Regina Martínez: la periodista que Estado y Sociedad asesinamos todos los días

  • José Luis Ortega Vidal

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Cada día transcurrido sin que el crimen de Regina Martínez sea aclarado -con la consecuente procuración y aplicación de justicia- el dolor crece.

Es como si, a tres años del atentado que arrebató la vida de la periodista más brillante en el Veracruz contemporáneo, fuera asesinada una y otra y otra vez, cada 24 horas, sin que seamos capaces –Gobierno y Sociedad- de frenar ese adiós tan sanguinario, absurdo, poderosamente nefasto.

Resulta no sólo imposible sino históricamente inviable olvidar a la mujer que recorrió Veracruz junto a Alberto Morales “Beto Gato” narrando los acontecimientos más significativos de las luchas sociales de su época.

La misma época en que POLITICA -el periódico blanco y negro y sepia de Ángel Leodegario Gutiérrez Castellanos- se convirtió en cátedra para generaciones de políticos y comunicadores.

La misma época del mejor PROCESO que hayamos conocido: vertical y fundamentado en datos duros; muchos plasmados en las cuartillas inagotables del ícono ausente.

Al paso de los días, las semanas, los meses, los años, la versión de que dos delincuentes de poca monta mataron a Regina en el contexto de un robo se desvanece.

Cobra fuerza, al mismo tiempo, la necesidad de investigar a fondo los textos y las investigaciones en puerta de una mujer dedicada a hacer periodismo profundo y a vivir con disciplina monástica.

La recuerdo en Acayucan de paso por El Diario del Sur, en el contexto de una cobertura especial en los tiempos de las máquinas de escribir, las libretas, los lapiceros y la memoria como instrumentos de trabajo únicos para el ejercicio reporteril.

Reportajes como novelas cortas; notas extensas a guisa de cuentos naturalistas; discreta la sonrisa; siempre indagatoria la mirada;  llamar a Xalapa para alertar al editor; el diálogo con “Don Yayo” para informar sobre lo acontecido y el trabajo en proceso de elaboración.

Una y otra y otra vez, siempre reportera, siempre observadora, siempre cuestionadora hasta el día del final sin respuesta de una Procuraduría –hoy Fiscalía- envuelta en legajos de incapacidad e incertidumbre.

Epoca de caciques como los de hoy, época de asesinatos por causas sociales como los de hoy, época de descomposición social como la de hoy.

Pocas cosas han cambiado: la esencia de nuestras contradicciones sociales sigue siendo la misma entre los 80s, los 90s y lo que va del siglo XXI.

Nomás han cambiado los rostros, la tecnología pero “el pinche poder” sigue siendo “el pinche poder”.

Para decir que las cosas son distintas habría que concluir a plenitud y con bases jurídicas plenamente fundamentadas la investigación ministerial sobre el asesinato aquel sábado 28 de abril del 2012 de noche y llanto interminables…

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El affaire Izquierda-PRI-SEDESOL que empezó protagonizando el Senador Alejandro Encinas y se difundió en el plano nacional el pasado lunes 27 de abril, en sentido estricto es una historia con escenario principal en el estado de Veracruz y con encargados de los roles principales enquistados en los diversos grupos del PRI que se disputan el poder  en una pugna inédita, por adelantada.

Como ningún gobernante de nuestra entidad antes de él mismo, Duarte de Ochoa protagoniza una alteración de los tiempos electorales cuyas consecuencias pueden resultar graves para su propio partido, de no contenerse los ímpetus desatados por la ambición.

Los señalamientos de Encinas -vía un video débil como prueba documental desde el punto de vista estrictamente legal- son muestra clara de que “los demonios” tricolores andan sueltos en Veracruz.

“Al carajo con la elección federal” parecen decir duartistas, fidelistas, yunistas peroteños, yunistas choleños, azules de aquí, azules de allá, azules de acullá.

El efecto del affaire Izquierda-PRI-SEDESOL con señalamientos en contra de Marcelo Montiel, no apunta consecuencias directas sobre la Delegación de SEDESOL, donde el tema no parece preocupar porque –afirman sus voceros- no hay delito demostrable.

Se trataría, entonces, de un bumerang orquestado internamente y dirigido a “Juan” para que el golpe lo reciba “Pedro”.

Javier Duarte no llegó -en términos de control político-electoral- al 2016 de su sucesión.

Y este adelanto conviene a los espectadores porque el ring político no para de ofrecer rounds y rounds de ganchos al hígado, volados de izquierda y de derecha entre priistas que mientras más divididos lucen más debilitados aparecen.

De seguir las cosas así: ¡Que Miguel Angel Yunes Linares los agarre confesados!