Ana Kruger /
Los “piropos”, o el acoso sexual socialmente aceptado, son ejemplo de la latente cultura machista en la que vivimos. Frases o palabras que algunos hombres le dicen a mujeres que no conocen cuando las encuentran por la calle y que pueden ir desde lugares comunes hasta vulgaridades nefastas.
Porque es nefasto que un completo desconocido crea que tiene el derecho de invadir tu privacidad, de decirte algunas palabras para que sepas lo buena o guapa que estás, porque parece que ese juicio de valor está en sus manos.
Y bien, como no faltará quien intente defenderlos, a continuación mi lista breve de “Defensas estultas sobre los piropos”:
1.- “A algunas mujeres les gusta.” Este es clásico. Si hay mujeres a las que les gustan los piropos ¿será porque les han enseñado que los hombres desconocidos de la calle reafirman la belleza femenina a través de frases soeces? Aún así, aunque a muchas mujeres se les inculque esto, sigue siendo una falta de respeto. Es acoso sexual.
2.- “Pero yo no les digo cosas feas.” Los intentos de metáfora barata no son lindos, ni románticos, ni amables, aunque pretendan ser dulces e inocentes y vengan de su tierno corazón. Me pregunto ¿qué autoriza a algunos hombres a proferir frases empalagosas y del mal gusto hacia esa chica guapa que se encuentran de camino a la tienda? Sólo ponen en evidencia su falta de educación. De verdad, ¿qué piensan que va a pasar después?
3.- “Y cuando las mujeres lo hacen, ¿sí está bien?” Otra débil argumentación. Si bien es cierto que hay algunas mujeres que incurren en este tipo de práctica (“piropear” a un hombre), no hay punto de comparación. Nuestra cultura no nos enseña que los varones son objetos cuyo valor se basa solamente en su apariencia física. Mantengo mi postura: es tan de mal gusto cuando lo hace un hombre o una mujer.
Por otra parte, las miradas de desdén y asco, respuestas negativas y todo tipo de rechazo que reciben los hombres cuando hacen esto (porque, obviamente, los que lo hacen han recibido una o varias miradas de repugnancia), pocas veces surten el efecto esperado, pues muchos de ellos continúan y parecen disfrutar de este tipo de prácticas.
¿Acaso esperan que alguna de todas esas chicas que acosan en la calle deje de hacer lo que estaba haciendo para irse corriendo a sus brazos?
Lo más desafortunado es que las niñas y jóvenes somos blanco fácil de este acoso sexual permitido, alentado y tolerado socialmente. Eso nos llena de indignación. ¿Lo vamos a seguir permitiendo?