Experimentar la ciudad desde lo femenino
- Mujeres Que Saben Latín
Harmida Rubio Gutiérrez /
En el París de los años 50 y 60 del siglo XX, un grupo de hombres se reunían para pensar y experimentar cómo dejarse llevar por la ciudad. Ellos inventaron algo que llamaban “deriva”; se dejaban mover por la ciudad misma, ir sin rumbo, para descubrirla. Así, recorrían por ejemplo, la ciudad de las azoteas, la de las alcantarillas o la de los tugurios. Era una forma de acercarse a la ciudad desde el juego, el placer, el arte y la crítica. No solamente se divertían yendo por las calles al encuentro de la sorpresa, sino que también reflexionaban acerca de cómo estaban hechas las ciudades, quién las había convertido en lo que son y por qué se habían dado esas transformaciones. Estos hombres eran los situacionistas. Como era de esperarse, este grupo de hombres aventureros de la ciudad, no era muy bien visto por la élite conservadora del arte, la política y la arquitectura.
Cuando digo hombres, me refiero a varones, no estoy generalizando en el género humano. Entre los situacionistas no había mujeres, o si las había eran muy pocas. Y no las había no porque no les interesara adentrarse como viajeras dentro las ciudades de la segunda mitad del siglo XX, sino que las condiciones sociales y urbanas no eran precisamente las más amables para que una mujer se lanzara a la deriva. Las mujeres en todo caso eran parte del escenario de la ciudad: la que vendía la fruta, la de la peluquería, la cocinera o la prostituta. Ellas eran personajes al encuentro de los situacionistas, pero no eran las narradoras de los relatos.
Esta historia de los situacionistas me hizo pensar en cómo las mujeres vivimos la ciudad y hasta dónde, las calles, los edificios, los parques, las plazas, nos permiten transitar, disfrutar y ser críticas con nuestro entorno. Me pongo en los zapatos de los situacionistas y me pregunto si yo podría aventurarme sin rumbo predeterminado en mi ciudad, Xalapa, o en alguna otra, como las Palmas de Gran Canaria, desde donde ahora escribo. La respuesta puede ser que tal vez sí lo haría, pero con muchas reservas y precaución, y seguramente con miedo.
Las mujeres tenemos que conocer bien el terreno para movernos seguras. Eso nos ha enseñado el mundo. Somos aventureras y creadoras de otros universos, pero de manera distinta. En la historia de las ciudades de todas las culturas, las mujeres conocen pasadizos, laberintos, puertas escondidas… todo un conjunto de lugares que forman una ciudad oculta, secreta, para nosotras mismas. Por ejemplo, en el libro “Las mil y una noches” puede descubrirse este tipo de ciudad en cada uno de los cuentos. Son ciudades interesantes, encantadoras, creadas desde la necesidad de tener un mundo propio desde el secreto, porque en el mundo externo es difícil lograr el placer y la libertad abiertamente. En muchas ciudades actuales esto sigue siendo así.
Nuestras ciudades contemporáneas nos han dado sorpresas más terroríficas que placenteras. No es que nos falte el gen de la aventura, sino que la memoria y la experiencia nos hacen cautas, nos trazan trayectos sobre los cuales podemos ir más seguras. ¿Cómo podríamos entonces ahora disfrutar del placer de la ciudad como los situacionistas?
Para plantearnos eso, antes de dejarnos ir por el deleite que es conocer la ciudad, debemos dejar resueltas varias cosas: trabajo, manutención, cuidado de los hijos (si los hay); y además, dejar de lado el señalamiento social hacia una mujer que disfruta plenamente de ir sin rumbo en su entorno cotidiano. Tareas para nada fáciles. Después de esto, habría que reflexionar sobre qué cosas, lugares y situaciones nos hacen disfrutar de nuestro entorno, y cómo podemos ir tras su encuentro… o cómo ir descubriendo los obstáculos que existen para lograrlo, y ser críticas e incisivas para que las cosas se resuelvan. Sin embargo, creo que el punto no es este.
En cualquier caso, tal vez la pregunta sería ¿cómo disfrutar la ciudad desde una manera que nosotras inventemos, desde nuestra naturaleza femenina, con nuestros propios deseos, sueños, placeres e intereses cotidianos?
Quizá podríamos construir otra manera, parecida o no a la deriva, pero una manera nuestra de comunicarnos con la ciudad, placentera y libremente. Esta manera, seguramente nos ayudará a transformar la ciudad en la que vivimos, porque la ciudad responde a lo que le damos. Así, la cuestión está en crear ciudades, desde las que ya están construidas, en las que las mujeres podamos plantearnos el disfrute de lo cotidiano, el encuentro con la sorpresa, el juego del día a día, el perdernos por las calles pero caminando seguras, y viviendo la experiencia de la libertad.