“Fue el Estado, fue el Estado, fue el Estado…”

  • José Luis Ortega Vidal

- “Fue el Estado, fue el Estado, fue el Estado…”

- Ah chingá… ¿Y ese cabrón, quién es?

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“Fue el Estado, fue el Estado”

¿De qué hablan? ¿A qué se refieren?

“Fue el Estado, fue el Estado, fue el Estado”

¿Quién es el tal Estado? ¿Exactamente de qué se le acusa? ¿Con base en qué pruebas?

“Fue el Estado, fue el Estado, fue el Estado, fue el Estado”

 

Bueno, de acuerdo, fue el Estado…

 

Este pensamiento juvenil, expresado por voces juveniles resulta entusiasta.

El ser humano tarda una vida en madurar y a veces muere sin haberlo logrado.

En la adolescencia y aún en la primera etapa de la juventud, es normal que seamos más impulsivos que reflexivos.

De ahí la obligación de los adultos, desde lo individual –los padres de familia- y lo colectivo –la sociedad y el gobierno, o digamos el Estado- de cuidar a nuestros jóvenes, a nuestros hijos e hijas, a nuestros muchachos y muchachas.

Cuidar no significa desdeñar, tampoco es sinónimo de reprimir.

Cada ser humano posee desde su nacimiento una base cognitiva en permanente construcción, una capacidad intelectual y un libre albedrío propios.

Empero, por definición el ser humano es gregario: es decir, dependemos unos de otros para poder sobrevivir, aprender, crecer, desarrollarnos a plenitud.

Cuidar -en un sentido pedagógico profundo- es aprender enseñando, es enseñar aprendiendo.

Paulo Freyre, pedagogo brasileño, reflexionó: “la existencia, en tanto humana, no puede ser muda, silenciosa, ni tampoco nutrirse de falsas palabras, sino de palabras verdaderas con las cuales los hombres transforman el mundo”.

La expresión: “Fue el estado, fue el estado, fue el estado”, expresada sin un sustento de reflexión, sin un andamiaje teórico sólido, sin pruebas, corre el riesgo de constituirse en un acto de ingenuidad o de franca manipulación: dependiendo de quién lo dice y cómo lo dice.

El debate, por ejemplo, contribuye a la construcción de un discurso mejor estructurado y un pensamiento maduro.

El debate -desde luego- implica tolerancia, respeto por el pensamiento del otro, así sea contrario al mío y más si es contrario al mío; diferencia que finalmente enriquece mi propio pensamiento.

En los tiempos que corren –de redes sociales navegantes sobre ríos de soledad- nuestra sociedad reclama cuidado para todos en el sentido pedagógico antes expresado: tanto en lo físico como en lo intelectual; hoy como nunca es urgente elevar nuestra capacidad de expresar para hacerlo con un lenguaje libre, pleno y al mismo tiempo responsable; es decir con plena conciencia y pensamiento reflexivo, sólido.

Hay casos como el del 2 de octubre de 1968 en México que acusan con toda claridad un asesinato masivo que se define como Crimen de Estado.

46 años después, el 26 y 27 de septiembre del 2014 en Ayotzinapa, ocurrió otro asesinato masivo donde el Estado vuelve a aparecer como responsable sólo que esta vez ha sido en forma parcialmente directa –no se usaron armas del ejército ni de la policía federal- al participar policías municipales de Iguala que trabajaban para el grupo de narcotraficantes “Guerreros Unidos”.

Sí, ha sido el Estado en Iguala pero es tan compleja la realidad socioeconómica y sociopolítica en Guerrero y en Iguala y Ayotzinapa en particular, que requiere de múltiples análisis definir esta participación del Estado, muy diferente a la de 1968.

La existencia de un Narco-Estado en numerosas zonas del país, incluido Iguala, Guerrero, nos coloca ante un crimen de significado tan profundamente histórico -el de los estudiantes de la normal de Ayotzinapa- que referirse a estos hechos con la frase de “fue el Estado” resulta, por decir lo menos, simplista, torpe, ingenuo…

1968 y 2014: mismos y crueles errores fatídicos e históricos pero diferentes contextos. Y el contexto, a la hora de argumentar con solidez, es clave.

Ahora bien: ¿a qué llamamos Estado?

El filósofo alemán Max Weber lo definió así: "asociación de dominación con carácter institucional que ha tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un territorio la violencia física legítima como medio de dominación y que, con este fin, ha reunido todos los medios materiales en manos de sus dirigentes y ha expropiado a todos los seres humanos que antes disponían de ellos por derecho propio, sustituyéndolos con sus propias jerarquías supremas”.

Hay, frente a la de Weber, muchas otras definiciones de Estado.

La palabra institución es clave para adentrarse en la complejidad de este concepto:

Para Thomas Hobbes Estado es: “Una institución, cuyos actos, por pactos realizados, son asumidos por todos, al objeto de que pueda utilizarse la fortaleza y medios de la comunidad, como se juzgue oportuno, para asegurar la paz y la defensa común.”

Cicerón lo conceptualizó de este modo: “Es una multitud de hombres ligados por la comunidad del derecho y de la utilidad para un bienestar común.”

Para efectos de la argumentación del autor de este texto: de un modo o de otro, las definiciones de Estado incluyen al elemento social que surge de individualidades –los ciudadanos y las ciudadanas- y de colectividades –la familia y las instituciones de gobierno- de modo tal que al acusar al Estado como responsable de un hecho determinado, en mayor o menor medida, según sea el caso, estamos hablando obligadamente de una co-responsabilidad.

De los hechos ocurridos en 1968 y el 2014: hay gobiernos, grupos de poder, figuras políticas específicas que han sido responsables directos (as) de los crímenes atroces padecidos por integrantes de la sociedad mexicana.

Pero junto a estos señalados, siempre, de algún modo, hay otros responsables y no es posible soslayar este factor si queremos entender a cabalidad qué nos pasó y qué debemos y podemos hacer para evitar que nos vuelva a pasar.

Pienso en la necesidad de que nuestra juventud, junto a su natural impulso y rebeldía –elementos vitales y enriquecedores, ambos- viva un incremento reflexivo de su discurso, de su lenguaje, de sus reclamos.

De no ocurrir esta transformación, de la que somos responsables todos, corremos el riesgo de gritar, gritar, gritar, sin pensar, pensar, pensar y esto representa perder el tiempo además de poner a nuestra sociedad frente al cadalso de la ignorancia, del que se aprovechan -por cierto- las fuerzas oscuras que suelen ocultarse cobarde pero eficazmente tras cometer masacres espeluznantes; fuerzas que están en el gobierno, en los partidos políticos de todas las ideologías, en el crimen organizado pero también en lo que llamamos la sociedad civil.

No pretendo ofrecer una respuesta absoluta frente a una problemática tan profunda, diversa y compleja como la del México contemporáneo.

El mío es apenas un atisbo muy simple a uno de los miles de elementos de análisis que demanda nuestra coyuntura histórica: el del discurso a voz en cuello que se escucha un día sí y otro también frente al cúmulo de hechos tristes que nos aquejan, que urge frenar y no se detendrán sólo con gritos.