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7S: Hilda salió de Agua Dulce para sobrevivir al sismo más fuerte del siglo

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Hace un año, Hilda había ido a Oaxaca a comprar objetos para la fiesta de San Román y quedó atrapada en un hotel que colapsó por sismo.

VIOLETA SANTIAGO

Agua Dulce, Ver.- Hace un año Hilda Romero Sánchez ‘volvió a nacer’. Sobrevivió al terremoto más fuerte del último siglo, el que destrozó Chiapas y Oaxaca, justo cuando se encontraba en una de las ciudades más cercanas del epicentro.

Este 7 de septiembre se conmemora un año del terremoto que sacudió a la mitad de México y cuya fuerza de 8.1 grados Richter se dejó sentir de costa a costa; pero sobre todo, personas como Hilda celebran la vida, a pesar de que quedaron marcadas con consecuencias desde aquella fatídica noche.

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Faltaban pocos minutos para la medianoche del 7 de septiembre del 2017 cuando las placas tectónicas liberaron una energía cercana a las 250 mil toneladas de TNT, casi 20 veces más que la bomba atómica de Hiroshima.

Hilda, habitante de Tonalá, Agua Dulce, había viajado hasta Matías Romero, Oaxaca, para comprar diversos productos que utilizaría para la fiesta del Cristo de San Román, patrón de la congregación pesquera. Esa noche descansaba en el hotel “Anhe”, cuando el terremoto la despertó.

Su habitación estaba ubicada hasta el tercer piso y eso, cree ella, fue lo que la salvó. “Los primeros dos pisos cayeron y entonces el edificio se ladeó, como quedaron los escombros hasta arriba es que pudimos salir”, trata de explicar. Es el mismo hotel de color blanco y azul cuya fachada destrozada e inclinada se hizo icónica a nivel mundial, símbolo de esta tragedia.

Nadie la rescató aquella fría noche en el Istmo, sino sus amigas que la acompañaba, Inés y Felipa, quienes le ayudaron a quitarse los escombros que le habían aplastado una pierna y posteriormente tuvieron que escalar casi 10 metros entre los restos del edificio para poder salir. Junto a ellas, observaron cómo otras personas con fracturas o diferentes heridas salían por las ventanas o cualquier espacio que los llevara hacia el exterior.

Una persona que estaba afuera le prestó un teléfono móvil para poder avisarle a su familia de que se encontraba con vida, pues para entonces, la noticia de la estela de destrucción en Oaxaca y Chiapas ya había llegado a todo el país.

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El regreso a Agua Dulce fue toda una travesía, ya que las carreteras estaban cerradas y el combustible era limitado en la región. Su esposo tuvo que viajar durante la madrugada para llegar hasta un punto en donde la carretera estaba cerrada y tuvo que dejar ahí su camioneta, luego pagó a unos motociclistas y después abordó un camión para llegar a Matías Romero.

Hilda no recibió atención médica sino hasta la tarde siguiente, cuando casi se habían cumplido 24 horas del siniestro. Resultó con tres costillas rotas además de una fractura en la pierna y fue atendida en un sistema de salud saturado de cientos de víctimas como ella, mujeres, hombres y niños de todas las edades a los que el terremoto sorprendió de noche.

Aún con dolor, Hilda prefirió firmar su alta voluntaria y emprender varias horas de camino hacia Tonalá por temor a que una réplica acabara con su suerte de permanecer en Oaxaca. Así, dejó atrás aquella tierra que, literalmente, sacudió todo su ser, hasta sus pensamientos.

Desde entonces las cosas ya no son igual. Hilda sobrevivió, lo que cientos de personas no tuvieron oportunidad. Pero más allá de las cicatrices en su cuerpo, el dedo de la muerte le trastocó el alma, pues las afectaciones psicológicas las sigue resintiendo hoy en día, un trastorno de estrés postraumático que también le desencadenó la diabetes.

Antes de aquel día, ella no era diabética. Ahora no encuentra la forma de controlar la glucosa que cada jornada oscila en los 500 miligramos. Ante el mínimo ruido en su tranquila casa de Tonalá, apenas ubicada a unos metros del mar, ella se despierta en las noches y tiembla al pensar, al recordar, aquella tragedia, de cómo el mundo se le venía abajo, encima y por todos lados.

Hilda es una víctima más del terremoto más fuerte que azotara México en los últimos cien años, quien no ha tenido ayuda por parte de ninguna autoridad gubernamental. Pero también es una sobreviviente y señala contar con la suerte de no haber perdido su patrimonio y de poder contar su historia, a pesar de las secuelas psicológicas que ahora carga y que la lleva a soñar casi cada noche con un derrumbe.

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