Los Pluris

  • Gabriel Reyes Cardoso

Al final de la década de los 70s. se redujeron  drásticamente los márgenes de acción para un estilo de gobernar acostumbrado a impedir la disidencia y la oposición. La clandestinidad de algunos grupos, cedió su lugar a  protestas de grupos mayores en impacto, mejor organizados y más difíciles en sus pronunciamientos. Alguien sugirió dejar el garrote y pasar a la cooptación.

Era cierto, el modelo político exigía remoción urgente, pero, también, el económico planteaba riesgos de mayor adversidad para un gobierno y un partido hegemónico que sabía, desde entonces, tener sus días contados.

El 68 también, pasaba sus primeras facturas reales en la conciencia colectiva.

No me es fácil reconocer que la historia es recurrente o circular, pero, tengo la impresión de que estos tiempos de la 4 t, son similares o se impulsa, se lean con muchas similitudes a esos días de agonía que no quizo reconocer Luis Echeverria y que obligaron a López Portillo, a reformas, para impedir una democracia disolvente.

La Reforma Política de 1977, introdujo la representación proporcional en la Cámara de Diputados federales, para, ampliar y mejorar la representación política.  La verdad fue para alargar el tiempo de estancia del PRI, en el poder público.  Se inició una especie de sociedad de partidos que peleaban, al margen de la decisión directa de la ciudadanía, mayores espacios en la Cámara de Diputados. En la vox populi pasamos a la partidocracia.

El orígen, el comportamiento y los resultados de los representantes populares plurinominales, no ha sido, a mi juicio, aportación significativa al desarrollo de la democracia nacional. Al contrario, abrió una asociación perniciosa entre el poder, los partidos políticos y sus dirigentes, principales beneficiarios de estas reformas. 45 años de diferentes modificaciones, plantean innovar el ecosistema político de nuestros días para salir de eso que, un innombrable bautizó como ¨política ficcíon¨.

Hay que eliminar, 3 realidades fácilmente entendibles que cargamos los ciudadanos: a) el elevadísimo costo financiero de los partidos y los procesos electorales, b) el significativamente riesgoso costo político de una inservible representación y c) el alto costo social de las dos.

Miles de millones de los impuestos pagados por los trabajadores van a financiar a los partidos políticos que, han dejado de ser representantes eficientes para el desarrollo político nacional y la necesidad de hacer más baratas las elecciones, frente al nivel de pobreza real en el que vive casi la mitad de mexicanos, exigen decisiones trascendentes.

Necesitamos ir a una democracia real y autosostenible, que solo ha sido argumento del discurso y pasar al respeto real al voto directo de los electores.

Pero, si los partidos han perdido la confianza como interlocutores, tampoco podemos premiarlos con la votación directa a sus plataformas electorales, aun cuando, pudieran ser, buenas intenciones.

En la política antigua se elegía, se escogía entre ideas y propuestas.  Ahora, en un franco mercado electoral, donde se compra y vende el voto, porque los partidos políticos tienen poca representación real, lo que debe importar son las personas, que finalmente operan el sistema democrático.  

Votar por los partidos o coaliciones, y relegar el análisis, la confrontación y el compromiso de los candidatos, con los electores, no sería, un avance importante.  En mi humilde opinión, los pluris deben desaparecer, pero no los candidatos de elección directa, uno en cada uno de los 300 distritos electorales.

Que pena pensar en ello, porque hemos abandonado la lucha de ideas y hemos pasado a las decisiones de mercado.

 

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