todo ese bullicio, el agua, el sol, y a miles de kilómetros de mi país, sentí que había regresado a casa.
Esa casa de la que hablo soy yo misma. Ese fue el momento de la epifanía, del darme cuenta de mi reconciliación. No quiere decir que fuera necesario ir a Roma para descubrirlo, sin embargo, ahí caí en la cuenta. Cuando viajamos pasan esas cosas, nos volvemos extrañas ante nuestros ojos y nos enfrentamos a situaciones inusuales, que de repente, nos hacen tener este tipo de revelaciones. Dice la escritora española Rosa Montero que “los verdaderos viajes conllevan un cambio en la conciencia”. Y a veces los verdaderos viajes se encuentran en nuestra propia ciudad.
Pero ¿qué significa viajar para una mujer? Creo que esta es una situación que cabalga entre la ansiedad y el placer. Sin duda se trata de un momento de aprendizaje, pero es también momento de duda, de crecimiento, y muchas veces de dolor e incertidumbre.
Se trata de un evento en el que ampliamos nuestros límites. En el que nuestro espacio se extiende y nosotras también. Cada vez que regresamos de un viaje, somos indudablemente otras. Viajar significa tener el valor de enfrentarse no solamente a otra cultura, otro idioma u otra sociedad, sino lo más difícil, enfrentarse a una misma. Y si viajamos solas, estamos frente a muchos prejuicios, los nuestros para comenzar, pero también los de mucha gente que nos topamos en el viaje, que muchas veces no está acostumbrada a encontrarse con una viajera solitaria.
Otro aspecto que surge es la responsabilidad, el cuidado de nosotras mismas ante un ambiente desconocido. Administrar nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestra energía, y seguir nuestro instinto en situaciones que nos toman por sorpresa.
A pesar de todas las dificultades y obstáculos que viajar implica, mujeres viajeras han existido muchas; por ejemplo: la propia Simone de Beauvoir que como buena filósofa, decía que “si vas de viaje una semana a un país, puedes redactar un libro sobre el lugar; si permaneces un año, sólo una breve crónica; y si te quedas una década, eres incapaz de escribir nada”; la feminista Marcela Lagarde, que en sus charlas y conferencias invita siempre a las mujeres a explorar el mundo; la escritora y periodista Rosa Montero, que casi siempre incluye en sus obras la metáfora del viaje; y a nivel de viajes más cercanos y cotidianos pero no menos importantes, la periodista Cristina Pacheco, que viaja por los rincones de la Ciudad de México conociendo sus lugares y personajes.
Hoy en día hay muchas mujeres que viajan, y que como en otros temas, necesitan del apoyo de otras mujeres para que a través de compartir experiencias, se haga el camino más fácil. Así, han surgido páginas web como Travelgogirl.com, creada por viajeras experimentadas que dicen de sí mismas: “somos aventureras y también somos feministas. Buscamos dar empoderamiento a las mujeres que quieren explorar el mundo”. Incluso ellas mismas han creado la Cumbre de Mujeres Viajeras, que es una reunión mundial en la que viajeras de muchos países comparten sus experiencias. Así que viajar es una forma de empoderarse, de reconocernos como sujetos, y como narradoras de nuestras historias, historias complejas y diversas, como nosotras.
Para terminar, dejo aquí un pequeño relato colectivo confeccionado a partir de frases que amigas mías, viajeras de todas las edades, me han compartido acerca de lo que significa para ellas viajar. Esta es la voz de todas ellas, como si fueran una sola:
“Cuando viajas aprendes, y cuando aprendes gozas, y cuando gozas creces, y cuando creces ya no cabes, y cuando ya no cabes viajas, y así... Viajar abre puertas en la mente y te das cuenta de hasta dónde puedes llegar. Soportar la soledad. Me ha dado libertad, y para mí eso va ligado con la felicidad.
Escapar de la rutina, descubrir mundos nuevos, conocer otras gentes y otras vidas, soñar que somos libres. Descubrir que sigo siendo yo en cualquier parte, que a pesar de estar sola un par de días en algún lugar, lo hago mío... Aprender a cuidarme, defenderme y adaptarme sola a diferentes situaciones, y saber que sí puedo hacerlo.
Sobrevolar de noche la ciudad es como volar por una selva de luces, ¡Magnífico! Como magnífico es presenciar el amanecer en alta mar.
Conocer lugares nuevos, ver paisajes y ciudades desconocidas, cuadros y esculturas clásicas que nunca imaginaste tener tan cerca, probar comidas extrañas, sentir esa liviandad que da el viajar. Lo más difícil es la vulnerabilidad que se siente en un país lejano… Emigrar es el motivo más triste de un viaje. Poder viajar por placer, es vivir una fantástica aventura.
Me siento una mujer más completa, madura y auto responsable de mí misma, gracias a los viajes. Me ha permitido conocer y aceptar cada una de mis facetas y dejarme sorprender por mí misma y por lo que me rodea, maravillarme.
Se me ha abierto el panorama. Tengo referentes. Me siento fuerte. Formo parte del mundo”.
Gracias: Marisol Chávez, Blanca Rubio, Yolanda Baizabal, Paloma Mejía, Trinidad Aparicio y Rosalía Fernández por estas frases y sus viajes.