• Estado

Ser dueño de nada en Veracruz, la historia de Sixto Colorado

  • Miguel Ángel León Carmona
Vive en un predio que de a poco ha servido de refugio a unas 70 familias asediadas por el desempleo, el hambre y el analfabetismo.

Xalapa, Ver. – Un anuncio de aluminio del DIF Estatal de Veracruz indica la entrada a la colonia El Roble, que es de los lugares más pobres en Xalapa, un asentamiento irregular ubicado a 500 metros de la asistencia social que ofrece el gobierno de Miguel Ángel Yunes Linares.

[relativa1]

Se trata de un predio rodeado por lomas que de a poco ha servido de refugio a unas 70 familias asediadas por el desempleo, el hambre y el analfabetismo, tres de los males que contempla el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) para llamar a una persona pobre.

Las viviendas en El Roble están tapizadas con lonas de plástico que exhiben leyendas de partidos políticos; construcciones de madera, lámina y cartón que ante promesas vieron crecer segundos pisos y hasta motivaron a que los habitantes demarcaran un campo de futbol.

En esa demarcación ilegal vive Sixto Colorado García, un hombre de 52 años, que según los lineamientos del Coneval refleja las condiciones de 5 millones 49 mil veracruzanos estancados en la pobreza y la pobreza extrema, es decir, el 62.2 por ciento de la población jarocha.

Para el organismo público descentralizado, “una persona se encuentra en situación de pobreza extrema cuando presenta tres o más carencias sociales y no tiene un ingreso suficiente para adquirir una canasta alimentaria”. Dichas necesidades son: rezago educativo, acceso a servicios de salud, acceso a la seguridad social, calidad y espacios de vivienda y acceso a la alimentación.

Sixto escucha las referencias y de inmediato se sonroja. “No, joven, pues yo no tengo nada de eso. Por aquí la gente se pelea por más terrenos, pero yo digo ¿para qué si no somos dueños de nada? Aquí -en El Roble- vivo porque mi hija me construyó un cuartito, pero en cualquier rato si quieren me sacan”, comparte.

A Sixto la vejez se le dibuja en el rostro, en algunos de sus cabellos rizados y en las encías que se han ido quedando sin dientes. Pese a ello, presume su trabajo como jardinero al que le ha dedicado los últimos diez años, mismo que le exige fuerza física y en ocasiones resistir hasta 48 horas sin probar alimento.

“En veces tengo que pedir en las casas que me regalen un taco. Con un café me doy por bien servido. Cuando tengo dinero procuro comerme medio kilo de tortilla para que me rinda la sopita o los frijoles. Tengo que mantenerme fuerte por mi empleo”, comparte mientras truena sus dedos ásperos.

A don Sixto lo acompaña a todos lados una perra que llama “güera”. Comparte que el cachorro cruza de raza Pitbull es su compañera desde la muerte de su esposa -hace una década-, y la partida de sus tres hijos quienes iniciaron vidas en diferentes partes de la entidad.

[relativa2]

El hombre de pantalones holgados cuenta las monedas que ganó este día podando un rosal en el barrio de El Dique. Son sesenta pesos que reparte en un medio kilo de tortillas, un cuarto de kilo de queso blanco, un chile verde y 30 pesos de croquetas, “de las más baratas”, grita a la señora que despacha en una tienda de madera. 

A Sixto se le pregunta por qué ha gastado la mitad de sus ingresos en el alimento para su mascota. Él contesta sin titubear: “Yo tengo manos para trabajar y boca para pedir cuando no tengo comida, pero ella no, está sola la pobre. Me la regalaron porque mató a un perrito, y pues me encariñé”, refiere.

Sixto invita a un forastero pasar a su vivienda, pero antes se levanta su gorra con las siglas del Partido Acción Nacional (PAN) en señal de excusa. “Discúlpeme joven, se va a dar cuenta que soy bien pobre, pero pásele”.

La casa de Sixto Colorado es un cuarto de 10 metros cuadrados con muros de block y techo de lámina. Tiene un sofá color azul carcomido por su mascota, una cama tipo litera con solo un colchón, una repisa para preparar sus alimentos, y una grabadora que no sirve.

El baño es un rincón donde defeca, se baña y asea a la güera. Todo se va por un hoyo que improvisó como letrina. En las paredes cuelgan un cristo, un machete y unas tijeras -para cortar zacate- que han perdido el filo con el tiempo y con el uso.

Sixto esta vez pide permiso para hacer su primera comida desde hace 24 horas. Coge tres tortillas, batalla con un pomo de mayonesa para untarle a su taco, rebana un pedazo de queso, otro de chile y sorbe un trago de saliva, en señal de antojo.

Antes de probar bocado saca agua de una cubeta y la distribuye en dos porciones; en un plato remoja croquetas para su perra, y el resto lo ocupa para él. Ya instalado en su cama, describe lo difícil de ser invisible para los programas de asistencia social, incluso para los partidos que compran votos, por no contar con una credencial de elector.

“Para eso de la política te piden la credencial de elector y no tengo nada de papeles. Una vez me tocaron unas láminas que mejor las vendí. La verdad de esa gente no quiero nada”, explica mientras muerde con desesperación la novena tortilla con queso.

Ser dueño de nada en Veracruz

Sixto Colorado es originario de Cosautlán, hace 27 años emigró con su esposa a la comunidad de Pacho Viejo Coatepec para ganar 12 pesos por hora deshojando plátano. Así pasó casi dos décadas, hasta que el trabajo se acabó y su esposa falleció; el entrevistado se anima a hablar al respecto.

Con el ahorro de su trabajo como campesino pagó 12 mil pesos a una persona, que prefiere omitir su nombre. Sixto pensó en sus dos hijas e inventó una firma para cumplir con los protocolos que, de sí, carecían de validez.

“La señora que nos cobró se fue y ya no supimos de ella. Uno de mis terrenos lo perdí porque llegó gente nueva y me lo quitaron a la mala. Se lo digo honestamente, aquí nadie es dueño de nada”, reflexiona el hombre a sus 52 años de vida. 

Sixto recuerda con molestia que, en tiempos electorales, nuevas personas han acudido hasta la colonia El Roble para ofrecer escrituras que avalen los espacios de tierra, sin embargo, siempre se ve limitado por no contar con credencial de elector, acta de nacimiento, carta de jefe de manzana y una constancia de no propiedad.

“Yo no tengo nada de papeles, tengo una CURP porque me ayudaron a sacarla. No sé leer, no fui a la escuela. Y pues si me pregunta mi edad yo le calculo que tengo 52 años”, abunda Sixto acompañado de una sonrisa.

El hombre paga 20 pesos mensuales por el servicio de luz que los demás toman de manera ilegal. El agua potable, dice, “la cojo de una toma que ponen ahí en el centro para todos. Me tocó pagar un permiso como 60 pesos. Me dicen que si quiero puedo conectar mi manguera, pero ¿qué llave y qué manguera si no tengo dinero?, se lamenta.

“Si me da gripe me la quito con Desenfriol”

Sixto Colorado vuelve a echar a andar sus recuerdos, y recuerda que tampoco ha pisado una clínica. Por ello “procuro no enfermarme. Si me gripe, una señora que le chapeaba su patio me enseñó que se cura con dos pastillas de Desenfriol”, comparte.

Hace dos meses quiso dormir en la planta alta de su cama -nunca antes lo había hecho- y el gusto le duró una noche. Cayó al suelo durante la madrugada perdiendo dos dientes y lastimándose el hombro derecho. La cura la consiguió con una curandera que por 100 pesos le sobó el cuerpo adolorido con alcohol.

Al igual que la receta de las dos pastillas de Desenfriol, Sixto aprendió a sobar el cuerpo y desde entonces ofrece sus técnicas con un vecino que sufre de ataques epilépticos.

“Su mamá me habla y pues yo le empiezo a sobar el pecho y si está más mal le pido agua a la mamá y se la escupo en el pecho, pa’ que vuelva a la vida. Le echo agua en la espalda y en la cara. No les cobro nada, porque en veces me dan café con pan o un plato con frijoles”, agrega Sixto.

Se han ido 60 minutos de plática y con ello el medio kilo de tortillas que Sixto come cada vez que sabe tendrá una noche difícil, que no probará más alimento. El hombre al despedirse abre la puerta del cuarto. “Esta es su casa”, recita convencido de sus modales, consiente de la condición que le tocó padecer en Veracruz, la pobreza.  

[relativa3]