Paco Contreras /
Partamos por entender qué es el cuidado. Marcela Lagarde plantea que “El cuidado es el conjunto de actividades y el uso de recursos para lograr que la vida de cada persona, esté basada en la vigencia de los derechos humanos. Prioritariamente, el derecho a la vida en primera persona” (Lagarde, 2003). Siendo así nos daremos cuenta que tanto mujeres como hombres le daremos una interpretación diferente a esta definición basándonos en nuestros aprendizajes.
Los hombres aprendemos “qué es el cuidado” desde la experiencia propia, como receptores de éste, desde muy pequeños aprendemos que las actividades relacionadas al cuidado son desarrolladas (la mayoría de las veces) por mujeres adultas que procuran que los hijos, hijas, nietos, nietas, sobrinos y/o sobrinas se encuentren en las mejores condiciones y “no les pase nada” o en todo caso que se recuperen de algún padecimiento y puedan reintegrarse prontamente a sus actividades, sin tomar en cuenta las actividades personales, las necesidades e intereses de éstas mujeres.
Esta experiencia nos dota de la información básica para comprender de qué se trata “cuidar”, lo cual se ve reforzado más adelante en los espacios educativos, en las estancias infantiles o centros de desarrollo infantil, los jardines de niños (y niñas) las primarias, hay una presencia mayor de mujeres que se encargan de cuidar y educar a niñas y niños, en cuanto a la participación de familiares se ve más nutrida por madres, abuelas, tías y hermanas mayores y en menor medida hombres.
Cuando se trata de cuidado de otras personas, los hombres nos ubicamos como protectores y proveedores de recursos económicos y/o materiales. Es decir, tratamos de que a las personas que “nos importan” no se vean afectados por amenazas externas y estamos dispuestos a enfrentarlas incluso, si esto amenaza nuestra integridad física y emocional, como resultado de la construcción de la identidad masculina que cuenta con mandatos de ser fuertes, arriesgados, temerarios, aguantadores, sin miedo, valientes y que más de una ocasión le ha costado la vida a un hombre.
Si volteamos la mirada a una forma diferente de ver el cuidado que los hombres podemos proporcionar, nos encontraremos con las posibilidades de propiciar las condiciones para que las personas que nos rodean cuenten con un desarrollo personal pleno y la satisfacción de una serie de necesidades que también nos favorece a nosotros mismos. En este sentido consideremos que podemos cuidar de las hijas e hijos, de las personas mayores y de la pareja y de esta manera compartir responsabilidades que a todas las personas nos atañen.
Necesario es que el diálogo entre hombres nos ayude a construir las dimensiones del cuidado en las que nos involucramos y las ganancias que esto tiene, se trata de acompañar el desarrollo de las hijas e hijos, de resolver de manera compartida las actividades domésticas, generar espacios de comprensión y democratización familiar que favorezca la participación equitativa de las personas que integran ese núcleo (tradicional o diverso).
Lo anterior nos pone sobre la mesa un verdadero reto que seguramente nos llevará años de trabajo para divisar un cambio efectivo, el ejemplo lo tenemos ahora con el efecto de los cambios sociales en la participación de las mujeres en el área laboral, sin embargo, sigue existiendo la visión que ellas “ayudan con el gasto” y se espera su participación activa en las labores domésticas, donde algunas veces “nuestra ayuda” brilla por su ausencia.
Es importante que revaloremos la integración en las actividades de cuidado y atención a las demás personas. Que dejemos atrás las ideas de ser receptores de servicios, cuidados y reconocimiento, para transitar a otras formas de participación en las que nos involucremos de manera efectiva y afectiva.
Así como se adquirieron los aprendizajes, que nos colocan a los hombres en situaciones de supremacía, existe la posibilidad de ir incorporando nuevos aprendizajes que contribuyen a un mejoramiento de las condiciones de vida y que ayudan a renunciar a los privilegios masculinos y generen relaciones igualitarias. No es tarea fácil, implica un profundo reconocimiento de nosotros mismos (en lo individual y colectivo) y un convencimiento de que los nuevos aprendizajes y los cambios que se desprenden de estos contribuyen a un bienestar personal y colectivo.
Reflexionar sobre esto y otros elementos de la construcción de las identidades masculinas es sumamente importante, sin embargo, es necesario que pasemos de la reflexión a la acción transformadora en la que el involucramiento sea real y empecemos a hacer ajustes en la cotidianidad más inmediata, porque las transformaciones sociales iniciaron con la acción de una persona. Es por esto creo en que los hombres somos capaces de cuidarnos y cuidar a otras personas.
En este sentido, el establecimiento de acuerdos que permitan que las personas asumamos las responsabilidades de manera compartida, nos lleva a contar con espacios domésticos democráticos que favorecen la resolución de los conflictos, lo cual será la semilla de procesos sociales con estas características. Esto, aunado a las ganancias que se tendrán permitirá que hombres y mujeres cuenten con espacios propios y compartidos para el crecimiento personal.
En el Programa de Hombres Renunciando a su Violencia de Xalapa tenemos como principal objetivo “contribuir a que los hombres que participan, construyan un compromiso permanente con la noviolencia”, lo cual nos ha llevado a entender que la violencia tiene muchas formas (incluyendo el descuido y el no involucramiento en el cuidado de otras personas) y que sus efectos nos dañan y son nocivos para nosotros mismos. Todos los miércoles, sesionamos en punto de las 18:00 hrs., en las instalaciones del Centro de Integración Juvenil de Xalapa, ubicado en la esquina que hacen las avenidas Acueducto y Ruiz Cortines de la Colonia Unidad Magisterial de Xalapa, Veracruz.
Por que los hombres tenemos la capacidad para aprender a cuidar y cuidarnos...