Una gran responsabilidad

  • Jafet R. Cortés

Cada vez estoy más seguro que toda creación humana –en esencia- trae consigo una lección de vida, sea evidente o no para nosotros. Tenemos que aprender a leer con cuidado aquellas señales, esos pequeños detalles que encierran las historias con cada trazo, cada palabra dicha o ahogada, todo, todo tiene un significado.

Puede ser que contengan algún mensaje que nos cambie la vida, que nos enseñe qué tan errados estuvimos hasta ese momento. A la luz de una nueva verdad, quizás la vida pinte de un color completamente distinto.

Mucha gente subestima el contenido de los cómics, diciendo que sirven únicamente como un medio de entretenimiento, que no podrías aprender nada, y que bajo todos los ángulos, son cosas de niños, adolescentes o gente “inmadura”. No podrían estar más equivocados.

La realidad es que podemos encontrar en ellos un reflejo de la humanidad, una crítica social, una frase que trasciende, si reflexionamos sobre su significado y la hacemos propia.

Los X-MEN, no son solo unos monitos que tienen poderes, la verdadera narrativa encarna una historia más profunda. Habla de migración, racismo, genocidio, la lucha de los oprimidos y sobre los prejuicios que puede generar la humanidad desde el miedo y la ira.

Batman no solo es un tipo con capa y máscara de Halloween que por las noches busca a los malos, sino que representa un símbolo de aquella justicia que todos anhelamos. Ciudad Gótica personifica lo más podrido de la corrupción, aquella que trasciende la ficción y representa sólo la punta de ese Iceberg que tenemos frente a nosotros en la realidad.

Superman, no es una historia de un ser prácticamente indestructible, la narrativa proviene de su verdadera fuerza, que reside en el hecho de que pudiendo hacer lo que se le dé en gana con todo ese poder, todos los días decide hacer lo correcto y ayudar a los demás.

En este momento, columpiándose entre edificios y rascacielos, llegan algunas palabras, “un gran poder, conlleva una gran responsabilidad”. Esta frase marca la vida de un personaje -que en lo personal me encanta-, el Hombre o la Mujer Araña, si hablamos de multiversos y realidades alternas.

 

Pongamos un poco de contexto antes de continuar.

Peter Parker no nace siendo el Hombre Araña -en sí nadie le enseña a serlo-, un buen día descubre que tiene superpoderes que lo hacen diferente a los demás; poderes que podría utilizar de forma egoísta, pero no, no lo hace. La decisión de hacer lo correcto es lo que lo transforma en el superhéroe que conocemos.

Una verdad que hay que aceptar es que nadie nace sabiendo ser un superhéroe, siempre existe una historia detrás de todo, una especie de viaje -odisea-, que les enfrenta en duras pruebas contra sus propios miedos, que les quiebra por completo, y les va empujando al filo de querer renunciar, voltear al camino fácil.

Siendo sincero, todos estamos en diferentes barcos pero en el mismo viaje del héroe. No reconocemos que estamos en esa constante lucha por ser mejores de lo que éramos –transformación-; esa lucha por aceptarnos, aceptar nuestros errores; descubrir quiénes somos –crecer-; reconocer nuestro poder y usarlo con sabiduría.

Los cómics dejan siempre la puerta abierta a que todos podamos convertirnos en aquellos superhéroes que anhelamos ser, nos deja la puerta abierta para que afrontemos la responsabilidad que conlleva.

Hagámonos una pregunta personal, ¿cuál es nuestro “poder”?, esa búsqueda personal causa siempre muchos conflictos, pero aquí está una pequeña pista: Los distintos tipos de inteligencia que existen.

En mayor o menor medida, todos tenemos un poder o varios poderes, y mientras más tengamos, más responsabilidad debemos tomar con nuestro entorno.

Decir que con ello podemos llegar a ser “villanos” o “héroes” podría ser una postura muy moralina, pero si lo aterrizamos a una escala de grises, tomar decisiones –una dura tarea- trae consigo consecuencias desastrosas o magníficas -en distintas escala-, dependiendo del lado en el que nos encontremos al momento del impacto.

El poder que tenemos, desde otra óptica, reside en el privilegio. Aquella posibilidad que tuvimos de estudiar; contar con una alta probabilidad de que la gente nos escuche y nos siga, por liderazgo, carisma o respeto; tener dinero; o tener talento para desempeñar algún arte o practicar algún deporte; todo esto deberíamos considerarlo como un poder.

A estos poderosos les llamamos licenciados, maestros, doctores, médicos, profesores;  personas adineradas, empresarios, inversionistas; comunicadores, periodistas, líderes de opinión, influencers; pintores, escultores, locos, escritores, actores; etcétera. El poder siempre toma distintas formas.

“Lo único que hace falta para que el mal triunfe, es que los buenos no hagan nada”, esta frase de Edmund Burke no se reduce al hecho del ejercicio de un cargo público o directivo, sino que trasciende a la vida de todas las personas -su devenir diario- y a las decisiones que cotidianamente toman, que los acercan a hacer o no lo correcto.

En realidad la mayoría de la gente que llega a lugares importantes para la toma de decisiones lo hace porque busca más poder -de manera insistente-, para moldear la realidad a su conveniencia, cueste lo que cueste; pero esto sucede, frecuentemente, porque otros con mejores intenciones -y quizás con un poder intrínseco mayor-, no buscan llegar o rechazan esa meta por apatía o miedo, dejando al mundo a merced de otros menos intencionados.

Cuando votamos, en sí estamos ejerciendo un poder, que muchos, por su situación –pobreza, marginación, ignorancia, comodidad, privilegio, desánimo, hartazgo-, no logran dimensionar la importancia y lo mucho que pueden cambiar el rumbo con una decisión; menos, han logrado dimensionar el poder que tienen no solo con el voto, sino a través de la participación activa, de exigir con fuerza –gane quien gane- que se cumpla lo prometido; y muchos menos, se han dado cuenta del poder que tienen de solicitar información  y exigir con fuerza –sea quien sea- que utilicen los recursos de la mejor forma.

¿Somos poderosos?, sí, lo somos, pero en muchas ocasiones aquel gigante permanece dormido dentro de nuestro pecho. Nuestro espíritu guarda aquella fuerza que tenemos, y ciertas veces lo único que nos hace falta, es un empujoncito para despertar o leer alguno que otro cómic de vez en cuando.