Los niños perdidos

  • Jafet R. Cortés

A diferencia del relato de Disney, y toda la mística creada alrededor de Peter Pan, algunas teorías que interpretan toda esta historia, plantean un enfoque que utilizaré para describir la problemática que estamos viviendo en México, donde niñas y niños pierden su niñez sin que nadie –aparentemente- se dé cuenta.

Desde esa versión, los niños perdidos eran secuestrados por Peter Pan -quien se ocultaba en la noche-,  llevándolos a Nunca Jamás, lugar del que nunca regresarían. En sí, les ofrecía ser niños por siempre, pero en muchos sentidos les robaba su infancia y sus vidas, siendo una de sus víctimas aquel Niño Perdido que logró liberarse de su control, aquel que todos conocemos como Garfio.

Es verdad lo anterior, desde una realidad que acepta –directa o indirectamente- el abuso y la corrupción de niñas y niños; una realidad donde aquellas voces que deberían gritar y exigir acciones contundentes, terminan callando de miedo y ahogándose en la indignación.

Los niños perdidos caminan por el mundo sin que nadie realmente les escuche, en una sociedad repleta de muñecos de cera -de seres muertos-, y eso debería causar una tremenda alerta porque ellos –sin poderse defender-, de un momento a otro pierden su invaluable niñez.

Si no causa una alerta la realidad que vivimos día con día, deberían causarlo los alarmantes datos que sitúan a México como el primer país de toda la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en casos de abuso sexual infantil, con 5.4 millones por año, en una población donde el 25 por ciento son niñas y niños, lo que equivale a más de 31 millones.

Los números anteriores se vuelven la punta del Iceberg, porque en realidad –únicamente- se refieren a los registrados en plataformas oficiales, en sí, hay millones de casos más que permanecen ocultos en las sombras.

Sobre el mismo tema, el Inegi registra que una de cada cuatro niñas y uno de cada seis niños, sufren de abuso sexual antes de cumplir la mayoría de edad, datos alarmantes que nos deben de indignar a todos.

Entre los ejemplos más crudos que podemos encontrar de esta problemática, está una investigación de 2021 realizada por la Oficina de Defensoría de los Derechos de la Infancia (ODI) A.C., titulada -crudamente-, "Es un secreto: La explotación sexual infantil en escuelas", que traza una línea de investigación grandísima sobre –por lo menos- 18 instituciones educativas públicas y privadas, en siete entidades federativas –Estado de México, Oaxaca, San Luis Potosí, Morelos, Baja California, Ciudad de México y Jalisco- donde existen casos registrados de abuso sexual y trata de niñas y niños, como un modus vivendi de dichas instituciones.

En trece de las escuelas, los abusos fueron cometidos contra grupos de víctimas entre tres y siete años de edad, donde algunos describen que los recibieron frente al salón de clases o frente a la escuela entera, con la participación de maestros, directivos, personal administrativo y de intendencia, en casos, hasta con el conocimiento de padres de familia.

La ODI describe estos patrones delictivos como "Acciones organizadas entre varios adultos y perpetradas dentro del plantel escolar", en la mayoría de los casos, porque en algunos –específicos y muy preocupantes- describe cómo es que víctimas menores de edad relatan que fueron llevados a lugares desconocidos fuera de la escuela, donde abusaron de ellos y les pidieron hacer cosas que no querían, mientras sus padres presenciaban todo, "invisibles".

Las repercusiones son brutales contra las niñas y los niños, víctimas del actuar de monstruos –podridos por dentro, enfermos, que se ocultan tras máscaras de papel perfectamente pintadas-, que habitan en lugares donde deberían sentirse seguros –su hogar o su escuela-, pero en realidad no lo son del todo.

Preocupantemente, no es un problema que despierte hoy ante nuestros ojos, sino que tiene vigencia desde hace muchas décadas atrás. Surge en esta época como una deuda más que tenemos como sociedad, una deuda que nos debería ocupar a todas y a todos no sólo por el interés superior de las niñas y los niños –que se ha convertido en un discurso más, repleto de palabras huecas y electoreras-, sino por aquella congruencia que tenemos que tener en nuestro actuar cotidiano, desde lo que es correcto y lo que no.

Basta con escuchar las historias que habitan desde las dependencias encargadas de proteger la niñez, para darnos cuenta de que la abrumadora realidad es que las instituciones están rebasadas, y las acciones del gobierno se quedan cortas ante la mendicidad, el abuso sexual y la explotación infantil -monstruos de mil cabezas-, problemáticas que nos comen de a mucho como sociedad, sin darnos del todo cuenta.

Basta con escuchar, aquellas voces que han sido víctimas de esta violencia, para darnos cuenta de la abrumadora realidad que nos debería conminar a defender la infancia, algo tan preciado que -de manera silenciosa y cotidiana-, miles de niñas y niños están perdiendo, sin que nada de lo que se hace sea suficiente para garantizar que no vuelva a ocurrir.

Entre las instituciones rebasadas -sin un marco jurídico y administrativo que les ayude a actuar-, el silencio colectivo, el discurso politiquero que no abunda en nada, y la marea que nos está ahogando por completo, queda un largo y tortuoso, pero necesario camino que debemos de recorrer para romper la rueda que día con día sigue robando niñez y fabricando niños perdidos, una situación que nos debería unir a todos, para evitar algo que en definitiva no debería vivir nadie, bajo ninguna circunstancia.