Democracia mexicana, ¿otra demolición?

  • Ignacio Morales Lechuga
El tiempo pasa y las evidencias se acumulan, la 4T está por cumplir un año en el poder

A punto de cumplir un año en el poder, muchos mexicanos nos preguntamos qué frenará las desbordadas ambiciones del gobierno y de la 4T desplegadas para controlar todos los espacios tanto sociales como económicos y políticos y centralizar las decisiones de toda la administración pública en un solo individuo.

El tiempo pasa y las evidencias se acumulan, el único hilván que permite unir las piezas de nuestra realidad y explicarse hacia dónde va nuestro país es uno sólo: la demolición de la democracia y la instauración de una dictadura populista, una más en el escenario mundial de países que parecen haber agotado el modelo que funcionó hasta el siglo anterior.

La economía se encuentra estancada, con una industria que este mes vive su peor racha negativa según lo confirman los datos del Inegi. El comercio reporta decrecimiento en las ventas (ANTAD). Si la población crece y la economía decrece, el resultado es mayor desempleo.

¿Dónde quedaron en un año las promesas de 2018 de siete millones de empleos y un crecimiento de cuatro puntos en el PIB? ¿Dónde la tan mentada erradicación de la violencia? ¿Dónde está la defensa jurídica ante el poder de un simple memorándum que anula a la Constitución en aras de una idea muy particular de la justicia, “su justicia”? Robos, asaltos, secuestros y homicidios han crecido a tal extremo que han roto el récord de gobiernos pasados, no hay coto que les ponga freno, sino confusión en el uso de los instrumentos institucionales de la justicia, de por sí expuestos al doble efecto de la corrosión y la ineficacia.

Ha sido un año negativo, terrible para el país, demoledor del empleo en actividades como la construcción, congelada en el burocratismo todo el año.

Si la democracia es una forma de organización estudiada sistemáticamente y a fondo desde hace más de 200 años, el conocimiento de su destrucción y sus amenazas en esta parte del XXI es algo en lo que urge profundizar.

Si las democracias, como se sabe y enseña la historia, son vulnerables a las revoluciones y golpes militares, hoy –en el populismo de izquierda o de derechas- lo son también a la manipulación de los votos.

A la oposición se le anula y deslegitima en el discurso diario que etiqueta desde el gobierno contra “conservadores, derechistas y fifís”. A los opositores, sean de la inclinación que sea, se les aplasta y denuesta con todo y propuestas, aún si muchas suman a la busca de soluciones a problemas nacionales que requieren participación, consenso básico y riesgos compartidos.

El Estado había modificado su estructura para permitir la iniciativa social y al mismo tiempo construyó una estructura o andamiaje de instituciones autónomas, apartidistas, técnicas y de prestigio. Hoy eso “se acabó” con la destrucción de “facto” de cualquier posibilidad de incorporar criterios técnicos en las decisiones estratégicas del gobierno federal. Son incondicionales del Presidente, generalmente descalificados por su evidente desconocimiento de su materia quienes dirigen a los organismos autónomos constitucionales como la Comisión Reguladora de Energía, la Comisión Nacional de Hidrocarburos, la Comisión Nacional Bancaria, con superdelegados federales en los estados por encima de los poderes constitucionales locales. Una incondicional como Rosario Piedra encabezará la CNDH gracias a un vergonzoso “fraude electoral” en el proceso de votación senatorial. Poco importa que carezca de autoridad legítima para su desempeño, lo de más se vuelve ahí también lo de menos.

Irán previsiblemente por el control del INE, órgano ciudadanizado con gran inversión de esfuerzo social y económico que garantizó el triunfo legítimo y legal del propio AMLO, y un órgano garante de nuestro sistema electoral en un país que careció más de 80 años de elecciones verdaderamente democráticas. Hemos de estar atentos cuando la UIF, -convertida en el arma ofensiva preferida por el gobierno-, decida doblegar al INE “investigando” a sus consejeros.

El cuestionamiento demoledor y constante del poder Judicial y a muchas de sus decisiones, es otra característica del populismo en el poder, que gusta colocar a los jueces como “enemigos del pueblo”. Hoy la Corte ya no tiene ocho ministros electos antes del presente gobierno; le restan siete, difícil contrapeso a excesos del régimen al no poder decidir con normalidad temas de constitucionalidad.

El juego está claro, la destrucción de comisiones legislativas en las cámaras de diputados y senadores abre el camino para hacer y deshacer en ambas cámaras, otra característica de las dictaduras populistas. ¿Qué decir de la relación del líder con la prensa y las redes, a las que ensalza o ataca según el personal aplausómetro de quien gusta sustentar su objetividad en el manejo de “otros datos” que no coinciden con los de nadie más?

Las democracias disminuidas son el signo de hoy. En México sus expresiones están permitiendo la anulación del crecimiento a cambio de una idea falaz de desarrollo. La corrupción se oculta, la inseguridad se consiente (aún si los bebés pueden ser confundidos con narcos en los dichos de un secretario del ramo). Rudo y despiadado con los opositores internos, es obsecuente y casi incondicional de Trump, con una Guardia Nacional haciendo funciones de muro contra la migración.

En fraudulentas “encuestas patito” decide cancelar un aeropuerto, apoya “el fraude constitucional en B.C.” el asalto a la CNDH y anticipa el reconocimiento a Evo Morales, a quien todos los observadores electorales le echaron abajo un intento reeleccionista construido sobre la simulación y el manejo tramposo de los votos y el control del árbitro electoral.

Muchos queremos creer que hay tiempo para enmendar la ruta de gobierno escogida, por evidentes que sean los peores signos de la misma y numerosas las voces que, sin restar mérito y pertinencia a los cambios, nos espanta la profundidad de los precipicios y la obstinación e impericia para evitarlos. Un año más así, es hasta difícil imaginarlo.