Política y traición de la mano

  • Ignacio Morales Lechuga
Quien gobierne tendrá que asumir decisiones que beneficien a las mayorías...

En las próximas elecciones, la sociedad se encontrará a la expectativa de candidatos que representen un cambio en valores como honestidad y lealtad; sin embargo, sobre todos pesan acusaciones de deslealtad.

¿La traición es consustancial a la política? ¿Toda deslealtad es negativa?

Se ha connotado a la traición con un sentido moral negativo asociado al arribismo o conveniencia; la historia nos ha enseñado que no siempre es así. La moral tiene dos motores: la libertad y la responsabilidad, mismas que no se pueden disociar y que en algunas ocasiones, la traición es la consecuencia del ejercicio público de estas. ¿Quién condenaría a Hidalgo y Morelos, que fueron juzgados como traidores contra la Corona Española? ¿Alguien se atrevería a condenar a los oficiales alemanes que intentaron asesinar a Hitler? ¿o recientemente al policía venezolano asesinado por luchar para librar a su país de la pesadilla de Maduro?; como se ve, hay traiciones que son legítimas. Si revisamos nuestra política y sobre todo a sus protagonistas, observaremos una buena cantidad que abandona sus partidos y su militancia a cambio de una posición legislativa o la promesa de ser incorporados a un trabajo. Hoy parece ser la moda.

Margarita Zavala, esposa del ex presidente Calderón, ha sido diputada plurinominal y esposa de presidente, sin embargo, su ambición la hizo declarar que sería candidata con o sin su partido, se enfrentó con Ricardo Anaya, hoy precandidato del “Frente” por la Presidencia de la República.

El enfrentamiento cruzó acusaciones de traición al PAN que finalizó con la salida de ella y la migración de sus seguidores. ¿Quien ha sido desleal? En este caso ¿el valor superior es la cohesión y unidad del partido? Más que una división del PAN, el líder logró cohesiones, lo que parecía desmoronarse por encima de las ambiciones personales.

Margarita Zavala borró su militancia de décadas y su apego a la doctrina de los fundadores del PAN por su afán de poder.

Caso similar es el de AMLO, quien fue presidente del PRI en Tabasco, partido que abandona para subirse al PRD, que lo llevó a la Jefatura de Gobierno de la hoy CDMX además de permitirle ser candidato a la Presidencia de la República en 2006 y 2012, hasta que sintió que no sería por tercera ocasión el candidato, por lo que optó por crear su propio partido de cara a las elecciones del 2018.

Hoy AMLO también da la espalda a los seguidores y militantes de Morena, con su discurso estilo Mandela, ya que absuelve de pecados políticos a los que lo buscan, otrora sus enemigos, dándoles preeminencia por las candidaturas. El PES y Gabriela Cuevas son claro ejemplo de ello.

Jose Antonio Meade, por su parte, carga con la traición que el jefe del Ejecutivo realizó en contra de otros precandidatos priístas y de las propias bases al imponer un candidato ciudadano identificado con el PAN, a quien auxilió en dos gobiernos.

Si Meade gana tendrá que innovar en temas tan importantes como transparencia, medidas contra la corrupción, ordenar asuntos de la República y actuar contra los gobernadores y funcionarios corruptos de la Federación, pues el país requiere una limpieza a fondo.

Quien gobierne tendrá que asumir decisiones que beneficien a las mayorías en contra de los grupos que lo encumbren, aunque será acusado de desleal y traidor, pero ello será secundario si coloca los intereses nacionales por encima de los de la camarilla o grupo que lo apoyó.

Todos tenemos derecho a cambiar porque el cambio es evolución, siempre y cuando se beneficie al país y a las mayorías, lo contrario sería una regresión. Esa conducta aunque implique traiciones para algunos, sí arroja beneficios para la mayoría de la sociedad, será positiva y legítima. Este es el destino de un político que aspire a ser estadista. La política y la traición van de la mano.