El grito desesperado de miles de estudiantes
se escucha con eco en las paredes de aulas vacías.
¡Vivos se los llevaron; vivos los queremos!
Esa es la plegaria, el reclamo, la exigencia.
Vivos los queremos se grita a los cuatro vientos
como un bumerán que escuchan quienes quieren.
Oídos sordos dan vueltas sin voltear a verlos,
los estudiantes sueñan justicia. Sueñan despiertos,
sueñan a gritos sus pensamientos.
Frase sin sentido, cita sin rumbo, grito enmudecido.
Así es vista por algunos la razón del estudiante.
Sigue latiendo el lamento desgarrador de todos
esos que tocaron la sensibilidad social
y trastocaron el pensamiento de otros.
¡Vivos se los llevaron; vivos los queremos!
lamenta la manta que mienta
al presunto culpable o culpable inmune.
Vivos los queremos reza el poema,
Vivos es la opción; única opción, porque la vida no se negocia,
porque la vida no se toca, se respeta la del otro y la propia:
Exigencia que da vuelta al mundo desde los desaparecidos.
El joven comparte el sentir a su modo, y a modo responden aquellos.
El escritor hace lo propio, vive, padece, exhibe, censura, defiende, publica...
En la profundidad del alego sólo se repite: vivos los queremos.
¡Vivos se los llevaron; vivos los queremos!
Gritan los países, su gente y sus gobiernos
(aunque éstos se retracten porque es políticamente correcto).
Gritar es incorrecto, se lee en los pasillos de la escuela;
cuestionar es impropio, se le señala al estudiante.
Así lo criaron, así lo crearon, así lo censuraron.
Incorrecto es salir a las calle a decirlo
Sólo es permitido lo que algunos quieren ver.
Están desaparecidos, mas no solos.
La esperanza muere a lo último, dice el abuelo.
¡Vivos se los llevaron; vivos los queremos!
Mil maneras de denunciar, una de demostrar
la existencia de millones ante el occiso,
el incrédulo, el nefasto, el verdugo.
Cada paso, cada letra, cada cifra, cada lamento
abren la puerta a la vida, y destapan la cloaca,
modus vivendi ya intolerable.
Voces irreconocibles e irreconciliables
invitan a otros y a otros, y a otros
identificados conversan, dialogan, coinciden
en aquello ya insoportable, indescriptible, inexplicable.
Ríos de gente caminan las calles.
Indignados inundan plazas públicas.
La fronteras se borran, el reclamo se acentúa.
Cuestionados por sus cuestionamientos,
cuestión natural del incuestionable.
Páginas llenas de palabras, todas ellas llevan el mensaje
no divino, sí sagrado: ¡Vivos los queremos!
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