Los Fallitos

  • Gabriel Reyes Cardoso

Las tardes eran para leer contenidos seleccionados, en  las mañanas, cuando, desde muy temprano, leía, las noticias. Disponer con Doña María  la comida del  día, ordenar las compras correspondientes, revisar el aseo de las habitaciones, pedirle a Lauro cuidara mejor los  jardines y poner pan, en el cajetito que sostenía, en su mano, el San Francisco, totalmente de piedra negra, el fiel custodio de la institución, era, para Doña Fallita, la rutina diaria.

Su familia, con los años, creció a cientos de hijos y nietos. Tres generaciones, encontramos en la Casa de Doña Fallita, el hogar que alentó la construcción de nuestros sueños y de nuestros romances universitarios.

Su casa, nuestra casa, la casa de los fallitos siempre estuvo abierta para los pupilos que alguna vez, ahí vivimos. La comida siempre estuvo caliente y el cariño y la bondad, también, porque ser fallito, era para siempre y su casa también.

Platicar con Doña Fallita era una delicia cultural, un debate político, honesto y franco, y una excelsa oportunidad de acercarse al arte, a la esencia Jarocha, la original, la que venía de la Cuenca del Papaloapan, de donde ella, siempre sacó fuerza de flaqueza, para mantener erguida la cabeza y alimentar el honor y la dignidad de su ser Tlacotalpense. 

¿Cómo está usted doña Fallita?, ¨viejísima... viejísima... no preguntes,¨ contestaba siempre con una sonora carcajada que revelaba energía y entusiasmo, todo menos su edad ni cansancio.   Y es que Doña Falla, así, en seco, porque así le gustaba presentarse, supo encontrar la sabiduría de la edad y compartirla con nosotros.  

Madre y maestra de muchos que llegamos a la Atenas Veracruzana en la búsqueda de caminos para salir adelante, Doña Fallita, siempre estaba pendiente de sus pupilos.Médico y medicinas, recomendación con los de tránsito y la policía y  algunos recibieron su respaldo para ingresar a trabajar, con los miles de amigos, todos política o económicamente poderosos, que, casualmente también eran Fallitos. 

Pero lo más importante de vivir en casa de Doña Fallita fue la hermandad en la que compartiamos, alegrías y penas, un grupo a veces de 26 a veces de 30 pupilos, a quienes nos unía el mismo propósito de convertirnos en profesionales y, también debo decir, porque fue parte importante, nos convocaban  las chelas, las botanas y los aguardientes, que, por las noches, cuando ¨Doña Fallita, salía del aíre,¨así decíamos por ahí de las 9 de la noche, cuando se disponía a dormir y se quitaba sus anteojos y con ellos sus audífonos, comenzábamos con mucho entusiasmo.

Desde temprano se disponía la fiesta para en la noche:  ¨Lauro, lava bien la fuente,¨ y Lauro, ¨Güito¨ para los cuates, decía enfadado... ¨No, no, esta noche no quiero emborracharme,¨ y la flota, dura flota, sed flota, dicho muy veracruzano, le contestábamos, no te vamos a invitar.. pero, Lauro siempre estuvo en nuestras fiestas, cuando con todo lo que había, cervezas, refrescos, ron, tequila, y otros espíritus líquidos, con mucho hielo, medio llenábamos la fuente del jardín principal, claro, con el permiso de San Francisco que siempre estuvo en el centro de la fuente, y a quien, a veces, cosas de chamacos, compartimos la fiesta, dejándole en sus manos, recuerdos, muy propios de la falliza.

Habrá miles de anécdotas y recuerdos que compartir, varios libros apenas alcanzarían, pero lo importante, siempre será que el recuerdo de Doña Fallita estará en nuestra vida.  Ahora que esa vieja casona ha sido remozada y será museo, estoy seguro que ya, Doña Fallita hizo una fiesta, muy jarocha, para celebrarlo.

Que orgullo, ser fallito, en esa casa, por cierto, fuí, en su momento el único poblano, y me  hice veracruzano, no costó mucho esfuerzo, porque siendo teziuteco, compartíamos desde entonces, lo más precioso de la vida, ese gusto por la fraternidad que, no nos hace ver, la línea imaginaria que separa nuestros territorios, pero une nuestros afectos...

Gracias Doña Fallita... eterna amiga y benefactora.

Antes, decía, organizaba fiestas de son jarocho, en las cuales,  hacía lucir, los trajes y el sentimiento de su región. Ahora, ¨ya estoy vieja... viejísima, ya no se puede¨