Por: Harmida Rubio Gutiérrez
Cuando me preguntan cómo sería una ciudad diseñada y vivida con visión de género, me quedo pensando y creo que no existe una sola respuesta para esa pregunta. Se trata de que sea una ciudad segura, donde podamos movernos libres y cómodas a todas las horas del día y por todos los lugares, pero no es sólo eso. Existe algo más profundo, algo que está en los terrenos del misterio, de lo que no es evidente.
Desde el inicio de las civilizaciones las mujeres hemos creado ciudades paralelas, ciudades que no se ven a simple vista. Esas ciudades pueden darnos grandes pistas sobre qué queremos y cómo lo queremos hacer. Se trata de los Lugares Secretos.
A la periodista Lydia Cacho su madre le decía que todas y todos tenemos una vida pública, una privada y una secreta. Y exactamente existen esos tres tipos de lugares en la ciudad: públicos, privados y secretos. Sabemos que en cuestión de uso del espacio, la esfera pública ha sido retomada hace muy poco tiempo por las mujeres; ya que se pensaba que lo público correspondía a los varones y el ámbito íntimo y doméstico a las mujeres. Ahora poco a poco hemos hecho nuestras las calles, aunque aún falta mucho por hacer.
Sin embargo, a pesar de que en casi todas las culturas no se permitía o no era bien visto que una mujer experimentara a su manera el espacio público, empezaron a surgir otro tipo de lugares. Lugares emergentes, construidos lentamente y en secreto; como una respuesta a la inevitable búsqueda de cualquier ser humano por construir lo propio en un mundo que lo niega o lo dificulta.
Por ejemplo, en los cuentos de Las Mil y una Noches ( que retratan las ciudades y pueblos del antiguo medio oriente) si nos fijamos, podemos descubrir esa ciudad paralela y secreta de las mujeres, que sucedía entre azoteas, pasadizos, jardines, murmullos, miradas y complicidades entre compañeras. En esa ciudad secreta, llena de aromas, sonidos, y luces tenues, las mujeres construyeron un mundo para el encuentro, el gozo, el erotismo, la justicia, la creatividad y el aprendizaje.
En México existe una leyenda que involucra los lugares secretos y la acción de una mujer que lucha por su pueblo. Es la leyenda de Donají, la princesa zapoteca de Oaxaca. A Donají de niña su padre le enseñó los pasadizos secretos por los que se podía salir del palacio sin ser vista.
Estos pasadizos eran como un grande y peligroso laberinto, el cual era necesario conocer muy bien para no perderse. Donají entonces aprendió a convivir con los pasadizos desde niña, ahí jugaba y aprendía, hasta que la descubrieron y le prohibieron volver a entrar.
Pero pasaron los años, y se dieron guerras entre el pueblo zapoteca y otros pueblos por el rico territorio de Oaxaca. Donají entonces supo utilizar el laberinto secreto a su favor y atravesar distancias y adversidades para salvar su tierra.
Y como éstas, hay muchas historias.
Cada una de nosotras guarda uno o más lugares secretos en la memoria y en el alma. Ahí en ese árbol, jardín, pasillo, azotea o rincón debajo de la escalera, seguramente tenemos grandes historias propias o compartidas, en las que hemos sido heroínas o simplemente nosotras mismas.
El reto está en recoger de la sabiduría de estos lugares secretos lo que haga falta, para crear una ciudad justa y bella para todas y todos.