Para que gane el quiero, la guerra del puedo

  • Juan Martín López Calva
Resulta indispensable que las candidatas se comprometan a poner la educación como prioridad

…Que las persianas corrijan la aurora
Que gane el quiero, la guerra del puedo
Que los que esperan no cuenten las horas
Que los que matan se mueran de miedo…
Joaquín Sabina. Noches de boda

Parafraseando a Eduardo Galeano, podemos decir que vivimos “patas arriba” y no sólo tenemos la escuela en el mundo al revés sino la sociedad entera en ese mundo de cabeza que no nos deja dormir ni disfrutar la vida a fondo, al menos a los que conservamos unos gramos de sensibilidad.

Vivimos por ende, un país “patas arriba” en el que todo parece estar al revés: un gobierno que se dice de izquierda pero toma decisiones más neoliberales que los gobiernos de derecha y debilita cada vez más las instituciones al tiempo que militariza progresivamente todos los aspectos de la vida del país, una sociedad que dice querer cuidar el medio ambiente pero apoya medidas ecocidas, que se queja por la corrupción pero se hace de la vista gorda ante las evidencias de que este cáncer avanza en lugar de retroceder y unos ciudadanos enojados unos con otros que por ello son incapaces de pensar fuera de su círculo ideológico para buscar soluciones y combatir los problemas cada vez más graves que tenemos.

Estamos inmersos en un ambiente en el que el puedo está claramente ganando la guerra al quiero. Lo que queremos los ciudadanos de bien para el país se está convirtiendo en algo cada vez menos posible porque se impone diariamente la ley del más fuerte y el que puede por tener las armas y carecer del alma para valorar la vida humana, el que puede por tener el dinero y carecer de la conciencia mínima de justicia que necesitamos con urgencia incluso para que puedan mantener sus privilegios, el que puede por tener el poder aunque carezca de la capacidad y la vocación de servicio, se sirve de la sociedad en lugar de servirla.

Nos han tocado tiempos en los que no hay persianas que corrijan estas auroras coloreadas de rojo por la sangre de todas las víctimas que pierden la vida desaparecen a diario sin que a nadie parezca importarle más allá de la novedad del día, mientras se publican otros casos más atroces. Vivimos en un país en el que el amarillismo ya no está sólo en la prensa o las redes sociales sino en la mirada y en la curiosidad morbosa de todos los habitantes que esperan a diario las novedades sangrientas y se han acostumbrado a auroras desgarradas y deshumanizadas.

Morimos la vida en un entorno en el que los que diariamente esperan el retorno del trabajo o del viaje de sus seres queridos están contando las horas porque no saben si regresarán con vida o desaparecerán por años o serán asesinados en cualquier esquina o carretera donde ya se arrojan explosivos a los autobuses y tráilers para asaltarlos o se balacea a los conductores a plena luz del día sin que haya ninguna autoridad que cuide su seguridad.

Estamos en un país en el que somos muchos y a pesar de lo que digan las encuestas y los miembros de la secta seguidora al Presidente, esperamos contando las horas que faltan para que termine esta pesadilla o al menos tengamos un gobierno imperfecto, con muchos defectos como todos, pero sin esa aura y esa narrativa de salvadores de la patria y esa visión de que existe un solo lado correcto de la historia y ellos están de ese lado.

Somos ciudadanos que morimos de miedo ante los que matan, secuestran, cobran derecho de piso, establecen sus propias leyes sin que haya estado de derecho o ley que los limite. Ciudadanos inermes ante la fuerza, la extensión, la profundidad estructural y cultural de la violencia impune, que se pasea por todo el territorio nacional sin ninguna restricción y con la connivencia de la autoridad que también muere de miedo ante ellos o está en muchos casos asociada en estos negocios jugosos y en estas empresas transnacionales que son los cárteles y grupos de la delincuencia organizada.

Estamos en un momento en el que a pesar de que no hay opciones esperanzadoras, hay una clara disyuntiva entre avanzar hacia el restablecimiento de ese ogro filantrópico del que escribió Octavio Paz o parar esta dinámica y seguir alentando al menos la alternancia o el verdadero cambio para evitar que una sola fuerza avasalle el poder y nos mantenga por décadas en esta dinámica de muerte, corrupción, impunidad, violencia y además ineptitud y debilitamiento del Estado.

Pero para que las persianas corrijan la aurora de sangre y haya un verdadero amanecer para México, para que los que esperan no cuenten las horas y tengan la paz y la confianza de que la vida tiene valor y no es algo tan frágil y devaluado, tan en riesgo como hoy; para que los que matan se mueran de miedo, no podemos extender un cheque en blanco a ninguna de las candidatas -y menos contribuir con nuestro voto por el desconocido candidato naranja, cuya función solamente es dividir el voto opositor- sino exigir que haya propuestas concretas de cambio de rumbo que conduzcan al bien común y reconstituyan el tejido social roto hoy por la polarización y la cancelación de todo pensamiento ajeno o crítico al poder establecido.

Resulta indispensable discernir antes de votar, defender nuestra autonomía y el secreto de un voto individual informado y libre, aunque intenten coaccionarnos o vendernos ideas falsas sobre ese futuro que anhelamos y que no podemos seguir permitiendo que se nos niegue o se distorsione en los hechos: hacer que gane el quiero de la mayoría la guerra del puedo de las minorías hegemónicas que sólo se cambian de color, logo y discurso para seguirnos sometiendo a sus dictados.

Quienes tenemos trabajo educativo formal en el nivel de educación superior, en el que nuestros estudiantes son ya ciudadanos con derecho a ejercicio del voto, tenemos la enorme responsabilidad, no de hacer proselitismo por determinado partido, coalición y candidata, sino de hacer conciencia en nuestros educandos sobre la importancia de su participación inteligente, crítica y responsable. Que no se dejen llevar por cantos de sirenas que ofrecen paraísos sin esfuerzo sino que se tomen el tiempo de analizar las distintas propuestas, que piensen y decidan ejercitando la criticidad, que con su voto elijan la mejor opción o al menos la que tenga mayores posibilidades de espacios para la participación ciudadana y que después de votar sean capaces de exigir, de manifestarse, de cuestionar y de participar corresponsablemente en un México diferente, más justo, equitativo, pacífico y abierto a los proyectos de vida de todos.

Para lograrlo, resulta indispensable que las candidatas se comprometan a apostar verdaderamente y no sólo en el discurso, a poner la educación en una de sus prioridades, para que el diccionario detenga las balas.   

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).