Son más de las nueve de la noche del jueves 5 de diciembre. Familias y parejas caminan por el parque Juárez, bajo la luz artificial de las luminarias. La entrada principal se ha oscurecido, antes había ahí puestos de comida rápida, cuyos focos alumbraban un poco más.

Una pareja viene caminando hacia la avenida Enríquez, la pequeña que los acompaña juega con una pelotita, las que brincan alto y tienen flequitos, de esas que al botarlas saltan hacia todas direcciones. Suponiendo que es un parque familiar, con nuevas adecuaciones y con todas las medidas de seguridad implementadas por la administración saliente, los niños pueden jugar sin preocuparse.

Pero a esa hora, hay una fila horizontal de motocicletas. Sus conductores están platicando, resguardando sus vehículos.

De pronto, se incorpora uno de ellos, con su vehículo, y entra sin el menor cuidado a la explanada del “nuevo”  parque. La pequeña que bota su pelotita detiene su juego, se sobresalta y se desorienta. El sujeto da una vuelta de 45 grados para estacionar su unidad, solo baja la velocidad, pero no detiene su paso.

No hubo ningún supervisor, ningún director, ningún empleado del ayuntamiento que gobierna Elízabeth Morales García, para brincarle encima y multarlo por hacer maniobras que ponen en riesgo a los visitantes.

Nadie prohibió a este grupo de aficionados estacionarse en el flamante parque Juárez, sin vendedores ambulantes, sin boleros, sin esa gente que le daba mal aspecto al lugar, según la experta en imagen urbana y alcaldesa por unos días más.

Los padres de la menor tomaron a su hija del bracito y caminaron hacia la salida.

Metros más adelante, hay un biciestacionamiento. Fuera del área, una motocicleta estacionada que abarca casi toda la banqueta, la misma de donde quitaron un puesto de revistas, y uno de productos varios.

¿Entonces?